Elvira García
Para Isa y Juz
Ute Lemper (Münster, Alemania, 1963) conoce el valor de la voz desde niña. Su madre fue cantante de ópera. A los nueve de edad, Ute ya estudiaba danza y piano. Ha trabajado con coreógrafos como Maurice Béjart y Piana Bausch.
A sus 19 de edad, la participación en la revista musical Cats la catapultó.
A partir de tan memorable fecha, algo así como 1982, Ute abrazó ese género llamado cabaret, en el que cabe mucho de todo.
Ute Lemper ha cantado varias veces en México. Y, cada vez que lo hace, es como si fuese la primera: se entrega toda. Transmite una emoción, una generosidad y un respeto al público que la hacen inolvidable. Tal vez por eso, quedó en mí, indeleble, la primera vez
que fui a verla, al Palacio de Bellas Artes, allá por los años noventa.
Este septiembre del 2022 en que Lemper visitó nuestra ciudad capital, parece todavía la chica que en aquellos años noventa no había cumplido treinta de edad. El elíxir de su juventud es, sin duda, estar en el escenario, y cantar. Conserva esa suavidad, la felina
levedad de movimientos sensuales y rotundos, a la par que muestra el par de perfectas piernas largas de la bailarina que también es; y las mueve como el metrónomo que lleva el ritmo de su cuerpo y acompasa su voz.
Con todo ello, y unos arreglos musicales de puesta en escena teatral, Ute se echó nuevamente a la bolsa a los mexicanos que pudimos fascinarnos de nuevo con toda ella, y su suave hablar español; brindó dos funciones en la Sala Nezahualcóyotl, de la UNAM, el 10 y 11 de septiembre del 2022. Iván López Reynoso, el jovencísimo, sencillo y talentoso director huésped de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, hizo la dupla perfecta de Ute Lemper, llevando por buen rumbo la sonoridad de la agrupación universitaria.
En el escenario mexicano, Ute Lemper se quita y pone el sombrero hongo que conserva desde hace dos décadas, usa esa écharpe roja, que luego deja caer, así, al piso, con la suavidad del desenfado, mientras su cuerpo, dentro del largo vestido azul y rojo nos
transporta a la República de Weimar de los años veinte y treinta del siglo pasado. Revive a Kurt Weill, el escritor de canciones y poemas con carga política y social; nos trae a Marguerite Monnot, la pianista francesa más conocida por ser la compositora cuyas letras más cantara Edith Piaf; rememora a John Kander, compositor estadounidense del género musical, conocido mundialmente por sus obras: Cabaret (1966), y Chicago (1976); Ute Lemper tendría tres y trece años, respectivamente, cuando en Broadway ocurría el estreno y el éxito de estos musicales; y rondaba los veinte de edad cuando Liza Minelli, y luego Frank Sinatra le daban voz y fama a New York, New York, escrita por Fred Ebb, con música de Kander. Este creador, Kander, increíblemente, vive aún y tiene ¡95 de edad!
Ute Lemper también es francesa y norteamericana; estuvo unos años en París, antes de mudarse definitivamente a Nueva York. Y a propósito de no residir más en Alemania, alguna vez declaró -aunque a veces quisiera olvidar que lo dijo- que no deseaba estar ahí,
en esa tierra suya, pues no quería encontrarse más en la calle con “algunos asesinos nazis”.
Y, decia yo que es francesa, o tiene un gran corazón francés: no sólo canta piezas de Georges Moustaki, el hermoso. También hace revivir al nostálgico, solitario y triste belga, Jacques Brel, una de cuyas obras tal vez más dramática, dolorosa y conocida es: Ne me
quitte pas. Y la sorpresa de la tarde del domingo es asomarnos a la Lemper de corazón latinoamericano, la Ute que conoce mucho de la obra gigantesca de Astor Piazzola, y nos canta: Yo soy María, y Che, tango che. El público, ya estaba encarrerado en la nostalgia de
Piazzola, pero Ute Lemper decide dar un giro y cerrar su concierto con lo suyo, suyo; el género de comedia musical. Y canta: All that jazz, el texto escrito por Fred Ebb, quien siempre hizo dupla con el longevo compositor John Kander.
Dos encores, tres, nos regala Ute Lemper quien ha hecho una sinergia con la orquesta y sus solistas, fundiéndose en ellos. Bajo la batuta de López Reynoso, no hay sección de la orquesta que no brille, pero destacaría yo al pianista Vana Gierig, a Miguel
Rodríguez en el bajo, a Carlos Chávez en la batería y Omán Kaminsky en la guitarra y el banjo; además de los brillantes saxofonistas de esta agrupación. El final es un largo, intenso, nutrido aplauso a Ute Lemper, a Iván López Reynoso, quien baila mientras dirige su orquesta; y yo digo que también la ovación es para esta sala de magnífica acústica, una de las mejores en Latinoamérica, que ha permitido que la fuerza y la suavidad de la voz de Ute Lemper, viaje a los confines de otros territorios.
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