POR: Elvira García
La pista sonora de El Grito, documental prohibido por la censura durante años porque muestra la crueldad de la matanza en Tlatelolco 1968; los audios que registran la toma de las instalaciones de Ciudad Universitaria por parte del ejército ese mismo año; la grabación de la serie: Voz Viva de México, que retuvo las voces de los más grandes poetas y escritores latinoamericanos; las pistas musicales para películas de Alfredo Jozkowicz, y documentales de Oscar Menéndez, como México Bárbaro; las cintas con efectos y música para obras de Héctor Mendoza, Julio Castillo, Luis de Tavira y José Caballero, fueron algunos de los deslumbrantes trabajos que creó un hombre humilde y talentoso: el ingeniero Rodolfo Sánchez Alvarado, quien falleció en febrero de 2024, y merecía la Medalla Belisario Domínguez.
Durante más de medio siglo, Sánchez Alvarado hizo tareas de excelente factura para la radio, la televisión, el cine de ficción y el documental; además, puso su talento y entusiasmo en la recopilación de campo, la grabación y recreación de sonidos callejeros, cantos y música ritual, para luego crear pistas de efectos y sonidos que “vistieron” la escena teatral y dancística, magistralmente. Por esas y otras razones, el año 2023 un grupo de ciudadanos propusimos al ingeniero de sonido Rodolfo Sánchez Alvarado como candidato a la Medalla Belisario Domínguez.
Pero, por razones desconocidas, el Senado de la República, hasta hoy, no ha informado por qué no ha otorgado las preseas correspondientes a los años 2020, 2023 y 2024. La última entrega fue a la periodista Elena Poniatowska, en 2022. El grupo que promueve la candidatura de Sánchez Alvarado está encabezado por Benito Taibo, titular de Radio UNAM, y cuenta con el aval y apoyo de Luis de Tavira, José Caballero, Mauricio García Lozano, Alberto Rosas, Luis Lavalle Tomassi y Carmen Bermejo Ávila, viuda de Fernando Diez de Urdanivia, así como de buena parte de la comunidad dancística mexicana. Enviamos la propuesta, convencidos que nuestro querido amigo reunía la trayectoria profesional y los méritos artísticos suficientes para hacerse merecedor de esa condecoración, pues le heredó a México un cúmulo de sonidos y cantos a punto de desaparecer, si no ya inexistentes, así como un acervo invaluable de rescates sonoros.
Anhelábamos que se le otorgara en vida, conscientes de la edad y el deterioro físico del ingeniero Sánchez Alvarado, quien para marzo de 2023 —fecha en que enviamos la documentación al Senado— estaba a dos meses de cumplir 86 años de edad. Esperanzados de que la obtuviera pasamos ese 2023, y llegamos a 2024, deseando esa buena noticia, que no llegó. Lo que sí ocurrió fue la muerte de Rodolfo en febrero de 2024. Todavía hoy creemos que sería muy valioso que el Senado de la República le otorgara post mortem la Belisario Domínguez.
Alejado del mundanal ruido, que no del sonido, Rodolfo pasó sus últimos años viviendo en el campo, en un pequeño pueblo cercano a Coatepec, Veracruz. No tenía celular, le molestaba, y su teléfono fijo no siempre lo escuchaba. Cuando en 2009 quemó sus naves y se fue hacia aquel rincón de México, Sánchez Alvarado trasladó sus equipos de grabación, edición y reproducción; sus consolas, sus discos de pasta y sus compactos. Su intención era trabajar para la escena teatral y dancística de la Universidad Veracruzana, pero ésta no se interesó en su propuesta sonora.
Así, corrieron los años y sus equipos técnicos envejecieron con él, hasta quedar obsoletos. Sin trabajo, sin mayor contacto con directores como Luis de Tavira, que tanto recurrió a él para hacer más exitosas sus célebres puestas en escena, el maestro Sánchez Alvarado fue deslizándose hacia la soledad, acompañado sólo por dos personas de la localidad que le ayudaron en la vida doméstica, hasta sus últimos momentos.
Antes de su fallecimiento, logré hablar con él para darle la noticia de que lo habíamos propuesto a la Medalla Belisario Domínguez; le emocionó la idea y, en su infinita humildad, me dijo que creía no merecerla. Pero somos muchísimos los que sabemos que sí, porque tenía el don para amar los sonidos y se propuso rescatarlos. Desde los años sesenta y setenta salía a las calles para escucharlas resonar; armado con una grabadora Nagra, y escondiendo el micrófono en el bolsillo de su saco, retenía el bullicio citadino, los músicos callejeros, el cilindro, el organillo, los cantos rituales de los pueblos indígenas, los cohetes en las fiestas del pueblo, los pregones de los vendedores; los cantos religiosos en los templos, y cientos de sonidos y murmullos más.
Rodolfo construía mundos con esos sonidos; por eso lo llamaron los grandes directores teatrales para que “vistiera” sonoramente sus piezas. Así, con su puro oído y su intuición, creó una disciplina cuasi musical: la escenofonía. Así la bautizó y la enseñó a sus ayudantes, que hoy son los nuevos escenófonos.
Sánchez Alvarado nació y creció en un hogar de escasos recursos; fue un joven que sólo cursó hasta la preparatoria; un día de 1959 llegó por casualidad a Radio UNAM y, al entrar a la emisora —ubicada entonces en San Ildefonso—, se enamoró de lo que allí escuchó y vio. De inmediato pidió empleo, y se lo dieron, sin saber nada del oficio. De oído se empezó a formar como ingeniero de sonido en la emisora universitaria, a la que ingresó a los 17 años de edad, y de la que se jubiló a principios del siglo XXI, después de medio siglo de trabajar allí.
Sus pistas para la escena teatral son grandes joyas. A través de ellas, en la oscuridad de una sala teatral podía hacernos sentir que un mar embravecido o en calma nos rodeaba; con voces guturales y efectos nos convencía que un león o un tigre estaba cerca, acechándonos. En la oscuridad del teatro, ese hombre hacía vibrar al público con el sonido de unos fuertes pasos aproximándose, o a través de un aguacero pertinaz; por igual lograba envolvernos en una atmósfera de paz o dulzura a partir de una mezcla de música y efectos cadenciosos.
Rodolfo Sánchez Alvarado nació el 10 de mayo de 1937. Y desde la humildad de su hogar de nacimiento, ascendió como el singular y único creador que vestía la escena teatral, dancística y el radioteatro con todo eso que su imaginación ilimitada le dictaba. Así, de la nada, apenas con sus manos, su oído y sus grabadoras, hizo nacer la escenofonía, que es hoy herramienta fundamental para las artes escénicas, y una nueva disciplina artística.
Sánchez Alvarado consideraba sus escenofonías un divertimento, no un trabajo; las gozaba en serio, y se desvelaba puliendo o haciendo brillar un sonido durante horas y horas. Por eso, como dije, lo contrataron los grandes directores mexicanos: desde Héctor Mendoza, Julio Castillo, Luis de Tavira, hasta los jóvenes a inicios del siglo XXI: José Caballero, Antonio Crestani, Luis Moncada, José Luis Cruz, Enrique Singer; así como coreógrafas como Guillermina Bravo, Rossana Filomarino y Pilar Mediana, por mencionar algunas.
Durante los últimos años que trabajó en Radio UNAM, fue haciendo su propia selección de la música y las voces de creadores que más le marcaron; eran sus tesoros; a mí me compartió algunos. Con esos tesoros se fue a vivir al campo; escuchándolos, se sentía acompañado, y viajaba lejos. Fueron esos sonidos, esos discos de pasta, esas voces, las que lo acompañaron en sus últimos momentos.