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Con Fuentes y el Gabo

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Juan Manuel Torres obtuvo en 1975 el Ariel de Oro (compartido con el Indio Fernández) por su película La otra virginidad. Al año siguiente recibió la misma presea el filme Actas de Marusia, del director chileno Miguel Littín, asilado en México tras el golpe militar pinochetista de 1973. Entre esas dos entregas Juan Manuel me invitó a recibir el año 1976 en la casa de Littín, en la colonia Country Club, en Churubusco. Una reunión que congregó sobre todo a gente de cine y algunos escritores. Hubo buenos tragos, buena cena, y después de los brindis y los abrazos de medianoche Torres, Littín y casi todos los allí reunidos cantamos la Internacional. Eran tiempos de fe, de convicciones, de optimismo.

Esa jornada entrañable, al filo de las dos de la mañana aparecieron Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Ante la presencia de esas dos figuras de las letras —por entonces había publicado yo un par de libros de cuentos y dos novelas que no acababan de convencerme— me sentí vibrante y emocionado. Me uní al grupo que departía con Fuentes, y cuando el autor de Aura y Terra Nostra habló del padecimiento conocido como gota y de escritores gotosos, en voz alta me anoté en la lista que incluía a Octavio Paz y al propio Fuentes.
—Pues toma Zyloprim —aconsejó Fuentes— y puedes comer y beber lo que quieras. La gota —agregó— no es enfermedad de ricos ni de aristócratas, sino de escritores.
Y mencionó a Joseph Conrad y a otros que yo no conocía ni por las tapas de un libro.
A partir de entonces, aparte de afiliarme al Zyloprim (denominación comercial del alopurinol que hasta la fecha tomo), asumí como una bendición el padecimiento heredado de un abuelo.
Poco después fui arrancado del coloquio con Fuentes por la China Mendoza.
—Ven —me dijo la China—, voy a presentarte con el Gabo. Y, en efecto, me condujo apresurada a otro punto del recinto donde se hallaba el autor colombiano.
(Antes hay otra historia. Un par de años antes, Elena Poniatowska me había citado, para entrevistarme, en una casa de la esquina de Morena y Gabriel Mancera que había sido de ella y en esa época alojaba a la editorial Siglo XXI. Allí nos encontramos y luego, en el auto de Elena, fuimos en busca de un café. Tomó la escritora la avenida del Obrero Mundial y posteriormente, en el texto que publicó en el diario Novedades, mencionó que inconscientemente había tomado esa calle quizá porque yo había trabajado en la refinería de Azcapotzalco y escribía de temas obreros. La entrevista bastó para que desde entonces María Luisa Mendoza y otros me endilgaran el apodo de Obrerito Mundial.)
Y ya ante García Márquez, en aquella reunión de año nuevo, dijo la China:
—Mira, Gabo, te presento a nuestro Obrerito Mundial.
García Márquez abrió los brazos y adoptó una actitud de inocencia.
—Pues yo soy el Niño Perdido —dijo.
Y no faltó quien notificara que en la unión de las colonias Álamos y Narvarte las avenidas Obrero Mundial y Niño Perdido (hoy Eje Central) hacen esquina.

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