Francisco Prieto
Acabo de terminar la lectura de Spinoza en el parque México, de Enrique Krauze. Decir que he terminado la lectura es un decir. Creo que esta obra me acompañará durante el tiempo que me quede de vida. Según lo leía, me iba metiendo en mí mismo, haciendo pausas que me inoculaban vida. Lo leí con la emoción de pronto suspendida cual suele suceder cuando viajamos a lo largo de una gran novela. En estos tiempos que padecemos, repasar nuestra historia a partir de lo vivido es una vía para recuperar el gusto por la existencia. Los que tenemos 80, 70, 60 años disfrutaremos mucho este libro; Krauze es como un Virgilio amable que nos acompaña en el camino, encuentros y acaso desencuentros y éstos que invitan a la relectura, que nos llevan a un silencio animado. El cristiano no cristiano comprende, por analogía, al judío no judío y como bien enseñó Ortega ser liberal es, en la raíz, más allá de un más o menos en economía y política, una actitud radical ante la vida. Spinoza en el parque hundido no es uno de esos libros que pasan; una obra que aquí y ahora dice mucho, nos dice mucho.
