El periodista debe estar preparado mentalmente para improvisar. Y aprovechar positivamente los tropiezos, a condición de que nos los convierta en fantasías o versiones mentirosas.
Me refiero, claro, al reportero que en el tráfago por obtener la nota y ponerla en manos de su redacción no cuenta con lapsos suficientes para rectificar, enmendar. Son minutos que se vuelven segundos.
Aquí son necesarios los aprendizajes durante la marcha, in situ y con la sola percepción del informador, que debe estar consciente del momento y el tema que puede perder.
Ignoro si otros tendrán el valor para admitirlo, después de todo y conforme pasa el tiempo del ejercicio profesional, el reportero tiende a elevar su estima y a considerarse casi un ser infalible, sin capacidad para errar o desconocer datos de la vida social y política.
¿Recuerda, amigo lector, cuando dos integrantes del Black Power, al momento de recibir las medallas olímpicas alzaron el brazo, tendido a las alturas y cerraron un puño envuelto en un guante negro?
Fue histórico, sin mediar nada fueron expulsados de la delegación yanqu y del hotel respectivo. Los dos sin lamentos ni declaraciones, se fueron al alojamiento que está en la siguiente calle de Niza. Allí los encontramos mi compañero el chileno Sergio Pineda y yo. Sergio hablaba francés pero ni idea del inglés. Yo me confieso ignorante hasta del castellano, así que ahí estaban a disposición de dos zoquetes.
No recuerdo el contenido de nuestras preguntas que comenzaban con un what’s your opinion about… (traduzco para ignorantes mayores que su servidor: ¿cual es su opinión acerca de..? grabábamos la respuesta y luego de poco más de diez minutos, nos retiramos.
Llegamos a nuestra oficina de Prensa Latina con la amarga sensación del fracaso. No sabíamos lo que llevábamos. Lo tradujeron, lo transmitimos y fue conmoción mundial en el deporte, se politizó todo y lo demás sucedió con la impecable lógica imperial:
Marginados del deporte, marginados del empleo, marginados socialmente, su imagen simbólica pronto fue olvidada, excepto por Ángela Davis y otros activistas en favor de los derechos de los negros.
Ese fue un doloroso fracaso, al que luego se sumo otro peor: en el Mundial de Futbol en México por primera ocasión se concedió sitio a Cuba, obvio, sin equipo, pero con todos los derechos informativos, lo que consideraba entre tales privilegios, lugar en el palco de Prensa en los juegos y un teléfono punto a punto, esto es, de allí hasta la oficina en Reforma.
Enterado que el capitoste, sir Stanley Rous estaba alojado en el hotel María Isabel, decidí pedir una entrevista. Jalé para que me acompañara a un fotógrafo peruano que me indicó que subiría por sus cámaras.
Le dije que no fuera tonto porque lo más probable es que ni siquiera nos abrieran la puerta. Nos anunciamos en la recepción que indicó la suite del pretendido señor Rous. Subimos, tocamos, abrió una señora rubia y bella, de edad madura; franqueó el paso.
Allí estaba, tras una bella mesa, en contraluz y bata casera, nuestro entrevistado. Amable, indicó dos sillones frente a el. Balbuceando y en precarísimo inglés le dije que pretendamos conocer su opinion sobre el Mundial en México y la participación por primera vez de Cuba.
Debió ser una persona con gran sensibilidad, sin responder se puso a garrapatear tres párrafos con tres diferentes respuestas a tres preguntas que, naturalmente, nunca hicimos.
Regresamos a la oficina, yo con la cola entre las patas bajo la mirada casi asesina de mi acompañante. Pedimos la traducción, no quise firmar la nota porque sentí pena por mí mismo, pero lo hizo un enviado de La Habana especialista en futbol pero que confunda términos y tiempos con el beisbol. Ese año ganó el galardón de periodista distinguido. No reclamé aunque sí difundí mi versión del asunto. Yo ya tenía dos premios iguales, y al sujeto de marras le representó convertirse en mi sucesor en la corresponsalía México Centroamérica…
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.