Se ha demostrado que los que pasan mayor tiempo frente a dispositivos generan más hormonas que responden al estrés y podrían ser propensos a padecer trastornos de sueño.
Celulares, tabletas, computadoras y televisiones son parte de la vida cotidiana alrededor del mundo. La pandemia sólo ha incrementado su uso, sobre todo en relación con nuestras interacciones sociales. Sin embargo, el uso prolongado de pantallas y dispositivos podría tener efectos perjudiciales en los más jóvenes.
De acuerdo con el INEGI, en México hay 4.05 millones de viviendas que cuentan con una consola de juego, 30.8 millones tienen acceso a celulares y 18.3 millones utilizan una conexión a internet. Por ello es importante monitorear su uso y detectar a tiempo una posible adicción.
Es un tema tan reciente que, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales, “hasta el momento sólo se considera al juego patológico y al trastorno de juego por internet como trastornos diferentes al consumo de sustancias o comportamientos adictivos”, comenta Mariana Viruega, especialista en el tema.
“Sobre el trastorno de juego por internet sólo se establecieron los criterios que requieren de mayor evaluación. Sin embargo, la Clasificación Internacional de Enfermedades sí incluye el trastorno por uso de videojuegos, que es un comportamiento adictivo. Son las únicas conductas que se han considerado como un trastorno de corte adictivo.”
“Normalmente los investigadores y médicos consideran que la cantidad de tiempo en una actividad, como el uso de pantallas o dispositivos digitales, es de suma importancia para distinguir lo que es normal de lo que no es saludable. Pero lo más importante, sobre todo en niños y adolescentes, es evaluar los hitos de desarrollo, qué criterios se alcanzan según la etapa de desarrollo en la que se encuentran. Así se observa si hay síntomas de trastorno específico para evitar patologizar cualquier conducta”.
“Debemos hacer una distinción en excesos conductuales en menores, que pueden estar relacionados con factores como prácticas de crianza inadecuadas o modelos de comportamiento de duración excesiva –por ejemplo, los padres o madres que pasan un gran número de horas realizando una actividad, como el uso de celular o asistir a un gimnasio, como una forma de escape de su contexto–”, subrayó la psicóloga.
Viruega llamó a los padres a conocer a fondo a sus hijos, ya que esto permite “detectar cualquier anomalía del desarrollo o conducta para poder abordarla y prevenir situaciones más graves a futuro”.
Una de las grandes consecuencias que genera en menores el uso prolongado de estos aparatos son los problemas de sueño. Cuando los pequeños están sumergidos en una actividad que provoca emoción y exige estar alerta, llevarlos a la cama puede ser un problema. La niñez se considera como una etapa de neurodesarrollo que requiere un tiempo de sueño de entre 10 y 12 horas para generar procesos importantes, como la liberación de la hormona del crecimiento.
“Entre las consecuencias del uso prolongado de dispositivos digitales está la baja de rendimiento académico, la obesidad –que puede llevar a comentarios negativos de otras personas– y el sedentarismo, al estar todo el tiempo sentado. Las estrategias de crianza inconsistentes y poco efectivas en relación al manejo de estos dispositivos son las que provocan un impacto en el estado emocional de niños y adolescentes”, comentó Viruega.
“Ellos experimentan culpa o enojo, sobre todo si los parámetros de uso son inconsistentes; también sufren de depresión y ansiedad”. Sin embargo, la especialista destacó que el uso de videojuegos también puede tener efectos positivos:
“Algunos videojuegos fomentan la regulación emocional y no sólo eso: también habilidades visoespaciales y capacidades de concentración. Pero debemos tener cuidado con el uso excesivo de pantallas; es necesario un balance. Los padres deben involucrarse y encontrar este acompañamiento con sus hijos”.
Luz, otro problema
Por su parte, Hugo Sánchez Castillo, investigador de la Facultad de Psicología, afirmó que el uso prolongado de pantallas y la luz que utilizan generan una conexión con el sistema nervioso que podría provocar el aumento o disminución en la producción de hormonas en el cuerpo de los menores. “Una de las cuestiones que permiten la maduración de nuestro cerebro es justamente el ritmo circadiano”.
Los seres humanos somos seres cíclicos que regulamos nuestras actividades, como el sueño, a partir de los horarios: día y noche. En el caso particular de los niños, al exponerse de manera continua a la luminosidad durante etapas de desarrollo, sus niveles de melatonina (hormona que se regula por la luz, generalmente por el sol) y los marcadores ambientales (reguladores del sistema nervioso) podrían verse afectados. Al pasar tanto tiempo frente a la luz se trastornan los horarios de sueño.
A eso se debe sumar que a causa de la pandemia se han reducido las actividades físicas. “Se puede generar de manera inmediata una conducta sedentaria que puede tener como consecuencia evidentemente una disminución de la actividad, por ejemplo, aumentando los niveles de cortisol”, una hormona que se libera como respuesta al estrés. “Se ha demostrado científicamente que los menores que están expuestos con mayor frecuencia a pantallas la generan en mayor cantidad”.