Convoy, columna, reata. Varios son los sinónimos para el concepto de caravana, fenómeno de creciente actualidad en los últimos tiempos. Además que se repiten como algo extremadamente ineficaz ante la comunicación ubicua de internet en cualquier punto del planeta. Así que, ¿para qué emprender la expedición de una muchedumbre si el mensaje puede llegar en menos de un segundo?
El domingo pasado arribó al zócalo de la ciudad capital la “Caravana por la Paz en México”, encabezada por la familia LeBaron-Langford y el movimiento que encabeza el poeta cristiano Javier Sicilia. Habían partido de la ciudad de Cuernavaca, dos días atrás, en una movilización anunciada desde mediados de noviembre, una vez consumada la masacre que costó la vida a nueve familiares de aquel clan (tres mujeres y seis niños) que desde hace décadas se establecieron en distintas rancherías en los lindes de Sonora y Chihuahua.
La caravana pretendía cambiar la actitud del gobierno sobre la necesidad de asumir una agenda de pacificación nacional, encaminada obviamente al control de las distintas mafias que se han apoderado de no pocos rincones del territorio nacional. Más de 500 personas fueron las que integraron la referida “caravana”, ascendiendo por la autopista de Cuernavaca, y que sería atendida por los representantes del legislativo y el Palacio de Gobierno, cosa que no ocurrió.
De pronto pareciera que estamos hablando de una de aquellas legendarias caravanas atravesando el desierto en el corazón de Arabia. Las familias, los guías, la carga de esencias y dátiles meciéndose en lo alto de los camellos desafiando las tormentas del “riaj”, que le llaman, y que amenaza con sepultarlos bajo toneladas de arena.
Otras son las caravanas del sur. Estacionalmente, desde hace un año, los centroamericanos desplazados por la violencia –no por “el hambre”– que impera en el triángulo rojo de aquel istmo (Guatemala, Honduras y El Salvador) se organizan para emprender marchas multitudinarias que buscarían llegar a territorio de los Estados Unidos, como si se tratase de la panacea planetaria. Pero como esas romerías se han transformado en espectáculos mediáticos en los que imperan los vituperios, los empujones y el escándalo de la policía ejerciendo su función, el gobierno de míster Trump ha descubierto una mina de oro política para reforzar sus postulados xenofóbicos.
De hecho su demanda inicial, aquella de erigir un muro a lo largo de la frontera con México –a fin de contener a los emigrantes descontrolados– ha derivado en otra exigencia más eficaz y económica: que sea México (en su frontera sur) el verdadero “muro” que detenga a los miles de migrantes exasperados. Iniciativa, por cierto, del todo exitosa pues la Guardia Nacional, creada inicialmente para el combate al crimen organizado, se ha convertido en buena medida en agencia de control migratorio, de modo que la construcción del manido “muro“ ha quedado relegado en la agenda de Donald Trump.
Así pues queda la pregunta en el aire: ¿tienen sentido unas y otras “caravanas”, conociendo de entrada que sus demandas y objetivos no tendrán mayor eficacia? La masacre en los alrededores de Bavispe, Sonora, que fue del todo ignominiosa, sigue en el aire a la espera de la captura, la consignación y castigo de los sicarios que cometieron la masacre. Dos meses han pasado ya sin que se sepa del pleno cumplimiento de la justicia en el caso. Lo mismo que gravita en torno al movimiento encabezado por el poeta Sicilia, cuyo hijo Juan Francisco fue asesinado de manera infame en marzo de 2011.
En silencio marchan las caravanas. Alguien diría, en “silencio estruendoso”, sin que logren su cometido. Como si tragadas por las arenas movedizas, la retórica de los magistrados y el palabrerío machucón de los locutores. Entonces marchar está ya no teniendo sentido, y los expedicionarios extinguiéndose de fatigas bajo el sol, qué; ¿deberán mejor ingresar en la parroquia para dirigir sus plegarias a un mejor interlocutor? La travesía en el desierto que inicia cada de cuando en cuando. Y lo demás, que sea un espejismo sin futuro.
Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.