Magno Garcimarrero
Al terminar la carrera de antropología social, mi hija mayor se propuso hacer una investigación sobre familias profesantes de la religión musulmana, así que consiguió una beca del club rotario y se lanzó al continente africano; corría el año de 1994, o sea hace 30 años, ella tenía 25 de edad.
Al mes de estar allá, un jeque me llamó por teléfono y, mediante un traductor, me pidió en matrimonio a mi hija.
Las condiciones ventajosas que me ofreció fueron: Que sería la esposa número uno, de tres que ya tenía, y me mandaría un elefante amaestrado.
Ante mi duda y negativa, por supuesto, añadió a la oferta un camello y un dromedario, como seguí negando, agregó cuatro burros. No recuerdo ya cuanto tiempo estuvo mi hija en el continente africano, conservo sin embargo el estudio sociológico que trajo en un legajo voluminoso que ahora está arrumbado y apolillándose en un rincón de mi biblioteca.
También no olvido que ya estando ella de regreso, una noche me llamó el jeque por medio de su traductor y me ofreció un pozo petrolero, con la condición de que mi hija se regresara a administrarlo.
Casi convencido hablé con ella y, me aclaró que eso era una forma de estafa muy conocida en el mundo y que, sabía de algunas ingenuas familias mexicanas que ya habían caído en el engaño.
¡De la que me salvé por tener una hija más lista que bonita!
M.G.
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