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Elizebeth Friedman, la lingüista apasionada de Shakespeare que se convirtió en criptógrafa y atrapó contrabandistas y nazis

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Mujeres conciencia

Comienzo este artículo clamando porque no haya una película que cuente la apasionante vida de Elizebeth Friedman, ¡¿cómo es posible?! Esta americana, nacida en una familia cuáquera, es una desconocida para mucha gente porque hombres poderosos obviaron su nombre al contar su parte de la historia del siglo XX, y eso no solo es una flagrante injusticia sino que además nos ha privado de un personaje digno de protagonizar una película de intrigas y espías.

Empecemos por el principio. En 1892 nació en Huntington, Indiana, Elizebeth Smith, novena y última hija de un banquero y político cuáquero. La original versión de su nombre, Elizebeth en vez de Elizabeth se debe a que su madre se negaba a que su hija terminase siendo conocida como Eliza, un diminutivo habitual de su nombre. Desde pequeña fue una persona con mucha energía y opiniones contundentes, con muy poca paciencia para la ignorancia y la estupidez.

De la pasión por Shakespeare al descifrado de códigos

Solo ella y otro de sus hermanos pudieron recibir una formación completa. Tras terminar la educación básica se graduó en Literatura inglesa en el Hillsdale College de Michigan. Le interesaban los idiomas así que además estudió latín, griego y alemán. Cuando terminó los estudios fue directora de un instituto al menos un año, y después entró a trabajar en la Biblioteca de Investigación Newberry de Chicago, probablemente atraída por un documento original del escritor inglés William Shakespeare que la biblioteca custodiaba. Elizebeth era una apasionada y una gran conocedora del dramaturgo británico.

Y fue precisamente ese amplio conocimiento de su obra lo que la llevó a encontrarse en su siguiente y peculiar trabajo. En 1916, cuando trabajaba en Newberry fue reclutada por el estrafalario millonario George Fabyan que había fundado Riverbank, una especie de laboratorios de investigación multidisciplinares, y que se hacía llamar Coronel Fabyan, aunque realmente nunca fue militar. Fabyan, un adinerado hombre de negocios de la industria textil, estaba convencido de que toda la obra de Shakespeare había sido escrita en realidad por Francis Bacon, un filósofo contemporáneo del escritor, y que en los textos estaban las claves dejadas por Bacon para descubrir la verdad.William y Elizebeth Friedman. Wikimedia Commons.

A las órdenes de Fabyan, Elizebeth se unió a un equipo variado pero muy competente: traductores, tipógrafos, ingenieros, especialistas en acústica y un estudiante de genética. También conoció allí a William Friedman, con quien se casaría en 1917 y con quien llevaría a cabo gran parte de su trabajo a partir de ese momento: Riverbank fue uno de los primeros lugares en los que se estudió e impulsó la criptología, el descifrado de claves para interceptar mensajes secretos.

A la caza de contrabandistas durante la ley seca

En 1921, el matrimonio Friedman se trasladó a Washington para poner sus habilidades y conocimientos al servicio del Departamento de Guerra y en 1923 pasaron a estar contratados por la Marina y después por la Oficina de Prohibición del Departamento del Tesoro.

Eran los años de la Ley Seca, en los que la importación, producción, venta y transporte de bebidas alcohólicas estaban prohibidos en Estados Unidos. Los contrabandistas y mafiosos que se las apañaban para saltarse la ley e introducir bebidas alcohólicas por las costas utilizaban para sus fines mensajes secretos a través de sistemas de radio. Entre 1926 y 1930, Elizebeth Friedman descifró 20 000 mensajes de contrabandistas al año con distintos sistemas de codificación, siempre a mano, con lápiz y papel. Con ello ayudó a detener a muchos de estos traficantes de alcohol, algunos de ellos a las órdenes del famoso Al Capone.

Eso no son mafiosos, ¡son nazis!

Escuchando y descifrando a los contrabandistas, con el paso de los años, Friedman se topó por sorpresa con mensajes inesperados: ya no eran mafiosos intentando colar alcohol de forma ilegal, sino espías nazis que tras la invasión de Polonia en 1939 se movían por Sudamérica intentando sumar países de la región a su causa e infiltrarse en Estados Unidos. De pronto, el equipo de Friedman pasó de cazar contrabandistas a señalar espías nazis, logrando desbaratar varias redes de espionaje. Fue la principal fuente de inteligencia en la eliminación de la Operación Bolívar, el nombre en clave de los esfuerzos alemanes por infiltrarse en este territorio.

Sin embargo, esto pasó inadvertido durante décadas porque en 1944, J. Edgar Hoover, primer director del FBI, logró llevarse el mérito de este trabajo con una campaña en la que aseguraba que su organización era la única responsable de haber ganado esta guerra invisible. “Produjo una película que fue proyectada ante las tropas estadounidenses, llamada La batalla de Estados Unidos, en la que se representaba al FBI como el héroe principal, y publicó artículos en revistas populares acerca del gran trabajo del FBI. No dio ni a Elizebeth ni a su equipo el crédito que merecían”, explicaba en esta entrevista Jason Fagone, autor del libro The Woman Who Smashed Codes (La mujer que destrozaba códigos).

Las obras de Shakespeare las escribió Shakespeare

Tras la Segunda Guerra Mundial, Friedman pasó a trabajar como consultora para el Fondo Monetario Internacional, creando sistemas de comunicación seguros, y tras jubilarse volvió a su pasión original: Shakespeare. Junto a su marido colaboró en un manuscrito titulado La mirada de los criptólogos sobre Shakespeare que finalmente se publicó como El cifrado shakesperiano a examen, ampliamente premiado, en el que se descartaban las teorías de la autoría de Francis Bacon sobre las obras de Shakespeare. Este trabajo se considera la obra definitiva sobre esta cuestión.

William Friedman falleció en 1969, tras lo que ella dedicó gran parte de su tiempo a recopilar una biblioteca y bibliografía sobre su trabajo, que se convirtió en una de las colecciones privadas de material sobre criptografía más extensas del mundo. Más adelante sería cedida a la Biblioteca de Investigación George C. Marshall, en Lexington, Virginia. Falleció el 31 de octubre de 1980, a los 88 años.

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