Inicio POLÍTICA ¿Qué son las Cachimbas y qué sucede en ellas?

¿Qué son las Cachimbas y qué sucede en ellas?

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Foto: Amilcar Salazar
 
Las puedes ver facilmente a los costado de las carreteras, con camiones de todo tipo estacionados. En su mayoría eran de madera, hoy ya las podemos ver de material. Estos lugares son parte del folklore mexicano y mas aún del autotransporte de carga y el lugar en donde probablemente cualquier trailero se sienta mas agusto mientras realiza su trabajo.
 
En algunas ocasiones los operadores que se jubilan tienden a decir que no extrañan tanto el camión o la carretera, que extrañan mas “las cachimbas”.
 

Por las noches lucen misteriosamente solas, oscuras, tétricas y hasta peligrosas para el viajero que osa echar el vistazo; nadie se imagina que en ese mundo a veces impenetrable existen seres humanos de carne y hueso, que tienen una historia que contar, que tienen algo que decir.

Les llaman “cachimbas”, refugio nocturno por excelencia de los traileros, de los hombres recios del volante, de los tripulantes de enormes monstruos de acero, clientes asiduos a este tipo de lugares, sitios que por lo general se anclan en serie, como si fueran centros comerciales, a la orilla de la carretera.

Son pequeñas chozas construidas con trozos de madera y pedazos de cartón de cajas de desecho, en donde se vende perico, café, refrescos, alimentos básicos, diesel, gasolina y hasta camiones, aunque algunos dirán que lo fuerte es el negocio de la prostitución y la droga.

El nombre de cachimba les viene de la práctica de echar diesel a un pequeño balde con una mecha que permanece encendida durante toda la noche, como una especie de faro para guiar a la «embarcación» a buen puerto, en este caso a los viajeros, pues estas casas ingeniosamente mal elaboradas no cuentan con agua, mucho menos con energía eléctrica.

Por las noches lucen misteriosamente solas, oscuras, tétricas y hasta peligrosas para el viajero que osa echar el vistazo; nadie se imagina que en ese mundo a veces impenetrable existen seres humanos de carne y hueso, que tienen una historia que contar, que tienen algo que decir…

En el día los habitantes de las cachimbas también viven, piensan, sueñan, recuerdan y lamentan el tiempo ido, los instantes perdidos, porque también tienen sentimientos y memoria; las manecillas del reloj también giran y tienen un significado para ellos.

También sufren de día y de noche el intenso calor de la región, con temperaturas superiores a los 40 grados centígrados, pero como dicen, ya están acostumbrados, a lo que no se habitúan es a prescindir de sus sagrados alimentos, aunque con la droga y un poco de alcohol logran engañar al hambre.

Ella es “Lupita”, una madre soltera, una mujer más de esta comunidad del olvido ubicada al Sur de la ciudad, es originaria de Sinaloa y cuenta en su haber con 33 años, los mismos que tenía Jesucristo al momento de su muerte en el Calvario.

De cabellera abundante, ojos reflexivos de agudo mirar, parece que tiene prisa por platicar, las palabras surgen ininterrumpidamente de su boca, mientras gesticula con su rostro y hace mímica con sus manos, relata su historia personal al reportero.

Ella no ha sido crucificada por defender una causa común, tampoco es una heroína, pero vive intensamente cada día su propio calvario existencial y tiene proyectos por cumplir en el porvenir, si este se aparece algún día por su ventana y se atreve a introducirse por la puerta.

La dama en cuestión asegura que le gusta su estilo de vida, aislada de la ciudad, de sus familiares, pues es así como, según ella, encuentra la tranquilidad, a la vez que también destruye y construye su mundo cotidianamente a través de sus actos y sus propias emociones.

Tanto su hija como su madre viven en Los Mochis, Sinaloa, pues no le alcanzó para pagar el alquiler de una casita que habitaban en la capital sonorense, según sus propias palabras. Aunque desea verlas tiene que aguantarse las ganas hasta mejores tiempos venideros por falta de dinero.

Su proyecto personal a corto plazo es vender café, refrescos y comida a los traileros, pero sin practicar el oficio más viejo del mundo y sin vender droga, como ella afirma que la mayoría de los que viven en el lugar lo hacen y lo ven ya como algo normal en sus infelices vidas.

Le gusta sentarse en una vieja silla de madera, en el sitio de la vivienda que hace las veces del pórtico, frente a la carretera internacional, para contemplar en la nostalgia cada vehículo que pasa, pues el movimiento de los carros le representa el vaivén de las olas desbocadas que el mar suelta a pasear cada atardecer.

Ya entrada en la charla, «Lupita» confiesa que le gusta ese tipo de vida porque desde niña la acostumbraron al contacto diario con la carretera, pues vivió muchos años con una de sus tías en un paraje denominado Los Pocitos que se localiza entre Hermosillo y Guaymas.

En cada carro que raudo y veloz se aleja, se acomodan sus fugaces sueños, sus pensamientos y paradójicamente hasta sus tristezas, pero ella no se inmuta y posa sus negros ojos sobre el horizonte, un horizonte misterioso, indescriptible, engañoso y poco amigable.

Por ahora, el tiempo es su único e inseparable compañero, que a la postre se convertirá en su mejor amigo o en su peor enemigo, a través del cual habrá de celebrar hazañas futuras o lamentar fracasos pretéritos, pero siempre, sentada en su mecedora, en el porche de su cachimba, contemplando la autopista de la vida.

Fuente: Con informacion de Dossier Político

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