Encuentro académico organizado por el Instituto de Investigaciones Filológicas.
A lo largo de la historia, las obras maestras de la literatura consiguen trascender a su tiempo no sólo por lo que nos cuentan, sino por una serie de cuestiones que se incrustan y se quedan a vivir para siempre en nuestras mentes, afirmó la coordinadora de Humanidades de la UNAM, Guadalupe Valencia García.
Gracias a obras como Rayuela, de Julio Cortázar, “hemos aprendido diversas formas de entender y relacionarnos con el mundo ficticio y el real, e identificarnos con los héroes de las historias”, añadió la universitaria.
Al inaugurar el Coloquio Instrucciones para volver a jugar: Rayuela 60 años, recalcó que el Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFl), “nuestra dependencia especializada en literatura, lingüística, entre otros aspectos, siempre atenta a fechas relevantes”, rinde homenaje a esa que es una de las novelas más importantes del boom latinoamericano.
En otras ocasiones, detalló, lo hizo con obras cardinales de la literatura mexicana. Tal fue el caso de los 60 años de El llano en llamas, de Juan Rulfo, o los 50 de La región más transparente, de Carlos Fuentes.
Hoy conmemoramos seis décadas de la publicación de la máxima novela cortazariana, con la conciencia de que a lo largo de este tiempo su recepción se ha modificado, de acuerdo con el contexto que vive cada generación, aclaró.
Quienes leen por primera vez esta extraordinaria novela, más allá de intentar comprender los vericuetos filosóficos, literarios y demás sutilezas intelectuales, tienen la posibilidad de entrar en un laberinto, un excitante juego que señala infinidad de caminos para el lector minotauro, mediante las remisiones que ahora conocemos, y que en 1963 causaron revuelo e, incluso, exasperación, detalló.
Asimismo, desde el primer acercamiento a la novela, los lectores conocen y se encariñan con los personajes, pero también se molestan y se compadecen de ellos, como de Oliveira y La Maga, igual que le ocurrió al propio editor de la novela.
Muchas cuestiones de la obra serán abordadas por 16 especialistas en este Coloquio a lo largo de dos jornadas de trabajo, donde se desentrañarán las claves de lectura del nuevo siglo, que no necesariamente coincidirán con las de hace seis décadas, aunque el espíritu del juego en el libro seguirá intacto, finalizó la coordinadora.
Ha sido estudiada bajo todas las perspectivas posibles, amada por unos, criticada por otros, y nunca leída con indiferencia”: Raquel Mosqueda
David García Pérez, director del IIFl, agradeció a los organizadores el interés por este Coloquio en el que se recuerda una de las novelas emblemáticas de la literatura latinoamericana del siglo XX y más allá de este continente, en muchos sentidos.
La novela debió ser para los lectores de principios de la década de 1960 una novedad en muchos sentidos, porque significaba esa renovación, esa manera de experimentar una estructura narrativa compleja. La novedad de Rayuela es “esa modernidad anclada en una tradición literaria de un siglo atrás”.
Para muchos, abundó, Cortázar es el gran escritor que juega y da a sus entrevistadores pistas que uno se pregunta si son realmente la inspiración o la clave para leer sus cuentos o novelas, “pero eso se lo llevó a la tumba”. El asunto era hacer de la lectura un ejercicio lúdico.
Hoy, en esta época hipertecnologizada, “nos hacen falta más Cortázar”, y añoramos las calles llenas de niños jugando al avión y lectores que puedan ejercer la libertad que solamente se encuentra en la literatura.
Raquel Mosqueda Rivera, cocoordinadora del Coloquio, refirió que la obra que nos convoca ha sido estudiada bajo, todas las perspectivas posibles, amada por unos, criticada por otros, y nunca leída con indiferencia.
Para muchos ha envejecido; la riqueza de perspectivas sobre Rayuela que se abordará en el Coloquio parece desmentir tal dicho, expuso la académica en el auditorio del Instituto de Investigaciones Filológicas.
No es rayuela el nombre con el que este juego infantil se conoce en México, sino con el de avión; tampoco llegar a la casilla 10 significa alcanzar el cielo. “Al menos ese no era el sentido con el que los niños de la cuadra nos equilibrábamos en un pie y lanzábamos las tejas de papel mojado. Para nosotros se trataba de volar sobre esos trazos de gis”.
Ya sea para alcanzar el cielo o para echarse a volar, “los invitamos a que se arriesguen a perder el equilibrio, a desafiar las instrucciones y se dejen conquistar por el placer de volver a jugar y adentrarse una vez más en Rayuela”, concluyó Mosqueda.