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Adriana Malvido: un camino en el periodismo cultural

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Foto: Lou Peralta.

Durante más de cuarenta años, Adriana Malvido ha ejercido el periodismo
cultural en México. Es autora de libros como Nahui Olin, la mujer del
sol. ¿Cómo fue que decidió dedicarse a esto? ¿Cómo fueron sus inicios? De
esto habló en esta entrevista.
TEXTO: DULCE MARÍA RAMÓN / FOTOS: IVAN STEPHENS Y LOU

PERALTA [CORTESÍA DE LA ENTREVISTADA]

«La verdad es que sí quiero más. Quiero que dejen de matar a periodistas en
este país, que se reconozca su derecho a vivir dignamente con mejores
condiciones de trabajo, que el freelanceo deje de ser sinónimo de
semiesclavitud, que los viajes por el mundo dejen de considerarse un lujo
para que sean un bien necesario que nos saque del ensimismamiento».

Estas palabras son parte del discurso que pronunció la periodista Adriana
Malvido en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el 8 de
diciembre de 2019. Ese día, Malvido recibió el Homenaje Nacional de
Periodismo Cultural Fernando Benítez. 
Adriana Malvido ha ejercido el periodismo cultural por más de cuarenta
años. También ha escrito libros como Nahui Olin, la mujer del sol, La
Reina Roja, el secreto de los mayas en Palenque y Los náufragos de San
Blas. Y ha colaborado para diversos medios como Proceso, Milenio
Diario y los suplementos Laberinto y el Dominical, del mismo
periódico; Cuartoscuro y la Revista de la UNAM. Actualmente publica su
columna semanal «Cambio y fuera» en El Universal y colabora
en Confabulario, suplemento del mismo diario.
Semanas antes de que ella viajara a Guadalajara, nos reunimos para tener
una charla sobre lo que le ha significado caminar en el oficio del
periodismo cultural de México. 
Adriana, ¿cuál es el momento de tu infancia que más recuerdas y acaso
el que te marcó de alguna manera?

Cuando falleció mi hermana Mónica. Yo tenía cuatro años y mi hermano
ocho años. Cuando muere mi hermana no me di cuenta del hecho como tal.
Pero sí aprendí a ver el dolor desde otro ángulo. No la lloré porque no
comprendía, porque todavía no sabía lo que significaba la ausencia, lo fui
entendiendo cuando veía las fotografías en casa, los espacios vacíos.
Después nació mi hermana Pamela y quedé en medio por lo que crecí muy
independiente.
¿Tenías interés en la literatura, en los libros cuando eras niña?
No te puedo decir que tenía vocación desde pequeña. Mi abuelo paterno,
Guillermo Arriaga, quien trabajó en el periódico El Universal, pero como
agente de publicidad, él junto con mi tío Guillermo, bailarín de profesión,
me llevaron a otro mundo. Porque, aunque en mi casa había muchos libros,
mi padre era excelente lector, al grado de cambiar su horario de trabajo,
para poder dedicar las tardes a leer. Él colaboraba en la Organización de
Aviación Civil Internacional [OACI] era un apasionado del mundo, del
conocimiento, de los mapas. Mientras, yo vivía en mi mundo alterno, era

lectora de cuentos, y sobre todo de comics, me fascinaban los Súper
sabios, Memín Pinguín, ya después fue la Familia Burrón.
¿Viviste siempre en ese mundo o hubo algo que también te comenzó a
llamar la atención?

Tenía otras pasiones como el deporte, como los niños, siempre me ha
gustado el tema de la infancia y en un momento pensé estudiar pedagogía.
Me gustaba estar en constante movimiento. Por ejemplo, a los once años de
edad comencé a vender muñecos de peluche a tiendas de regalos, con el
dinero que ganaba compraba libros y discos LP. También trabajé en
campamentos de verano.
Eso quiere decir, que te gustaba de alguna manera aventurarte en lo
que se te presentara.
Hay situaciones muy curiosas y cotidianas que me llevaron a trabajar en
distintos sitios. Un motivo constante era que al manejar mi auto siempre
chocaba, entonces trabajaba para pagar los golpes. Por ejemplo, trabajé en
la empresa Maizoro haciendo gráficas de producción, más adelante estuve
en Mausoleos Del Ángel, no vendía criptas si no que estaba en el área
administrativa. Hay un empleo donde era malísima, vendía llantas para
tráileres. Atendía una caja de pago y las filas eran grandísimas porque era
lentísima para cobrar, para hacer facturas. Nunca dije que no a una
oportunidad de trabajo, no me daba miedo. Alguna vez Julio Scherer me
dijo que no había trabajo inútil, creo tenía mucha razón.
Pero tuviste que tomar la decisión sobre qué carrera estudiar.
Mi papá quería que estudiara para intérprete traductora, porque decía que
en la ONU les pagaban muy bien. Como te decía, la pedagogía estaba como
una posibilidad. Hasta que un día escuché una conferencia del dramaturgo
Miguel Sabido, supe en ese momento que ese era el camino. Así fue como
decidí estudiar Ciencias de la Comunicación en la Universidad
Iberoamericana, porque lo que tenía claro era que me gustaba leer, escribir
e investigar.
¿Cómo fue tu entrada al periódico Unomásuno?

Acepté con un sí, inmediato. Fue mi amiga Matilde, con quien jugaba en la
selección de basquetbol de la universidad, quien me comentó que estaban
buscando jóvenes para trabajar en el periódico. A veces siento que ya
estaba destinada a este mundo de los medios impresos. Tiempo antes
acompañé a mi abuelo a las oficinas de la revista Proceso, me presentó al
periodista José Reveles. Mi abuelo le comentó: mi nieta quiere ser
periodista. Reveles fue muy amable y me dio su tarjeta, la cual aún
conservo, a mí me dio mucha pena. Pero pues creo que mi abuelo ya sabía
lo que la vida tramaba para mí.
Era el comienzo del nuevo periodismo y tú eras parte de ello.
Entré exactamente el primero de junio de 1979, en un mundo de viejos
lobos y jóvenes apasionados, donde efectivamente se estaba haciendo un
nuevo periodismo, con muchas rupturas respecto al periodismo tradicional.
Donde la irreverencia era permitida al igual que el sentido del humor. Por
primera vez, veías a los cartonistas ir en primera plana. Tengo muy presente
a Gonzalo Rocha, era jovencito, lo llevaba su papá al periódico. 
Estar ahí, al principio fue una prueba de resistencia porque comencé
como hueso que en palabras más claras es ser el auxiliar de la redacción.
No lo recuerdo mal sino como un reto, inevitablemente me temblaban las
rodillas porque aparte a veces te chiflaban. 
Rafael Cardona era mi jefe, era muy bueno, pero era también durísimo. Lo
interesante es que me comenzaron a mandar con distintos reporteros a
acompañarlos a su fuente a conferencias de prensa, por ejemplo,
del Negro Durazo [Arturo Durazo estuvo al frente de la Dirección Federal
de Seguridad del Distrito Federal durante el gobierno de José López
Portillo, 1976-1982]. Al llegar a redacción yo hacía la nota y el reportero
me la revisaba y así me daba cuenta de mis errores. Claro que había
reporteros súper malosos, había uno que se me escondía. O yo hacía la nota
y el reportero pedía que la volviera a redactar 20 veces, para terminar,
comentando «está bien, pero era a doble espacio» y pues, ni modo, me
cuadraba y volvía a hacer la nota. 
Hubo una ocasión que llegó un reportero medio tomado y me dijo:
«Adriana, haz mi nota, por favor» y le respondí, «pues platícame de qué se
trata». Fui también fotógrafa porque has de saber que me gusta mucho la

fotografía. Llegué a pedir a la sección de deportes que me mandaran a
cubrir lo que fuera. Me mandaron a partidos de futbol soccer, era difícil
tomar fotos en un mundo masculino, imagínate entre puro hombre atrás de
la portería.
Pero algo ocurrió que provocó que vieras a la cultura como una meta.
Sí, mi objetivo se fue modificando, decía: si tengo la capacidad, me
encantaría estar en la sección de cultura y es que para mí ahí se encontraban
las mejores plumas. Sucedió que hubo un concurso de reportaje entre
puros huesos y lo gané, lo que me dio la posibilidad de tener una plaza en la
sección de cultura. En definitiva, entré al paraíso.
Y es que el periódico abrió el camino para que todos vieran que la sección
cultural era igual de importante que cualquier otra. Sé que tuvo mucho que
ver el gran Fernando Benítez. Yo no trabajé directamente con él. Pero el
mismo ambiente era maravilloso. Vivíamos una efervescencia que no he
visto repetirse. Ahí estuve hasta que se dio la ruptura y nos fuimos a fundar
el periódico La Jornada. No puedo negar que para mí fue muy difícil dejar
a Unomásuno.

¿Qué fue lo primero que viviste en La Jornada?
La sana competencia, por ejemplo. Ver a quién le daban la primera plana.
Porque de pronto la sección de cultura ocupaba la página principal. Los
reportajes eran muy valorados. Y sí, inevitablemente tuve que cortar el
cordón umbilical, del anterior periódico. Comencé a disfrutar las
situaciones ingeniosas de ver que una portada del periódico era dedicada a
Rufino Tamayo.
¿Qué te brindó La Jornada como periodista?
Algo increíble, fue la plaza de reportajes especiales. Era lo que yo quería,
porque a mí siempre me gustó la parte de la investigación, de ir al fondo de
la nota. Hice reportajes donde me dieron las páginas que fueran necesarias.
Al grado de hacer reportajes de doce capítulos y para ello, me daban tres
meses para realizar mi investigación. De ahí nació Nahui Olin, Por la
vereda digital, La reina Roja. 
Cuando me dan la plaza de reportajes de investigación me di cuenta de que
no era tan sencillo, porque yo proponía algo y me decían: «eso es de teatro,
eso es de cine, eso es de danza». Y los reporteros eran muy sólidos y
celosos de su trabajo. Fue entonces que vi las ciencias sociales como una
gran puerta de oportunidades, de hablar, investigar de antropología, de
arqueología, eran ramas que tenían mucho que aportar y que a mí me
fascinaron. Pero, además, llega internet y me piden una nota sobre la
realidad virtual, lo cual se convirtió en seis meses de trabajar ese tema y
luego en un libro, [Por la vereda digital]. Me descubrí en el pasado y en el
futuro, porque el presente ya estaba tomado. 
Pero, además, por esos días ya vivía en el mundo de la maternidad y el
trabajo de reportera al mismo tiempo, lo cual creo sigue siendo un milagro.
¿Y cómo lo compaginaste?
Recuerdo alguna vez que yo estaba en Querétaro y me hablaron para
decirme que mis hijos tenían varicela y yo no podía hacer nada, los
sentimientos los tienes apachurrados. La gran ventaja es que mi esposo era
un excelente compañero. La realidad es que también aprendimos juntos, él

de tolerar mi trabajo, y las guardias, de sábados y domingos, eso sí,
vivíamos cansados.
Vino la transición, de la máquina de escribir a la computadora, ¿cómo
lo viviste?

Cuando fue el terremoto de 1985 tenía siete meses de embarazo. Esa
mañana yo me iba a ir a trabajar como todos los días, cuando oí por la radio
todo lo que había ocurrido. Logré comunicarme al periódico y me dijeron:
«ni vengas». En diciembre nace mi hijo. Recuerdo que dejé mi lugar de
trabajo con mi máquina de escribir, mi archivero. Además, tomé más
tiempo de incapacidad, porque tenía muchas ganas de ser mamá. Por lo que
pedí un permiso sin goce de sueldo como de 6 meses. Al regresar me di
cuenta de que me había perdido el curso de cómo utilizar la computadora
como herramienta de trabajo. No tienes idea de lo que fue aprender todo
eso. Ahora me río, pero viví desesperación y angustia, porque si en el
periódico se iba la luz por cinco minutos, pues perdía toda la información
porque se me olvidaba guardar. Yo me la pasaba en el área de sistemas
pidiendo ayuda. Más adelante con la investigación que llevaba de lo que
sería el reportaje de La reina roja, Braulio Peralta me da una laptop, de las
primeras, que escribías un solo párrafo, lo recuerdo y pienso, cómo ha
avanzado la tecnología.
Por lo que me cuentas, el nacimiento como escritora vino de la mano
con el periodismo, pero ¿en qué momento te diste cuenta qué podías
escribir un libro?

No es que me diera cuenta, es que alguien me lo dijo. Mira, yo había hecho
un reportaje de Antonieta Rivas Mercado. Carlos Payán quien era director
de La Jornada me mandó llamar para decirme que el reportaje había
gustado mucho. «Ahora quiero encargarle que me haga un reportaje de esta
mujer», él tenía en su escritorio una foto de Nahui Olin, poeta y pintora,
hija del general Mondragón quien es considerado un traidor por aliarse con
Victoriano Huerta, esposa del pintor Manuel Rodríguez Lozano y amante
del y pintor Dr. Alt. Acepté de inmediato.
Me acuerdo que estaba embarazada de mi tercer hijo, este reportaje lo
escribí panzona de María y siempre le digo que Nahui nació con ella,
crecieron juntas. El caso es que le hablaba a Payán conforme veía cómo iba

creciendo el reportaje para preguntárle sobre la extensión de lo que estaba
haciendo, y me decía: «pues lo que le dé». Espantada le respondía: «no,
deme un límite». Pero él se negaba a dármelo. 
Así que salieron 40 cuartillas. Llegué con Roger Bartra a entregarle el
reportaje. Sorprendido me comentó: «Adriana, es muy extenso. Aquí por
muy largo, estamos hablando de 8 cuartillas, 16 máximo». Como yo sabía
lo que me podía responder, antes de entregarlo ya había marcado con rojo
lo que podía quitar y así se lo expresé. Al día siguiente me habla y me dice:
«Adriana lo voy a meter completo, me encantó y le vamos a dar portada». 
En ese trance nace mi hija María y me voy de incapacidad. Mi tío
Guillermo me busca para decirme que se había encontrado a Elena
Poniatowska y que quería que la llamara, lo cual me causó gran extrañeza
porque la realidad es que no éramos amigas. Nos vimos días después en su
casa. Me preguntó: «¿cómo vas con el libro?» No tenía idea de que me
hablaba. «Sí sabes, el de Nahui Olin», pronunció. «No, no es un libro, es un
reportaje», le respondo. Firme refuta: «sí es un libro y tienes que hacerlo,
pero ya». Le respondí que era complicado porque estaba de incapacidad. Y
firme agregó: «si lo quieres hacer, quiero ver en 15 días 100 cuartillas, a ver
cómo le haces». Me tardé un mes. Y es por eso por lo que te digo, que no
fue que yo decidiera escribir un libro, si no me dijeron hazlo, y creo salió
bien. Adquirí un hábito para todos los libros que he escrito, me aíslo
mucho, evito ir a reuniones, necesito involucrarme lo más posible en la
historia y cualquier distractor puede dañar este proceso.
¿Cuál es tu rutina para escribir, tu día a día como periodista cultural?
Ser periodista es un trabajo de 24 horas. Por ejemplo, ahora que tengo una
columna en el periódico El Universal y que es semanal, el reto consiste en
saber qué tema escoger entre tanta información que existe. Pero
indiscutiblemente mi rutina inicia haciendo Tai Chi, lo cual me ayuda
mucho porque es mi terapia, mi paz. 
Luego disfruto a la antigüita mi desayuno con mi periódico. Antes estaba
suscrita a muchos diarios, pero ya no puedo con tanto papel. Me llega el
periódico 999999999999El País que llega junto con El Financiero. Al
terminar, me dirijo a mi estudio que está en mi casa, pero es completamente
independiente. Es mi Cuevita, así la bauticé. Ahí me encierro todo el día.

Le dedico un buen rato a revisar las noticias en la computadora. Me gusta
todavía recortar y guardar notas de los diarios y también tengo mis archivos
digitales. Estoy ahí hasta las 3 de la tarde pues voy a comer y me regreso de
inmediato al terminar.
¿Qué debes tener contigo para trabajar en La Cuevita?
Me llevo un termo de café, mucha agua y chicles. Pero también, debo tener
algo en la boca, así que he optado por las jícamas o las zanahorias. Existen
fotografías que tiene que ver con mis libros, están mis hijos. Tengo el
diccionario de María Moliner atrás de mí y un diccionario de sinónimos, el
cual es muy importante. Tengo que confesar que mi estudio es muy
desordenado, ya no cabemos. Adriana saca de su bolso una libreta
Moleskine, me muestra como para todo lo que escribe hace mapas para no
perderse en lo que va bosquejando, ya sea para escribir un libro o para su
columna semanal. Se da cuenta que en su libreta ya no hay más hojas donde
pueda anotar. Su letra es clara y efectivamente muestra la secuencia de su
proceso de escritura. Nuestra conversación termina. Hace una llamada a su
casa, ha quedado con una amiga para ir juntas a la entrega de los Premios
Compartir. Nos despedimos, hay una promesa de otro café, pero esta vez
en La Cuevita.

DULCE MARÍA RAMÓN
Vive en el oficio del periodismo desde hace más de 15 años. Colaboradora en medios impresos y
electrónicos: Milenio Semanal, El Universal, Entrepreneur, Music Life, Skribalia, Escritoras
Mexicanas, PueblaDos22, entre otros. Desde hace 12 años se dedica a entrevistar a personajes relevantes
del medio cultural de México. Autora del libro Los Caprichos de un Oficio [2017], un compendio de
diez entrevistas a escritores mexicanos. Ahora ya trabaja Los Caprichos de un Oficio, pero como
protagonistas estarán directores de teatro de México.

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