Inicio POLÍTICA CONCLUYE EL HOMENAJE A LUIS VILLORO, EL FILÓSOFO DEL INDIGENISMO

CONCLUYE EL HOMENAJE A LUIS VILLORO, EL FILÓSOFO DEL INDIGENISMO

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    • Se llevó a cabo en el Aula Mayor de El Colegio Nacional la segunda sesión de homenaje a don Luis Villoro, en el centenario de su nacimiento.
    • Coordinada por los colegiados Juan Villoro y Javier Garciadiego, participaron Luis Hernández Navarro, Márgara Millán, Mariana Mora, Ángeles Eraña y María José Garrido.
    • Las mesas concluyeron con una lectura de poesía a cargo de Carmen Villoro.
    • La obra del filósofo es la de un pensador crítico sin muletillas, la de alguien “cuya criticidad no se sostiene de dogmatismo alguno, destacó Márgara Millán.

Las últimas palabras que recuerda Carmen Villoro de su padre, el filósofo Luis Villoro, son: “Carmen has pensado que tú y yo salimos de Etiopía”. Una frase que se convirtió en un largo poema de despedida, pero también de reconocimiento al significado no sólo de la vida, sino de un pensamiento que sigue vigente a ocho años de su partida y en el centenario de su nacimiento.

Una fecha que sirvió de argumento para las dos sesiones de homenaje coordinadas por Juan Villoro y Javier Garciadiego, integrantes de El Colegio Nacional, en donde se abordaron diferentes aspectos del pensamiento de don Luis Villoro, en la sesión realizada este viernes de forma presencial en el Aula Mayor de la institución y transmitida a través de sus redes sociales, con énfasis en los temas de ciencias sociales abordados por el catedrático.

Un breve pasaje, el último de sus textos con el que entró a este Colegio Nacional, en 1978, nos ponen pista justamente para estas reflexiones de índole amplia que no necesariamente abarcan el quehacer filosófico en un sentido técnico, sino en un sentido de compromiso ético con la realidad: ‘la filosofía no puede reducirse a su práctica profesional. Ningún profesor guarda el monopolio de la actividad filosófica ni hay academia alguna que garantice su ejercicio: la filosofía es la actividad disruptiva de la razón y esta se encuentra en el límite de todo pensamiento científico’”, rememoró Juan Villoro al ofrecer la introducción de la primera mesa de la segunda sesión de homenaje.

Para el periodista y escritor Luis Hernández Navarro, a pesar de ser la de un personaje centenario, la obra de Luis Villoro “es de una excepcional actualidad”, un verdadero espejo de nuestro tiempo, en donde se mezclan filosofía y magisterio, investigación y desempeño institucional, el universitario y el servidor público, el periodismo y la política, “con tal vitalidad que resulta más actual en sus ideas”.

“Sus actos y su comportamiento estuvieron siempre regidos por sus convicciones, en un ejercicio impecable de ese bien tan escaso en estos tiempos como es la congruencia; a pesar de ser dueño de una inteligencia y sensibilidad privilegiada conquistó el abecedario con sudor y trabajo, nunca fue un hombre al que las cosas le llegarán por iluminación, parecía estar siempre trabajando, investigando, escuchando, buscando”.

De esa manera, reconoció el director editorial de La Jornada, Luis Villoro intervino en el debate nacional publicando artículos de opinión que son verdaderos ensayos, pero también firmando proclamas y manifiestos, en el formato del intelectual público clásico, e impartiendo conferencias como actor directo de movimientos sociales trascendentes, “construyendo partidos políticos de masas progresistas y acompañando las luchas indígenas”.

“Nunca se asustó con sus sombras: su pensamiento estuvo siempre en continuo movimiento, desnudando las trampas de la dominación y trazando rutas emancipadoras básicamente en clave ética, convencido de que la reflexión filosófica siempre tiene como última raíz experiencias personales vividas intensamente”.

A un tiempo mexicano universal nacido en el puerto de Barcelona, don Luis desembarcó en este territorio y luchó cada día por mexicanizarse a su manera, al grado de que su biografía es un complicado rompecabezas que, poco a poco, ha comenzado a armarse, “en mucho bajo la guía y esfuerzo de su hijo Juan y sus cada vez más numerosos discípulos”.

“Su cimiente intelectual sigue creciendo a un ritmo sorprendente, así que más que contribuir a poner en el tablero algunas piezas de este puzzle que nunca acaba de completarse, quiero hacer una trampa y asomarme a la forma en la que él navegó en las aguas turbulentas en la realidad mexicana, a través del atajo de un calidoscopio: Luis vivió su determinación de dominar la política, no de padecerla, con una dignidad en la que nunca capituló, en la que demostró en los últimos años de su vida lo que era su intuición de sus primeros trabajos: la periferia está en el centro, porque podemos conocer el centro perfectamente desde la periferia”, resaltó el periodista.

Desde la perspectiva de la socióloga Margara Millán, la obra de Luis Villoro es tan amplia y vasta que, para las nuevas generaciones, es un continente, sobre todo un territorio lleno de lo que definió como líneas tránsfugas, “hilos para seguir tejiendo lo que pienso es un ejercicio de descolonización constante”.

La obra del filósofo es la de un pensador crítico sin muletillas, la de alguien “cuya criticidad no se sostiene de dogmatismo alguno y, por lo tanto, está abierta a la deriva de la imaginación, pero anclada en las prácticas sociales y en su historicidad; es decir, sostenida en lo concreto de la vida”.

La también antropóloga social centró una parte de su reflexión en la presencia de lo indígena dentro del pensamiento de Luis Villoro, pensando en lo indígena como una realidad concreta de nuestro país, distinta y separada a las variadas formas en que el Estado-Nación lo produce, pensando también lo indígena “como el sustrato de la filosofía política de don Luis”, como se refleja en algunos de sus textos, desde Los grandes momentos del indigenismo en México, de 1950, hasta La alternativa: perspectivas y posibilidades de cambio, de 2015, en donde se reúne la correspondencia que sostuvo con el subcomandante Marcos.

“Se ha hablado de su compromiso con las luchas transformadoras de nuestro país y su idea de la izquierda como una toma de postura ética; su hijo Juan lo describe de esta forma en un imperdible artículo denominado Mi padre el cartaginés: ‘mi padre pertenece a una corriente que combinó los suéteres de cuello de tortuga del existencialismo con las artesanías de barro de la antropología nacionalista’.

“Y es así como la filosofía política se combinaba con la antropología filosófica en la obra de Luis Villoro y me imagino que también en su manera de hacerse mexicano, y esa reflexión sobre el indigenismo, transformada después en la nación que los pueblos demandan, no desapareció nunca de su obra”, destacó Margara Millán.

Mariana Mora, profesora e investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), le correspondió la tarea de hablar sobre una publicación póstuma de Luis Villoro, Identidad múltiple, obra que reúne varios escritos publicados en su momento por el filósofo, pero que son difíciles de encontrar, además de artículos que tienen como base las anotaciones de ideas que se quedaron en apuntes, sin haber tenido un encuentro con el papel impreso: ensayos sobre diversos temas que ocuparon una parte importante de la energía vital e intelectual de Luis Villoro durante las últimas décadas de su vida.

En el volumen se abordan conceptos centrales como revolución, democracia, justicia, derecho y acontecimientos que suceden a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, entre los que se encuentran los acuerdos de San Andrés, los debates jurídicos y políticos respecto al sujeto colectivo de derecho, las movilizaciones en la UNAM en defensa de la educación gratuita, las acciones terroristas que rodean el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York en el 2001, y la otra campaña del EZLN.

Identidad múltiple, en palabras de la doctora en Antropología por la universidad de Texas en Austin, “es el conjunto de reflexiones críticas arraigadas a sucesos que establecieron las pautas de la vida política del país y que marcaron sus principales campos de disputa; es un libro que reúne pensamientos vinculados a los grandes debates que sacudían la vida pública, no a partir de lo que la clase política colocaba para debate, sino a partir de las estelas generadas por las navegaciones del zapatismo, por ejemplo”.

En ese sentido, aseguró Mariana Mora, los textos de don Luis se distancian profundamente del ser pensante que contempla “el paisaje social a partir de un punto alejado y omnipresente”: su obra ocupa un lugar central dentro del pensamiento crítico latinoamericano del siglo XX.

Los temas que aborda Luis Villoro en el libro, y su forma de abordarlos, le dan sustento a su definición de filosofía como la actividad basada en el conocimiento personal y en las experiencias concretas: “dicha actividad filosófica genera reflexiones sobre la ética que, a su vez, dotan de sentido a la vida humana y, por lo mismo, necesariamente tiene una relación inmediata con la sociedad”.

Poesía e historia

“Hoy festejamos su vida, no su ausencia: creo que sigue presente y lo que hemos escuchado estos dos días lo único que muestran es que está más vivo que nunca, que su pensamiento sigue y, a través de nosotros, su vida será larga”. Tales fueron las palabras de Ángeles Eraña, investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, durante la mesa redonda de cierre del segundo día de actividades en homenaje a don Luis Villoro.

Para la catedrática universitaria, don Luis fue un pensador agudo y profuso, quien se hizo a sí mismo un sinnúmero de preguntas que invitan a la reflexión, nos invitan a pensar, lo cual es cierto, porque “lo que él siempre supo hacer un llamado al diálogo, no sólo para quienes nos hemos dedicado a la filosofía, sino para cualquiera que tenga curiosidad por el modo de ser del mundo, por las otras personas, por su estar aquí”.

“Para cualquiera que se interese en comprender la realidad y tenga una inquietud por transformarla”.

Al referirse al libro Los grandes momentos del indigenismo en México, Ángeles Eraña reconoció que, en ese volumen, publicado originalmente en 1950, se encuentra una de las interrogantes que formuló incesantemente a lo largo de su vida: aquella que indaga por el Estado; Luis Villoro se pregunta lo largo de su vida y de maneras muy distintas, cómo se relacionan el Estado y la Nación, “dos cosas que han estado siempre unidas por un guion”.

“¿Cómo se origina el Estado mexicano?, ¿qué ha significado para México constituirse en un Estado-Nación?; a través de estas preguntas imagina, propone mejores futuros posibles para nosotros, para todos, de ahí la vigencia de sus planteamientos, porque sus respuestas a estas preguntas sirven como faro a la hora de pensar nuestros problemas nacionales”.

Se trata de un libro en el que el filósofo busca comprender el conjunto de concepciones acerca de lo indígena que se ha expresado a lo largo de nuestra historia y la relación que cada una de estas ha tenido con la configuración idealizada de la nación; desde la mirada de la catedrática, ahí hace ver cómo nuestra historia ha estado marcada por una distinción “entre un ellos y un nosotros que ha determinado no sólo el tipo de relaciones sociales que ha prevalecido en nuestro país, sino también una manera de concebirnos a nosotros mismos en tanto mexicanos”.

Javier Garciadiego, miembro de El Colegio Nacional y encargado de la moderación de la segunda mesa, recordó que, cuando se creó El Colegio de México, José Gaos no quiso establecer una cátedra de filosofía, lo que él organizó fue un seminario de historia del pensamiento, entre quienes se encontraba Luis Villoro.

Pero también se refirió a la afición de don Luis por el fútbol, una pasión que heredó a su hijo Juan Villoro, y recordó una anécdota en la que el filósofo llegó a convencer a un grupo de aficionados que “reconocieran la superioridad del equipo visitante: sé que Luis Villoro era muy seductor y convincente, pero no me lo imagino convenciendo al respetable del Estadio Azteca”.

“Bueno me encanta la idea de Luis Villoro, un hombre que se dedica al análisis de las ideas trascendentes, a enfrentar los problemas más agudos del país, a discutir sobre la existencia de Dios en la selva Lacandona, y que también tuviera pasatiempo como el fútbol, porque la grandeza de muchos seres humanos también se mide en sus pasatiempos”, señaló Garciadiego.

En su turno, María José Garrido, investigadora del Instituto Mora, reconoció que su acercamiento a la obra de Luis Villoro se dio desde que se encontraba en la elaboración de su tesis de licenciatura, sobre todo del libro El proceso ideológico de la revolución de independencia, “una lectura que me sedujo: estando muy jovencita me permitió abrirme hacia otras rutas, hacia otras posibilidades”.

“Siempre había pensado que este era un libro fundamental en la trayectoria académica de don Luis y que era un libro de inevitable lectura para todo aquel interesado en la historia de la Independencia, y también todo aquel interesado en acercarse a las ideas, las ideologías políticas, en cualquier momento histórico”.

Un volumen que, desde su perspectiva, es una propuesta teórica y metodológica para estudiar las ideologías de los grupos sociales y el papel que las ideas políticas desempeñan en un proceso histórico determinado, un modelo que bien puede ser ensayado para otros espacios y periodos: don Luis lo elaboró, lo estructuró, lo pensó, lo reflexionó y lo ensayó en la guerra de Independencia, pero bien puede ser un buen punto de partida para otros estudios”, resaltó la historiadora.

El cierre con broche de oro de los dos días de homenaje a Luis Villoro en el centenario de su nacimiento se dio con la lectura de poesía a cargo de Carmen Villoro, en particular se poemas que resultaban fundamentales en su diálogo con el filósofo, como por ejemplo del volumen Liquidámbar, escrito después de una visita que hiciera al Caracol de Oventic, en Chiapas, y en “donde se encuentran las cenizas de mi padre, enterradas en el pie de un hermoso liquidámbar”.

“Salí de ahí muy tocada y sólo pude pensar que tenía que escribir algo para procesar esa experiencia que me había tocado profundamente el pensamiento, el espíritu y el corazón”, explicó la poeta, quien también leyó fragmentos del poema Salimos de Etiopía.

“Lo escribí a partir de las últimas palabras que me dijo mi padre antes de morir: estuve con él unos días antes y subí a su recámara para ofrecerle el desayuno y él me dijo ‘Carmen has pensado que tú y yo salimos de Etiopía’; ante este comentario enigmático no pude responder nada y sólo después entendí de qué me estaba hablando”, evocó la hija del filósofo.

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