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¡Ay, los amigos!

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Los amigos se alejan, pero no se van. Los conservamos en nuestra memoria, en nuestro afecto, el recuerdo de sabores y sinsabores en el curso de vidas dedicadas a la información.

Aprendizajes y enseñanzas son las características principales del oficio periodístico y son el pegamento que une indisolublemente a quienes logran una identidad y una amistad sólida.

Al llegar a la etapa final de nuestra existencia, la vida social se hace más difícil y, de hecho, casi indeseable.

 Pero uno sigue añorando a los amigos y reproduciendo mentalmente aquellos incidentes que tanto placer o tanto pesar nos brindaron.

En mi cuarto de azotea he recibido inclusive con gratitud las visitas de Magdalena García de León y de José Carreño Figueras.

Daniel Moreno Chávez me visitará cuando él lo desee y lo recibiré pletórico de entusiasmo.

Entiendo que las actividades de mis amigos, sus intereses profesionales y familiares los mantengan alejados, pero sé que me recuerdan como yo los tengo presentes a ellos.

Un caso: Joel Hernández Santiago como primera generación de la carrera en Acatlán me dicen que regresó a su añorado lar natal en Oaxaca. Y con relativa periodicidad viene a su casa en Tlalpan donde vive espero que tan linda como lo ha sido su señora madre, sus hermanos y sobrinos. Eso en Tlalpan, de donde huye en tanto le es posible. Joel es un hombre muy joven que tiene el reconocimiento de sus pares y de sus paisanos cuando alguno de nosotros no lo logramos en toda una vida.

En Morelia no saben quién soy y creo que tampoco me preocupa demasiado.

El Oaxaca Joel cuenta con la admiración de sus lectores, con el aprecio de los colegas que lo buscan y que a pesar de su juventud les puede dar consejos. De hecho, es un ejemplo y una guía para sus colegas regionales.

Me dicen que escribió un inmerecidamente texto sobre mi persona y mi desempeño tras seis décadas de ejercicio profesional. No lo leí, como saben mis amigos cada día estoy más ciego.

Intenté experimentar lecturas con voces ajenas. Pero no es posible si a los dedos lindos de Marifer merecedores más de interpretar a Chopin que de vulgar en estos artefactos, le aumentamos una dulce voz casi de niña.

Imaginen a Pito Pérez con esa voz que se va a reproducir cuando lea a Pedro Páramo o se enfrente a los terribles panoramas dibujados por los novelistas de la revolución.

Toda lectura tiene dos ritmos: el del escritor y el del lector.

El escritor valcea con las frases y si el lector es avisado, podrán detectar ese ritmo y disfrutarlo plenamente.

Pero hay una enseñanza que nunca recibimos: la lectura.

Cineastas polacos realizaron un extenso video sobre el ya legendario periodista Ryszard Kapuscinsky en el que fui incluido como testimonio amistoso de su paso por México, de sus viajes en América y su presencia en la guerra de Honduras-El Salvador.

Todo iba bien, finalmente era una intervención narrada, pero la puerca torció el rabo cuando al final de mi intervención me pidieron que leyera tres párrafos breves de una de las obras del buen Kapu.

Ahí salió a relucir mi calidad de voz moreliana, mi débil tono de voz y mi falta de inflexiones cuando estoy leyendo.

El resultado del video, para mí, es patético brinca a la vista esa falla de un pésimo lector aunque en lo íntimo sea distinto el aprovechamiento de lo que se lee.

Con esto, Joel, te digo que sólo admito tú ritmo personal de lectura que no puedo reproducir con esta ceguera y algún día si me es posible leeré con mucho interés y afecto tu escrito.

No todos los alejamientos provocan añoranzas, algunos incluso causan repulsión.

Varios de estos considerados amigos muy cercanos desde hace mucho tiempo y que con la bifurcación de caminos en la carrera de cada quien les provoca odio, antipatía y agresividad.

Esos hace mucho los aleje y los borre de mi mente, guardo en el corazón así nunca más los vuelva a ver, a quienes supieron ser fraternos y compañeros.

Esto es, integrarse a lo que sin pensarlo hicimos una familia donde, aquí sí, escogemos a nuestros hermanos.

Este podría ser un mensaje papal y sería dirigido urbi et orbe pero es local y es dirigido a la ciudad, DF y el mundo que para mis amigos de la vieja Antequera comienza y termina ahí mismo.

En la gráfica el autor en un diálogo de sobremesa con Pepe Carreño.

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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