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Hermanos para siempre…

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Pocos oficios propician la relación entre sus practicantes, como el periodismo, donde se crean vínculos afectivos pero también solidarios, muy humanos.

Dicho con sencillez, en el trabajo diario, en la competencia profesional, se arriba a tales cercanías que termina por establecer afectos propios entre familiares.

Me entero, con gran dolor personal y de mi esposa y mis hijos, del fallecimiento de Miguel Melchor López Azuara, compañero de avatares y mi jefe en distintas tareas informativas o gubernamentales.

No tengo preciso el momento en que lo conocí, pero no olvidaré que por su intercesión ingresé al plantel de la Segunda Edición de Últimas Noticias de Excélsior.

Regresaba de breve residencia en Cuba, pero de largos siete años de deambular el subcontinente, cubriendo información para la agencia Prensa Latina.

Por mi labor en el medio caribeño, se me cerraron las puertas que sólo abrió Héctor Anaya, otro varón admirable, pero la televisión no era mi destino.

Cruzando Reforma, donde vivía, encontré a Miguel que me preguntó cómo me sentía al regresar al país. No tuve empacho en comentarle lo anterior y sin más preámbulo ofreció hablar con Julio Scherer.

Le advertí de un par de tropezones con el director del periódico, uno cuando concedida la entrevista de Fidel Castro para Excélsior, decidió que la hiciera Raúl Torres Barrón. Le respondí que no, era él o nadie.

Recuerdo su comentario tajante: a Excélsior nadie le pone condiciones. Le respondí que no se trataba de Juan Kamaney sino del gobernante de un país que tenía en vilo al mundo.

Dí por cancelada la entrevista pero me dijo que yo no tenía nivel jerárquico para decidirlo. Insistí y la entrevista se canceló a pesar de su argumento de que no iba a platicar con Castro si no lo había hecho con el mandatario mexicano

El segundo tropiezo cuando una entrevista con Regis Debray se la ofrecí pero con alto precio en dólares. Le causó desagrado pero finalmente aceptó y pagó.

Esa misma tarde me llamó Miguel, fui a su oficina que compartía con Miguel Ángel Granados Chapa y de allí a saludar a Scherer que se limitó a indicarme que me presentara con Regino Díaz Redondo. “Es su director”.

Así mi ingreso a esa casa editorial, de la que salí el fatídico día del golpe contra la cooperativa. Ese día bajé a la oficina de Miguel, enfrascado en la lectura de alguna colaboración.

Le avisé que los compañeros abandonaban el edificio atrás de don Julio. Salió al balcón y miró la fuga masiva. Hizo lo propio.

Cuando me proponía acompañarlo casi en calidad de guarura, Elenita y la bella Laura me llamaron desde la puerta de la Dirección General.

Me pidieron sacar una caja con los papeles confidenciales del director. Suponían con buen juicio, que los sombrerudos enmariguanados y briagos que estaban repartidos a lo largo de las escaleras, las revisarían.

Bajé con la caja, cuando quisieron hurgarla me resistí. Intervino Guillermo Cantón Zetina que les ordeno dejarme en paz.

Entregué el encargo y me dirigí a meditar sobre mi futuro. Caí en El Sol de México, una agradable experiencia y de pronto de nuevo a buscar empleo.

Encontré a ese ángel guardián, Miguel, que me invitó a asumir el cargo de subdirector de Prensa Nacional en Relaciones Exteriores. En Prensa Extranjera, un colaborador de lujo, el hoy embajador en retiro, Agustín Gutierrez Canet.

De la Cancillería fuimos a Notimex, empresa estatal víctima del más cínico

saqueo, con robo o apropiaciones tan descaradas como el reparto de automóviles de importación, televisores de colores para la casa del director y para su secretaria.

Equipo de cabina y estudio de televisión llevado a la empresa particular del director, Pedro Ferriz, que también desapareció el moderno sistema de transmisión remota y muchos otros equipos

No hubo presupuesto, por lo que debieron imaginarse vías lícitas para financiar la operación de la agencia. Como primera decisión al frente de la institución, fue el aumento hasta seis veces mayor a lo que ganaban los reporteros, pero con la advertencia de que no participarían en listas y relaciones de oficinas de prensa.

De los 40 suscriptores, todos en oficinas gubernamentales que nunca abrían la línea de la información, pronto López Azuara subió a más de 120 medios de difusión que usaban y pagaban el servicio.

Con el respaldo de Armando López Becerra logró cuando era casi imposible hacerlo, un par de noticiarios radiofónicos en cadena nacional. Y rehabilitó el estudio de televisión donde se iniciaron prácticas de adiestramiento para los informadores.

Logró la firma de acuerdos de cooperación con la italiana ANSA y la española EFE. Fue parte activa de las organizaciones que agrupaban agencias del Tercer Mundo, así como la que unía a las latinoamericanas con las árabes.

Y abrió una decena de corresponsalías en los estados, que dieron mayor atractivo al servicio y más clientes.

Al estilo mexicano, al llegar un nuevo director, Hector Manuel Ezeta que era más el chofer de Manuel Bartlett que el guía para la información oficial, acuerdos, convenios e intercambios se cancelaron.

Otorgaron rico presupuesto a la agencia que retornó al poder absoluto. Se cambió de sede, pero previa adquisición de la residencia de una tía del encargado de la empresa.

Nosotros y mi eterno agradecimiento para Miguel, pasamos a la Secretaría de Educación Pública, subsecretaría de Cultura. Los jefes, inolvidables, Jesús Reyes Heroles y Juan José Bremer.

En Publicaciones y Bibliotecas y bajo el lema de Los Libros Tienen la Palabra, el paso de Miguel fue un huracán, allí, con la complicidad de Joel Hernández Santiago, crearon un proyecto editorial que no tuvo parangón, vendiendo obras por 15 pesos el ejemplar, coleccionables.

Hizo un programa de televisión con charlas de novelistas, informales, gratas, coloquiales que claro, desaparecieron cuando Miguel se tetiró para otras responsabilidades.

En Bibliotecas, en pocos meses la doctora Ana María Magaloni, respaldada por el entusiasmo despertado en quien era nuestro jefe, organizó varios centenares de sitios que pretendía convertir en centros de reunión de jóvenes. Hizo una biblioteca central por cada estado.

De más resulta mencionar que a la salida de Miguel de esa responsabilidad intentaron mantener algunos programas que, finalmente, desaparecieron.

La cercanía, mirarlo trabajar y tomar decisiones, fue personalmente una enseñanza invaluable.

A la vez los años de relaciones familiares, dejaron un grato sentido del cariño, diría el amor por personas de enorme valía. Y no puede ser distinto si el tronco siempre fue poderoso y fecundo.

Duele la ausencia, aunque nuestros caminos hace muchos años se separaron. Pero nuestro afecto, a la distancia, nos conservó unidos estrechamente.

No creo en cielo ni en infierno. Pero si estoy convencido de que en el momento final, hay una especie de revisión de vida. Y allí, en Miguel, estoy seguro que fue un balance positivo, que le permitió terminar el ciclo de una vida en la que deja, como lo muestran los mensajes que repletan las redes, un recuerdo imborrable en el corazón de quienes lo conocimos.

Ahora, a recordarlo en sus mejores momentos, pero igual, de vez en cuando remembrar un desacuerdo para darle dimensión humana a su recuerdo.

Micky, supongo que no tardo. En abstracto te doy abrazos y te mando besos de amigo, hermano y tu colaborador de siempre…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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