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Carnicería humana

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· “El Caníbal de Atizapán”

· Peligrosa apología del crimen

· “Un oscuro objeto del deseo”

Javier Rodríguez Lozano

CIUDAD DE MÉXICO, miércoles 29 junio 2022.- Pasé por ahí y sin querer vi una foto rara en la que se veía tirado en el suelo algo que se parecía al corazón de una manzana, pero ennegrecido, grisáceo, como globo desinflado…

– ¿Qué es eso? -pregunté.

– ¿No me digan que es lo que estoy pensando? –Insistí.

– ¡Sí, sí es lo que estás pensando! –Escuché voces como respuesta.

– ¡No puede ser! –Exclamé.

Desde 1976 en que vi cosido a puñaladas en un departamento de la Calle Naranjo de Santa María la Rivera el primero de cientos de cadáveres que vería en la fuente policiaca para el periódico La Prensa, hasta 1987 en que salí para incorporarme a El Universal, creía haberlo visto todo.

No fueron pocos los episodios criminales que ganamos siempre en exclusiva, para llevarlos a las páginas de El Periódico que Dice lo que Otros Callan, cuando lo presidía Mario Santaella y lo dirigía Víctor Manuel García Solís con Adolfo Montiel en la Jefatura de Información, apenas a unos meses de la salida de Manuel Buendía, dejándonos un reto muy difícil de superar.

Un primo hermano del general Lázaro Cárdenas –el sacerdote Nabor Cárdenas Mejorada- nos ayudaría en aquella labor: En aquellos años fundaría una secta religiosa en Puruarán, Michoacán, hasta donde llegaríamos mi compañero reportero gráfico, Gildardo Solís, y yo, a realizar un reportaje que le daría la vuelta al mundo y una agrupación nos otorgaría la Medalla Adolfo López Mateos al Mérito Periodístico.

Mario Colín Sánchez, esposo de María Asúnsolo, la mujer más bella de México de acuerdo a David Alfaro Siqueiros que la había inmortalizado en una de sus obras pictóricas, regaba su jardín en Cuernavaca una mañana de aquellos años, cuando recibió un balazo que le quitaría la vida. El comandante José Luis Villuendas presentaría a un detenido como presunto responsable. Lo entrevisté y mi nota demostró la inocencia de aquel humilde chofer de un camión repartidor de Coca-Cola de Zitácuaro, Michoacán.

Al filo de las 7:00 horas de los días 19 de noviembre de 1984 y misma hora y día, pero de 1985 nunca se olvidarán: Estallarían las salchichas de acero de unas gaseras en San Juan Ixhuatepec (San Juanico) en Tlalnepantla; y la Ciudad de México se convulsionaría con uno de los peores terremotos de su historia. Poniendo en riesgo la seguridad de nuestra familia, cubrimos aquellos eventos donde vimos, no cientos, sino miles de cadáveres.

Mario Moreno Cantinflas tenía un sobrino que se llamó José Refugio Reyes, que con sus hermanas se ocultaba cuando su madre, bella prima hermana del mimo, ofrecía fiestas en su casa de Las Lomas, que muchas veces terminaban en bacanales, al fin gente de cine. Decidió matarla. Acompañé al comandante José Luis Villuendas a su captura en peliculesca persecución y detonaciones de armas. De una acequia de aguas negras en Chamapa rescatamos una caja cuadrada de madera, que contenía los restos diseccionados de la infortunada mujer.

Claro, este espacio no nos da para recordar toda nuestra bibliografía policiaca, con la que llegamos al mes de mayo del año pasado, cuando nos enteramos del mayor criminal que registre la historia mexicana. Desde entonces le seguimos la huella.

Pero no tenemos los recursos que otros grandes medios de comunicación –aunque lo ofrecimos, no directamente, pero sí implícitamente por nuestra experiencia, a las direcciones de los periódicos La Prensa y de El Universal, y lo rechazaron- y quien no lo pensó dos veces fue el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, quien patrocinó una serie de cinco capítulos que este lunes estrenó Televisa, con el título: “El Caníbal de Atizapán”.

Anteayer, en conferencia de prensa, el ministro Zaldívar, diría que la serie tiene como objetivo mover conciencias, evidenciar que, sostuvo:

“No podemos seguir investigando los casos de las mujeres muertas y desaparecidas con una enorme frivolidad e ineficiencia, que no podemos seguir revictimizando a las familias, que no podemos seguir pensando que simplemente son estadísticas”.

Válgaseme esta reflexión reporteril, a propósito del manejo de la información policiaca: En 1982, cuando Miguel de la Madrid asumió la Presidencia, se soltó un asesino serial, Aureliano Rivera Yarahuán, comandante de la policía sinaloense, quien empezaría secuestrando niños, cobrando los rescates y luego sacrificándolos, como ocurriría a su primera víctima, Rubén Arizmendi Flores.

“La Hiena de Sinaloa” cobraba más popularidad que repudio generalizado por la forma en que los medios de comunicación relatábamos aquellos crímenes. No olvidaré las palabras de mi jefe de Información, Adolfo Montiel Talonia, cuando me llamó la atención molesto y enérgico: “No hagamos apología del crimen”.

¡Imagina Usted, amable lector, cuántos asesinos seriales puede generar la serie de El Caníbal, en una serie novelada de la televisión, donde un día sí y otro también, surgen figuras totalmente oscuras y desconocidas, convertidas en afamadas estrellas e influyentes líderes de opinión, de la noche a la mañana!

¿Cómo manejará esa serie los datos que se conocen del expediente del asesino serial Andrés Mendoza, cuando se busca no revictimizar a familiares de las mujeres sacrificadas?

¿Cómo fue que cayeron en las manos de Andrés aquellas humildes y desamparadas mujeres; rehenes de alguien que había sido carnicero, pero que en las disecciones de sus carnicerías humanas parecía hábil cardiólogo cirujano?

Y también, ¿cómo fue descubierto? ¿De quién o quiénes son los méritos de la investigación policiaca más brillante de las últimas décadas, servidores públicos, mujeres y hombres agentes policiacos modestos y sencillos, pero responsables y comprometidos, que tampoco pueden pasar inadvertidos tan injusta e inhumanamente?

– Y éste, ¿quién es? –Se preguntaron aquellas voces.

Tan pronto como se enteraron que yo era un periodista se hicieron “los occisos” y guardaron celosamente aquellas fotos.

LA COSA ES QUE…

Sí, efectivamente, aquello que en la foto se hallaba tirado en el piso era eso, una de las más de cuatro mil partes, finamente cortada, óseas y de piel y órganos de las mujeres asesinadas.

“El oscuro objeto del deseo”, película de Luis Buñuel, describe mejor aquella parte.

Qué tal.

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