“Mientras nuestros compañeros celebraran en sus casas con sus familias, como todo mundo y como Dios manda, los dos ‘guardias’ estaban muy atentos a cualquier hecho noticioso”.
POR GERARDO GALARZA
Es un lugar común decir y saber que las grandes ciudades nunca duermen. Y la de México y sus municipios conurbados en una de las grandes urbes de este mundo nuestro.
Quienes aquí vivimos o vivimos en algún momento estamos absolutamente ciertos que nuestra chilanga ciudad nunca duerme.
Y si, por simple lógica, nuestra ciudad nunca duerme, es por obra y gracia de quienes viven y transitan en ella a lo largo de 24 horas al día todos los días.
Es imposible pensar en una ciudad donde, en las horas de la noche y la madrugada, por simple ejemplo, no haya enfermeras y médicos que atiendan a pacientes graves o en recuperación en hospitales públicos y privados; bomberos listos para apagar cualquier fuego, meseros que sirven a los comensales retrasados -muchos de ellos ebrios- en restaurantes de postín (así se decía antes) o en cantinas o fondas que ya deben cerrar; panaderos que hacen para pan para que salga caliente a la venta; taxistas que llevan a los desvelados a sus casas; aquellos que limpian los grandes centros comerciales que a la mañana siguiente abrirán relucientes; los que hacen los periódicos y los reparten y venden, y los noticiarios de radio y televisión matutinos; quienes limpian las calles; los taqueros que velan por aquellos que vienen de la parranda; empleados de las funerarias; ministerios públicos y peritos que recogen cadáveres; talacheros que cambian llantas, y lo que usted sepa, quiera agregar o imaginar.
Las grandes urbes nunca duermen. Ni siquiera en Navidad o Año Nuevo.
¿Alguna vez usted ha imaginado que las noches de Nochebuena-Navidad y Año Viejo-Año Nuevo haya quienes trabajan para que su ciudad siga funcionando?
No, seguramente, pero son muchos quienes lo hacen…
Y es muy complicado, desesperante y triste darse cuenta de ello cuando uno está a media calle las medias noches del 24 de diciembre y la del 31 de diciembre, mientras los demás celebran las fiestas familiares por antonomasia, mucho más allá de los cumpleaños.
Pues sí, hay quienes trabajan esas noches.
El escribidor fue uno de ellos.
Ni lo sabía ni lo imaginaba.
Hace 45 años, lo hizo.
Sin querer. ¡Vamos!, sin pensarlo.
Ni siquiera sabía de su obligación.
El escribidor era el más joven, el novato, el “hueso”, en la redacción de la agencia informativa CISA, de la revista Proceso, como parte de sus prácticas profesionales del último semestre de su carrera universitaria. Y no sabía, aunque soñaba, que ya trabajaba ahí.
Así fue como en las órdenes de información para los reporteros de esa agencia, en la semana que abarcaba el 24 de diciembre y 31 de diciembre del 1978, su apellido apareció por vez primera en aquellas hojas de papel revolución que se colocaban en el tablero de avisos, como responsable de la guardia nocturna.
No pensó en reclamar. Una orden de trabajo era eso: una orden de trabajo.
Aunque fue hace tiempo no recuerdo ninguna noticia digna de estar en la primera plana de los periódicos del 25 diciembre de 1978 o del 1º de enero de 1979, así fuera de cualquier periódico de provincia. Vamos ni siquiera de algún evento deportivo importante. Quizás las fotografías de los fuegos pirotécnicos de las celebraciones. Fueron días y noches de fiesta, de gozo o cuando menos distracción en y para la mayoría del mundo.
Pero, había que estar ahí en la Redacción de la calle de Fresas # 13, en el corazón de la colonia Del Valle, junto con un compañero que hacía las trasmisiones a los medios de información clientes de CISA, a través de dos télex. Algunos de ustedes ignoran, pero en ese entonces -no tan lejano, aunque así se crea- no había ni siquiera telefax, mucho menos internet. ¡Vamos! tampoco las computadoras de uso comercial. Había télex, unas máquinas maravillosas que “leían” una cinta amarilla “picada” previamente para transmitir palabras en ellas grabadas.
El caso es que mientras nuestros compañeros celebraran en sus casas con sus familias, como todo mundo y como Dios manda, los dos “guardias” estaban muy atentos a cualquier hecho noticioso que podría ocurrir en la ciudad, en el país o en el mundo (en este caso a través de agencias de noticias internacionales, que transmitían de la misma forma).
Es de reconocerse que aquel día el jefe de información se portó generoso y decidió que esas dos noches “el cierre” de las transmisiones fuera a las 12 de la noche y no a la una de la mañana, como era costumbre.
Salir a la calle a la medianoche era posible entonces, no sin riesgos ni precauciones, pero no se llegaba al terror.
Recorrí caminando toda la calle de Fresas rumbo a la avenida Félix Cuevas hasta la parada del trolebús frente al café Vips, que estaba frente a la entrada de la entonces tienda De Todo, en espera de ese vehículo rumbo a la calzada de Tlalpan y ahí conseguir un taxi que me llevara al departamento, abandonado desde días antes por mis compañeros -hoy llamados “roomies” o algo así- para pasar la fiesta con sus familias en Guanajuato. Pues sí, también hay operadores de transporte público trabajando en las noches…
Sí, fue difícil pasar en soledad las noches de fiesta de Navidad y Año Nuevo, las primeras y tal vez únicas en la vida. El oficio lo exigió, como los oficios y profesiones de muchos, tal vez miles de otros, que esa misma noche tuvieron que trabajar porque así se requería.
Ninguna queja y sí un gozo vital posterior, que sobrevive,
En la siguientes semanas, mi apellido siguió apareciendo en aquellas órdenes de trabajo. Un buen día, en la segunda semana de febrero de 1979, cuando muchos de mis compañeros entregaban sus recibos de cobro salarial, el jefe de información suplente me preguntó:
-Y tú, ¿ya entregaste tu recibo?
-No. No sabía que había que entregarlo.
-O sea, nunca has cobrado. ¿Desde cuándo trabajas aquí?
-No, nunca. Llegué el 29 de noviembre a prácticas profesionales.
-Mmmm. Consíguete un recibo de honorarios, pregunta cuánto ganan tus compañeros de la “guardia” y entrégalo. Por lo pronto cobra un mes y luego ya vemos. Yo lo autorizo.
Así recibí mi primer salario como reportero profesional. Antes había hecho periodismo juvenil, pueblerino, estudiantil, durante más de siete años sin recibir ni reclamar salario alguno.
Fue el mejor regalo de Navidad, aunque lo haya recibido en febrero. Supe entonces que ya podía presumir que trabajaba en la agencia noticiosa de la revista Proceso. Como reportero no podía haber ni hubo mejor regalo. Además, tres semanas antes a la misma Redacción había llegado para ayudar informativamente con la visita del papa Juan Pablo II, Sonia Elizabet Morales, sin imaginar entonces -dice el clásico lugar común- que viviríamos la vida juntos.
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