Columna Por Consiguiente/
El problema de la seguridad pública en México que llega, en menos de dos años como tal, a ser el tema central de la ineficiencia o displicencia de las autoridades, porque cada vez se vuelve más violento lo que provoca que haya una percepción ciudadana de que es muy difícil de detener, combatir y, por supuesto, controlar y brindar seguridad a los mexicanos.
Con el afán de combatir y disminuir la delincuencia el estado ha tratado, infructuosamente, de controlar el problema buscando una estrategia de dialogo con los delincuentes estos que no paran con sus actividades criminales y que, prácticamente, operan con total impunidad porque al no responder a todos los intentos presidenciales para que se “porten bien”, éstos se dedican a delinquir con una especie de potestad que el gobierno permite a través de la impunidad.
Esta semana ocurrimos al destape de una verdadera crisis social de deshumanización, pero no del crimen organizado, sino de conductas violentas que el mismo estado ha permitido al atarle las manos a las fuerzas policiales para devolver el estado de derecho, la ley y el orden a las ciudades del país.
El cruel asesinato de Ingrid, el atroz homicidio de Fátima, por citar los ejemplos más crudos que la sociedad mexicana ha vivido en estos últimos días, que visibilizan otros homicidios de hombres, mujeres y niños con una total insensibilidad del estado que lo ve como si la impunidad fuera un parte de la estrategia para parar la violencia.
Total, los delincuentes son humanos y no importa que maten a inocentes, como el caso de los feminicidios, que avergüenzan a los mexicanos ante el mundo, esta inacción sobre los delitos del fuero común se vienen dando paralelamente a los delitos del crimen organizado por lo que los ciudadanos ya no saben que es peor entre el Crimen Organizado y los delincuentes del Fuero Común.
Cada día ante el incremento de incidencias delictivas y la endeble respuesta de las autoridades, se percibe que hay un gran temor de enfrentar a los que delinquen, sea crimen organizado, delincuentes del fuero común, personas perturbadas por la miseria económica que sólo buscan causar daño y dolor a los ciudadanos comunes y corrientes que son víctimas diarias del delito.
Cada día que pasa los índices de violencia son superiores, las víctimas son más, el deterioro en el tejido social más frágil y la actuación de los gobiernos más criticadas, por ser inferiores a lo esperado por la población que enfrenta una disociación sobre el discurso político y las acciones reales, que más que dar certidumbre, provocan preocupación, desilusión y miedo.
¿Qué pasa? es la pregunta de la sociedad y no hay respuestas. Las estadísticas sobre la violencia, específicamente, sobre los homicidios dolosos, reportan que en los últimos años tres años, incluido lo que va de 2019, han sido los que mayor número de crímenes se han realizado, el 85% de la población percibe que la inseguridad es el tema central de la agenda nacional y no hay estadísticas que demuestren lo contrario.
Estrategias y acciones sobran al estado, los recursos económicos que se han destinado a tratar de enfrentar a la delincuencia es mucho, las fuerzas militares (Ejercito y Marina) también han realizado esfuerzos en un intento de imponer la seguridad para pueblo. Sin embargo, no ha sido suficiente, porque están maniatados.
O acaso el slogan presidencial de “abrazos y no balazos” denota parte de esas historias que tejen los gobierno y que nunca se saben hasta que aparecen en series televisivas o narco-series en donde se ve el origen de esas relaciones perversas entre el estado y crimen organizado
Los eventos mencionados con anterioridad, el de Ingrid y Fátima, no fueron perpetrados por el crimen organizado, sino por civiles que abusan de la violencia familiar y que bajo el cobijo de la impunidad agreden, sin pensar, a las mujeres con tanto odio que llegan a matarlas, como el caso que nos ocupa, pensando en que tienen una oportunidad con la impunidad de no ser detenidos y encarcelados.
Los eventos contra las mujeres han dado un giro de hastió que provoca que todas o, casi todas las mujeres de este país, se organicen y protesten con un paro nacional el 9 de marzo para demostrarle al mundo que en México el país carece de acciones de seguridad y protocolos contra la violencia.
Porque el estado tiene la potestad de enfrentar a los delincuentes con la misma fortaleza y el privilegio de la fuerza legal, pero, la esperanza presidencial de arreglar la violencia con Paz y Amor, genera sólo impunidad y los delincuentes se pasean por las calles de la ciudad realizando las actividades ilícitas que vulneran los derechos de los ciudadanos mexicanos.
La culpa es del pasado, de los conservadores, los neoliberales que sostuvieron por más 20 años de la historia moderna de México la corrupción que degeneró en violencia, quizás sea verdad, demos el beneficio del calificativo contra los ex presidentes Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña, ellos ya no gobiernan, dejaron la herencia maldita, también el cierto, pero, la actual administración está en el primer tercio del sexenio y no se ve la intención de acabar con la violencia que está mermando su gobierno.
Creámosle que efectivamente se está acabando con la corrupción, pero, necesitamos también creer que se está luchando contra la violencia, inseguridad y actividades antisociales que están matando mexicanos inocentes y socavando la credibilidad del estado mexicano.
Por consiguiente:
Indignado el pueblo mexicano, las mujeres toman la primera protesta nacional contra la inseguridad a través de un paro nacional, y son reprobadas por el Gobierno federal que el un pobre discurso tratan de descalificarlas como una ocurrencia, intentando sacarlas de la protesta y subiendo al ring a los conservadores.
La verdad es que se empieza a tejer el descontentos y abonar mucho más el copto político que tendrá este gobierno al no cumplir con devolverle a los mexicanos la paz, tranquilidad y el derecho a la seguridad que es el anhelo de los mexicanos para vivir en concordia.