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SUCESIÓN EN EL VATICANO

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SENTIDO COMÚN

Gabriel García-Márquez

LA SUCESIÓN DEL PAPA FRANCISCO Y EL FUTURO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La noticia de la muerte del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) el pasado 21 de abril de 2025 ha sacudido al mundo entero. Aunque se había reportado una mejoría en su salud luego de su última hospitalización a finales de marzo, su fallecimiento tomó por sorpresa tanto a fieles como a líderes políticos, sociales y religiosos de todo el planeta. Francisco, el primer Papa latinoamericano de la historia, deja un legado fuerte y complejo, caracterizado por su cercanía con los pobres, su impulso al diálogo interreligioso y su lucha por una Iglesia más humana y empática.

EL RITUAL DEL RELEVO: CÓNCLAVE, TRADICIÓN Y PODER

Desde el anuncio oficial de su muerte, se activó el protocolo vaticano de sede vacante, un proceso riguroso y profundamente simbólico que se ejecuta al fallecer un Pontífice.

El Camarlengo, figura clave en este periodo, es el encargado de certificar oficialmente la muerte del Papa, sellar su habitación y organizar todo lo necesario para el funeral y el Cónclave. En este caso, el actual Camarlengo será el rostro visible de la Santa Sede hasta la elección del nuevo sucesor de San Pedro.

Los funerales del Papa Francisco se realizarán en la Plaza de San Pedro, y como dicta la tradición, abarcarán nueve días de luto. Se espera la asistencia de jefes de Estado, dignatarios de todas las religiones, y miles de fieles de todo el mundo que acudirán al Vaticano para despedir al Papa que cambió el tono de la Iglesia en el siglo XXI.

Pasado este tiempo de duelo, entre el día 15 y el 20 tras la muerte del Papa, es decir, entre el 6 y el 11 de mayo de 2025 se convocará al Cónclave, esa reunión a puerta cerrada del Colegio Cardenalicio encargado de elegir al nuevo Papa. 135 cardenales con derecho a voto, todos menores de 80 años, se reunirán bajo estricto aislamiento en la Capilla Sixtina.

Durante los días que dure el Cónclave, no podrán comunicarse con el exterior. La elección requiere una mayoría calificada: dos terceras partes de los votos.

No hay una duración establecida: el Cónclave puede resolverse en un solo día o prolongarse durante semanas.

En tiempos recientes, el Cónclave de 2013, que eligió a Francisco, duró 48 horas; el de Benedicto XVI, en 2005, también dos días; el de Juan Pablo II, en 1978, 12 días; y el de Juan Pablo I, ese mismo año, apenas tres días.

LA DEUDA PENDIENTE DE LA IGLESIA CATÓLICA CON LAS MUJERES

Este contexto ceremonial y geopolítico da lugar a múltiples especulaciones. ¿Será el próximo Papa un italiano, como lo fueron tradicionalmente? ¿Será africano, el llamado “Papa negro”? ¿O un estadounidense?, lo que sería inédito y políticamente simbólico.

Lo cierto es que desde Paulo VI, en 1963, hemos tenido Papas de Italia (Juan Pablo I), Polonia (Juan Pablo II), Alemania (Benedicto XVI) y Argentina (Francisco).

Pero hay una diversidad que sigue siendo negada: la de género. En pleno 2025, la Iglesia Católica mantiene el sacerdocio y el papado exclusivamente para hombres.

La tradición apostólica, la representación teológica de Cristo como varón y la doctrina sobre la autoridad sacramental han sido los principales argumentos para excluir a las mujeres.

Pero en un mundo donde el principio de igualdad ya no es negociable, esta postura resulta cada vez más insostenible.

Muchas mujeres en la Iglesia tienen vocación, formación teológica, liderazgo espiritual y un profundo deseo de servir. ¿Por qué negarles la posibilidad de presidir una misa, de escuchar confesiones, de administrar sacramentos? ¿Por qué seguir excluyéndolas del proceso mismo que hoy inicia, el de elegir a quien encabezará la Iglesia?

La muerte del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) no solo abre una etapa de transición. Abre también una grieta por donde puede entrar, al fin, la luz de la transformación.

ACÁ ENTRE NOS

Y es precisamente en medio de este clima de incertidumbre y reflexión que resulta sorprendentemente oportuna la aparición de la película “Cónclave”, recientemente estrenada en cines.

La cinta, que en un principio parecía una ficción alejada de la realidad, ahora se convierte en una proyección casi profética: narra el proceso posterior a la muerte de un Papa ficticio y los acontecimientos secretos del Cónclave en el que, contra todo pronóstico, termina siendo electo un Papa hermafrodita (Lo siento por el spoileo, pero era inevitable).

La película no solo plantea preguntas incómodas sobre el poder, el dogma y la identidad, sino que además pone sobre la mesa temas que la Iglesia real todavía evita abordar. “Cónclave” llega en el momento justo, desafiando los límites de la imaginación, pero tocando fibras reales: ¿qué pasaría si el próximo Papa no respondiera al modelo tradicional? ¿Está el mundo católico preparado para una transformación profunda, incluso simbólicamente revolucionaria?

Quizá aún estemos lejos de ver una mujer o una persona no binaria vestida de blanco asomada al balcón de San Pedro anunciando su elección. Pero el debate ya no puede posponerse más. Si la Iglesia quiere ser verdaderamente universal, si quiere responder a los desafíos del mundo contemporáneo con coherencia y justicia, debe atreverse a repensar lo impensable.

La muerte de Francisco no solo abre una etapa de transición. Abre también una grieta por donde puede entrar, al fin, la luz de la transformación. Porque elegir un nuevo Papa será siempre un acto trascendente, pero más aún lo sería abrir el camino para que alguna vez, esa elección también pueda incluir a una mujer o a quien represente una nueva mirada de fe, amor e inclusión.

Por eso, recomiendo sinceramente a los lectores que vean “Cónclave”. No solo por su valor cinematográfico, sino porque puede ayudarnos a pensar, cuestionar y entender mejor lo que está en juego en este momento tan delicado para el Vaticano y para la comunidad católica mundial.

Es una película que provoca, que invita al diálogo y que, sin pretender dar respuestas definitivas, abre la mente y el corazón a nuevas posibilidades.

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