Gilda García Romero. Nació en Puebla, México. Es cofundadora del colaborativo de escritores Nautas de Letras. Fue integrante del taller literario Diezmo de Palabras en Guanajuato, México. Obtuvo mención honorífica en el concurso de poesía auspiciado por Poetas Hispanos. Ha sido ganadora del concurso literario “Iluminadas” de ciencia ficción organizado por los colaborativos de escritoras Especulativas y Las sin sostén. Ha publicado cuentos en el Sol de Bajío y el Diario de Campeche. También ha divulgado sus textos en distintas revistas digitales. Compartimos dos cuentos inspirados en la pandemia. Que los disfruten. Contraste político.
Ese día, la mujer se levantó pesadamente a las diez de la mañana, aún tenía sueño porque en la madrugada estuvo divagando entre recuerdos punzantes. Había perdido la brújula de las rutinas. Sorbió el café frío que dejó el día anterior. Notó que había un par de cervezas y dos jitomates en el refrigerador. Detestaba hacer las compras en línea, el trabajo en línea, todo en línea… pero no le quedaba otra opción. He perdido el conteo de los días que llevo en cuarentena por culpa de este maldito virus. Me cuesta recordar los momentos en compañía. Pensó.
Luego de la hora de comida, sintió un embotamiento poco frecuente y escuchó a los perros de la colonia aullar con furia. Un viento fortísimo azotó el portón. Parecía que incluso la naturaleza también estaba harta de la pandemia. Salió al jardín y los pájaros que habitaban el pequeño limonero revoloteaban como perdidos estrellándose en las paredes de ladrillo. La brillantez inusual del sol le hizo entrecerrar los ojos.
De pronto, como en un encanto, la mujer abrió la puerta de su casa y salió sin más. Ni siquiera cerró. Siguió caminando con los ojos muy abiertos. Sus pasos eran lentos, pero firmes. Los vecinos salieron de la misma forma. Nadie se saludó. Todos caminaron por las calles como un ejército silencioso, llegaron a la avenida principal de la ciudad y ahí se unieron con muchas otras personas que tampoco hablaban ni gesticulaban. El mar de gente miraba a un punto específico entre las nubes. Nadie llevaba mascarilla. Después, cuando toda la población se reunió en la plaza principal, la mujer como en trance, subió a la fuente que se encontraba justo en el centro y con voz fuerte gritó: El confinamiento ha finalizado.
SANA DISTANCIA
El cuerpo de la mujer fue hallado cerca de su computadora y con el celular en la mano. Los peritos del ministerio tuvieron que hacer ciertas maniobras para poder quitárselo de entre los dedos, pues al parecer ni después de la muerte quería estar lejos de este.
El departamento estaba impoluto y ordenado. Según investigaciones, había seguido los protocolos para contrarrestar la pandemia del COVID-19. Las autoridades hallaron en la entrada el tapete desinfectante y varias botellas con gel desinfectante. Los vecinos dijeron que, al parecer, hacía las compras en línea. Los días lunes temprano salía para recibir sus víveres, luego, no se le volvía a ver.
Ni la familia, ni los amigos sabían nada de ella porque no atendía las video llamadas. Siempre contestaba con un simple: “Estoy ocupada, en otra ocasión”. En las pesquisas los oficiales notaron que su bandeja de correo electrónico del último mes estaba saturada de mensajes laborales enviados y recibidos, muchos reportes y gráficas.
Había trabajado varias noches sin descanso porque recién había enviado un informe detallado de varias páginas a la compañía para la cual trabajaba. La alacena estaba repleta, pero ella se encontraba en los huesos. Vieron latas de bebidas energéticas en el cesto de reciclado. La autoridad concluyó que no había sido un asesinato. No había signos de violencia, ni de irrupción en la vivienda. La mujer murió por causas ajenas al coronavirus.
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