Gilberto Peralta Baltazar
Al principio eran trescientos, en el segundo ciclo escolar ya eran seiscientos y en el tercero, novecientos. 18 aulas, 900 sillas escolares, dieciocho pizarrones, dieciocho cátedras y dieciocho sillas para los maestros. Cientos de cajas de gises cada ciclo escolar, borradores para pizarrón, juegos geométricos, grandes, de madera. Al principio también, un laboratorio equipado con mobiliario, instrumentos y cajas con utensilio y aparatos para experimentos de física, química y biología.
La escuela estaba viva. Como lo está ahora todavía, pero se siente que es otra, más vieja, más grande pero también, más deteriorada. Los alumnos, como las aguas de Heráclito, siguen fluyendo y cada año egresan cuando menos, mil. Se van, como se van las golondrinas, en busca de otros horizontes, persiguiendo el futuro pero, todos, sí, todos se llevan dentro de sus mentes el recuerdo de tres años que se fueron como agua y alguna huella visible debieron de haber dejado: unas iniciales grabadas con fuerza en el asiento o el respaldo de su silla, un tímido “te quiero ADG”, “ nunca me olvides”, “aquí estuvo su mero mero” y en las columnas o las paredes, con lápiz, “los maestros de la eti son maricones” y con letra más pequeña y el director también”. No faltaron las horrorosas faltas de ortografía como, “sijanme los buenos” o “akí estubieron los del H” Y los baños?
Bueno, eso es otra cosa, en algunas ocasiones, casi no dejaban un lugar libre de frases obscenas y dibujos de penes y vaginas y un catálogo inmenso de picardías y malas palabras de las cuales quizá la más decente era, “putos los del B”
Y las bromas?
De ellas, cientos, pesadas y livianas, duras y peligrosas, muchas veces, ingenuas, otras, ingeniosas.
La Escuela siempre será…LA ESCUELA.
Gracias, mi querida escuela.
GILBERTO PERALTA BALTAZAR. 16/12
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