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Una novela que abarca todas las novelas

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El 2 de febrero de 1922, día en que Joyce cumplió 40 años, recibió un primer ejemplar de su novela. La publicación de Ulises se anunció dos meses antes (el 7 de diciembre de 1921) con una conferencia de Valery Larbaud en la que se habrían de revelar algunos de los secretos de este libro. La clave, de acuerdo con Larbaud, residía en el título, por lo que el relato exigía lectores familiarizados con la Odisea. En el famoso libro James Joyce’s Ulysses de Stuart Gilbert, publicado en 1930 bajo la guía de Joyce, encontramos que cada uno de los dieciocho episodios de Ulises guarda un paralelo con el relato homérico; cada episodio posee atributos diferentes (entre ellos, una escena, una hora, un arte, una técnica, un órgano del cuerpo humano, un símbolo).

Leopold Bloom es el personaje que Joyce ubica en el centro de su novela y al que compara con Odiseo, el héroe mítico reconocido por su astucia y sus famosas aventuras. En Ulises, Odiseo aparece transformado en Bloom, hijo de padres judíos emigrados a Irlanda, y las fantásticas aventuras de Odiseo se verán reflejadas en el quehacer de Bloom en un día cualquiera en Dublín, el 16 de junio de 1904. Bloomsday. Una fecha que fija el transcurrir de un día aparentemente intrascendente de la vida de Leopold Bloom. Un día que permanecerá en la memoria de los lectores de Ulises como la conmemoración de un suceso extraordinario en la literatura.

Ulises: novela que abarca todas las novelas. Narración que une extremos al parecer irreconciliables: relato mítico y realista; descripciones tachadas de obscenas y aquellas del más encendido lirismo, de cálida sensualidad y de una gélida intelectualidad. Los extremos se reconcilian en Ulises, y el lector, seducido por el canto de las sirenas, queda inmerso en esta narración confusa y subyugante. O quizá, extraviado y sin aliento en el laberinto de “Las rocas flotantes”.

¿En qué consiste la atracción de Ulises? ¿Qué es lo que invita al lector a permanecer y al crítico a desentrañar? ¿Por qué Ulises es siempre un reto, una fuente inagotable de riqueza literaria? ¿Qué encierra un texto de aproximadamente 700 páginas que suscita tan diversas reacciones?

Las primeras críticas hacia Ulises fueron muchas y muy variadas. Carl Jung, por ejemplo, escribió un largo ensayo “Ulysses, A Monologue” (1934), del cual traduzco, donde expone su opinión: “Lo objetivo y lo subjetivo, lo interior y lo exterior se entrelazan de manera constante y, a pesar de la lucidez de las imágenes, se nos deja en la duda si a lo que nos enfrentamos es una tenia física o trascendental”.

Para Jung, Ulises constituye una gigantesca tenia que se alimenta de sí misma y se reproduce al infinito. “La tenia es un cosmos vivo que se procrea en cantidades fabulosas. El libro de Joyce, como la tenia, puede reproducirse un número infinito de veces pero nunca podrá transmitirnos su esencia”. Y se pregunta: “¿pero es que Joyce desea transmitirnos algo ‘esencial’? y de ser así, ¿por qué lo oculta?” Jung, desde su limitada perspectiva analítica describe la irritación que el texto produce en él: “Mis nervios se alteran al leer Ulises por la falta de consideración del escritor, por la falta de contenido del libro, por la irresponsabilidad del escritor hacia un lector inteligente, culto y bien intencionado [Jung, en este caso] que intenta entender la narración producto de una mente fría y discordante”. Y añade: “No resulta difícil establecer analogías entre Ulises y el fruto de una mente esquizofrénica”.

Ésta no es la única vez que un doctor emitió un diagnóstico similar en relación con Ulises. Richard Ellmann, en su magnífica biografía sobre Joyce, relata que un neurólogo estadunidense, Joseph Collins, conoce a Joyce en París en 1921, y años más tarde publica A Doctor Looks at Literature (1923), así como el primer artículo acerca de Ulises, en español “La asombrosa crónica de James Joyce”, en el New York Times (28 de mayo de 1922). Collins había leído Retrato del artista adolescente y, fuertemente impresionado, pide a dos amigos suyos, Richard Wallace y Myron Nutting, amigos también de Joyce, que se lo presentaran. Durante un almuerzo Joyce le presta a Collins un capítulo de Ulises. Éste lo lee y un día después le comenta a Nutting: “Tengo en mis archivos fragmentos, tan buenos como éste, escritos por dementes”. Acto seguido, ofrece a Nutting una detallada explicación del deterioro de la mente del artista. Joyce supo de esta conversación e incorporó a Collins en los recuerdos de Molly Bloom en el monólogo final de Ulises: “Y Floey me hizo ir a aquel viejo palo seco Dr. Collins para enfermedades de la mujer en Pembroke road su vagina lo llamó me figuro que es así como tiene todos los espejos dorados y alfombras enredando a esas ricas de Stephens Green”.

Los comentarios de Jung y Collins resultan sumamente interesantes porque muestran no sólo la reacción de ciertos lectores hacia Ulises, sino además el juicio sobre la obra: una novela “obscena”, incoherente, carente de un propósito definido. Como ya se mencionó, se anunció en una conferencia en la que el escritor Valery Larbaud revelaría al público los designios esenciales del libro –más o menos como Joyce se los había señalado–. La Odisea, entonces, constituía la llave de acceso a la obra, dado que “una concepción épica había dado forma a la confusa sustancia de la vida moderna”. Sin embargo, otros comentaristas pensaron que no era tan sencillo explicar los otros mensajes poéticos de Joyce cifrados en la obra. Los lectores que no habían vivido en Dublín se dieron cuenta que el Directorio Thom (“Almanaque irlandés de Thom y directorio oficial con el directorio de la ciudad de Dublín”; James Joyce se basó en gran parte en la edición de 1904 para escribir Ulises) era una guía más útil que Homero.

Aun con las explicaciones de Larbaud, Ulises sacudió a sus lectores. Las normas convencionales de la literatura dictaban que una obra debía ser de fácil lectura, entretenida y, ante todo, moralizante. Ulises claramente ponía en tela de juicio estos preceptos y exigía a sus lectores nuevas formas de entender la literatura. Joyce trasciende el enfoque tradicional de la novela inglesa: los relatos de temporalidad lineal basados en los valores sociales y éticos de una clase social dominante: la clase media. La decisión de Joyce de trascender este enfoque constituye el punto central de su definición artística. El uso de palabras como fuck y bloody violenta el gusto y la moral literarias de la época, así como la descripción de ambientes sórdidos, y ya no hablemos de las funciones fisiológicas de un individuo: Bloom. Esta actitud impugnadora de las buenas costumbres lleva a un editor inglés a consultar en un diccionario el significado de la palabra “simonía” antes de publicar el cuento “Las hermanas” de Dublineses.

En Ulises los análisis formales por parte del autor desparecen y Joyce exige al lector que establezca asociaciones y estructure los diferentes relatos sin relación aparente. Joyce observa a sus personajes que quedan atrapados y girando sin propósito en una rueda de esquemas y prejuicios o que llegan a liberarse a través de una decisión consciente y personal.

Algunos lectores consideran Ulises un texto sagrado, para otros es de un aburrimiento exasperante. Posiblemente se le respete o tema más de lo que se le ame. Ulises es un texto difícil de leer, de estudiar o de enseñar, y no sólo porque sea una obra fuera de toda proporción intelectual o artística, sino también porque en ella hallamos esa percepción visionaria que se adentra en la esencia misma de las cosas y va más allá de los límites de la invención poética. Los primeros capítulos o episodios sugieren que es una novela, pero Ulises subvierte esa forma narrativa que denominamos novela. La obra de Joyce existe como un organismo que nos nutre a través de su riqueza inagotable, que provoca y desarma, que incita y prohíbe. Después de un siglo de la publicación de Ulises, Joyce nos regresa al punto de partida y no cesa en su afán de plantearnos nuevos enigmas.

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