Mauricio Carrera
Marguerite Yourcenar. Primera mujer en ser admitida en esa patriarquía llamada Academia Francesa de la Lengua. Trescientos años de tener entre sus miembros a puros hombres. No fue fácil: veinte votos a favor y doce en contra. El 22 de enero de 1981, el académico Jean d’Ormesson le dio la bienvenida y reconoció ese nada desdeñable logro feminista: “usted quizá constituye, por sí sola, uno de los grandes acontecimientos de una larga y gloriosa historia”. La elogió: “no está usted aquí por ser mujer, sino por ser una gran escritora”.
Marguerite Yourcenar estaba contenta, escoltada por Adriano, por Zenón, por Wang Fo, por Alexis, por su sabiduría y sus grandes logros literarios.
Los académicos, elegantes, con sus trajes negros y sus anchas solapas verdes con ramas de olivo doradas. Ella (neé Crayencour) con un sobrio atuendo diseñado por Ives Saint Laurent. Un vestido oscuro de terciopelo ligero y un chal blanco para cubrir su cabeza.
Hace ya varios años tuve la fortuna de conversar con ella en Japón. Hablamos de muchos temas en inglés y francés. Me pareció una abuela tierna y sabia. Me impulsó a escribir.
-Si usted quiere ser escritor, solo tiene que escribir. Y escribir. Y escribir –me dijo.
Hacía frío y la tarde se acababa. Marguerite Yourcenar vestía un grueso abrigo, llevaba una manta que le cubría las piernas y un chal blanco envuelto en su cabeza.
Ahora me pregunto si ese chal era el mismo que usó al ingresar a la Academia Francesa de la Lengua. Lo ignoro. Sí sé que, al morir, a los 84 años, el 17 de diciembre de 1987, con ese mismo chal envolvieron sus cenizas. Dos momentos solemnes en que ese chal le acompañó para entrar a la eternidad.
Es un sitio digital abierto a todas las ideas, emociones, libertades, política, literatura, arte y cultura.