𝗟𝗼 𝗺𝗮𝗿𝗮𝘃𝗶𝗹𝗹𝗼𝘀𝗼 𝗱𝗲𝗹 𝗽𝗲𝗿𝗶𝗼𝗱𝗶𝘀𝗺𝗼 𝗲𝘀 𝘀𝘂 𝘀𝗶𝗺𝗶𝗹𝗶𝘁𝘂𝗱 𝗮 𝘂𝗻𝗮 𝗹𝗹𝗮𝘃𝗲 𝗺á𝗴𝗶𝗰𝗮, 𝗾𝘂𝗲 𝘁𝗲 𝗽𝗲𝗿𝗺𝗶𝘁𝗲 𝗮𝗯𝗿𝗶𝗿 𝗺𝘂𝗰𝗵𝗮𝘀 𝗽𝘂𝗲𝗿𝘁𝗮𝘀, 𝘆𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗱𝗲𝘁𝗿á𝘀 𝗱𝗲 𝘁𝗼𝗱𝗮𝘀 𝗲𝗹𝗹𝗮𝘀 𝘀𝗶𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲 𝗵𝗮𝘆 𝘂𝗻𝗮 𝗲𝘅𝗽𝗲𝗿𝗶𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗵𝘂𝗺𝗮𝗻𝗮 —𝗱𝗲𝗰í𝗮
𝘊𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘢 𝘗𝘢𝘤𝘩𝘦𝘤𝘰, 𝘭𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘢𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘪𝘰𝘥𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘵𝘰𝘳𝘢, 𝘶𝘯𝘢 𝘷𝘰𝘻 𝘦𝘮𝘣𝘭𝘦𝘮á𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘶𝘭𝘵𝘶𝘳𝘢 𝘮𝘦𝘹𝘪𝘤𝘢𝘯𝘢, 𝘧𝘢𝘭𝘭𝘦𝘤𝘪ó 𝘦𝘭 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘫𝘶𝘦𝘷𝘦𝘴 𝘢 𝘭𝘰𝘴 82 𝘢ñ𝘰𝘴, 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘴í 𝘶𝘯 𝘭𝘦𝘨𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘯𝘢𝘳𝘳𝘢𝘵𝘪𝘷𝘢𝘴 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢ñ𝘢𝘣𝘭𝘦𝘴 𝘺 𝘱𝘦𝘳𝘪𝘰𝘥𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘵𝘪𝘥𝘰
𝗔𝗹𝗯𝗲𝗿𝘁𝗼 𝗖𝗮𝗿𝗯𝗼𝘁
Dedicada por más de 47 años a su programa 𝘈𝘲𝘶í 𝘯𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘤ó 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 en Canal 11, anunció su retiro apenas el pasado 1 de diciembre, debido a graves problemas de salud relacionados con el cáncer, que ella personalmente no informó de manera directa. No obstante, en su última aparición pública, la periodista compartió con voz entrecortada la necesidad de atender su salud, marcando el fin de una era en la televisión cultural. Laura Emilia y Cecilia Pacheco, hijas de Cristina y del escritor José Emilio Pacheco, lo informaron luego del fallecimiento de su madre, una pérdida que resonó profundamente en el mundo literario y periodístico.
Cristina Romo Hernández —su verdadero nombre, originaria de San Felipe, Torres Mochas, Guanajuato—, al tomar el apellido de su esposo José Emilio Pacheco (1939-2014), se convirtió en una figura del panorama cultural mexicano, complementando su obra con la de su marido. El amor entre Cristina y José Emilio, iniciado en 1959, tras ser presentados por Carlos Monsiváis, mientras ella estudiaba Lengua y literaturas Hispánicas, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fue una historia romántica que se formalizó en 1961 y duró más de medio siglo.
A lo largo de su carrera fue honrada con múltiples premios, incluyendo el Nacional de Periodismo en varias categorías. Sus contribuciones al periodismo cultural le fueron reconocidas con el Rosario Castellanos, el Bellas Artes de Literatura Inés Arredondo y El Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
Inició su carrera en el periodismo televisivo en Canal 13, pero sus primeras colaboraciones en Canal 11 fueron en los programas 𝘈𝘴í 𝘧𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢 y 𝘋𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘮𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘵𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘴, a cargo del cuentista y poeta campechano Juan de la Cabada. Después, participó en 𝘈𝘲𝘶í 𝘯𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘤ó 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳, emisión concebida por el arquitecto universitario José Priani —quien diseñó el recinto de la sala ORM, ubicada en Álvaro Obregón 100 en la colonia Roma—, el cual dio inicio en mayo de 1978. Fue Priani quien le sugirió al periodista Pablo Marentes, director del canal politécnico, un programa que analizara la situación habitacional de la capital del país, desde el punto de vista de sus habitantes. 𝘔𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘏𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴, su columna dominical, comenzó a publicarse en 𝘓𝘢 𝘑𝘰𝘳𝘯𝘢𝘥𝘢 en 1986. 𝘊𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘊𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘢 𝘗𝘢𝘤𝘩𝘦𝘤𝘰 inició sus transmisiones en 1997, en el Canal 11.
Su obra escrita, pero principalmente sus programas de radio y televisión mostraron la diversidad y riqueza cultural del país y acercaron al público a las historias y tradiciones de México. Su habilidad para entrelazar la literatura y el periodismo, crearon un estilo particular que influenció a muchos jóvenes escritores y periodistas.
𝗦𝘂𝘁𝗶𝗹𝗲𝘇𝗮, 𝗿𝗲𝘀𝗽𝗲𝘁𝗼 𝘆 𝗿𝗲𝗰𝗼𝗻𝗼𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼
En el ámbito del periodismo, las relaciones entre colegas a menudo se tejen en la sutileza del respeto y reconocimiento, como fue mi experiencia con Cristina Pacheco. Aunque nunca fui cercano a ella en términos personales, nuestra relación se mantuvo en un ámbito de cordialidad periodística.
Un episodio que ilustra esta relación ocurrió cuando, en agosto de 2001, un par de estudiantes de la escuela Carlos Septién García —ansiosos por iniciarse en el periodismo—, me propusieron entrevistarla. Desde luego, la consideré interesante para los lectores de 𝘎𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴𝘶𝘳 /𝘓𝘢 𝘙𝘦𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰, bajo mi cargo y luego de dar mi aprobación, no imaginé que recibiría, al día siguiente, una llamada de su oficina.
Era la propia Cristina, quien me expresó su deseo de que aceptaría la entrevista condicionando el hecho de que esta fuese conducida por mí, rechazando un poco la idea de ser entrevistada sólo por unos principiantes. Respetando su decisión, coordinamos la conversación con los jóvenes reporteros un par de días más tarde, la cual —debo decir—, se desarrolló con fluidez.
Yo intenté en todo momento mantener un perfil bajo, pero una vez concluida la charla, Cristina y yo continuamos conversando en su oficina de Radio Fórmula, con un tono más informal y relajado. Durante este tiempo, aproveché la oportunidad para tomarle algunas fotografías, imágenes que ahora, con la sorpresiva noticia de su muerte, cobran un significado especial, particularmente una de ellas.
En esa foto, que me solicitó después, Cristina aparecía con su cabello castaño a la altura de los hombros, rematado con un flequillo ligeramente ondulado; me miraba directamente. Su rostro ovalado, mostraba una sonrisa cálida y agradable. Vestía un elegante blazer negro, y sostenía en la mano un bolígrafo Mont Blanc. La imagen —me comentó luego—, le había gustado mucho a ella y a su marido José Emilio, porque la presentaba en una actitud sonriente y a la vez reflexiva. Lo entendí, porque al momento de capturar esa y otra fotos, era evidente que ella se hallaba en su elemento, inmersa en el mundo de las noticias y la narración de historias, que eran realmente lo suyo.
Nuestro siguiente encuentro tuvo lugar en 2014, en Tuxtla Gutiérrez, durante la inauguración de la librería José Emilio Pacheco de la Universidad Autónoma de Chiapas, en la que estuvieron presentes destacadas figuras gubernamentales y educativas, entre ellas el rector de la UNAM, José Narro, el gobernador Manuel Velasco Coello, el rector de la UNACH, Jaime Valls Esponda y el director del Fondo de Cultura Económica, José Carreño Carlón.
La inauguración se convirtió en una celebración de la vida y el legado literario de Pacheco, así como en un reconocimiento de su impacto en la cultura mexicana. En su discurso, Cristina destacó la relevancia de la librería como un espacio que permitía a su esposo José Emilio Pacheco, recién fallecido, «vivir en el espacio que más amaba», refiriéndose a su pasión por los libros y la literatura. Luego rememoró la relación estrecha y afectiva de él con dos prominentes escritores chiapanecos, Jaime Sabines y Rosario Castellanos, subrayando la conexión personal y literaria de José Emilio con Chiapas.
En este evento, compartimos un saludo fraterno y algunos minutos de charla. Luego, me aparté discretamente, permitiendo a otros asistentes la oportunidad de interactuar con ella y tomarse algunas fotografías. Después de esta ceremonia no volvimos a vernos personalmente, por lo que, ayer al enterarme de su fallecimiento a causa de un agresivo cáncer, me produjo un sentimiento de pesadumbre y me impulsó a escribir esta crónica.
En esa charla inicial con 𝘎𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴𝘶𝘳 /𝘓𝘢 𝘙𝘦𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰, Cristina aseguraba que para ella entrevistar era pura adrenalina y este ejercicio lo comparaba a tirarse desde un trapecio, sin red. Decía que, si no existía pasión, ella no podía hacer bien su trabajo. Maestra en el arte de la conversación, escritora y periodista de múltiples facetas, quizá sin saberlo, llegó hasta romper el récord Guinnes por el mayor número de entrevistas realizadas, en especial a la gente del pueblo.
Iniciada en el periodismo en los diarios 𝘕𝘰𝘷𝘦𝘥𝘢𝘥𝘦𝘴 y en 𝘌𝘭 𝘋í𝘢—cuando éste todavía se llamaba 𝘌𝘭 𝘗𝘰𝘱𝘶𝘭𝘢𝘳—, dos periódicos a los que reconocía haber querido mucho, Cristina Pacheco se mostraba agradecida de que ellos le hayan abierto las puertas, a pesar de no tener ninguna preparación previa para ejercer el oficio. Incursionó también en la 𝘙𝘦𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘜𝘯𝘪𝘷𝘦𝘳𝘴𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰, 𝘚𝘶𝘤𝘦𝘴𝘰𝘴 y 𝘌𝘭 𝘚𝘰𝘭 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰.
»Me dieron espacios regulares semanales, que me permitieron primero ponerme en contacto con el ejercicio de la escritura —mencionaba—. No tenía ni siquiera el tiempo suficiente para preparar mis materiales. Realmente eran malos, pero los recuerdo con mucho cariño, porque era muy emocionante para mí ir a las redacciones, ver los periódicos y a los periodistas que estaban escribiendo, apurándose, metiendo sus hojas en los rodillos de las máquinas de escribir».
Apasionada de la lectura, una actividad a la que consideraba un placer, Cristina Pacheco también pasaba el tiempo libre en la cocina, arreglando plantas y conversando. »Soy alguien que tiene esa pasión por la conversación y admiro mucho a los grandes conversadores, a la gente que sabe contar; eso me deslumbra, me fascina a tal grado, que me podría pasar la vida oyendo a esa persona —decía.
Se llamaba en realidad Cristina Romo Hernández “y lo seré siempre hasta que me muera” pero eligió designarse Cristina Pacheco —como se le conoció casi desde siempre—, por el apellido de su marido, José Emilio Pacheco, porque decía que a ella no le gustaba que a una mujer casada se le dijera 𝘧𝘶𝘭𝘢𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘵𝘢𝘭 𝘥𝘦… «como si fuera una marca o una propiedad».
Si bien se desarrolló posteriormente en la radio y la televisión, evocaba con afecto sus años en los medios impresos, porque ahí estudió sobre la marcha y fue aprendiendo poco a poco. De hecho, escribía domingo a domingo en la contraportada del periódico 𝘭𝘢 𝘑𝘰𝘳𝘯𝘢𝘥𝘢, la sección 𝘔𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘏𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴, ampliamente consultada.
𝗗𝗲𝗿𝗿𝗼𝗰𝗵𝗲 𝗱𝗲 𝗮𝗱𝗿𝗲𝗻𝗮𝗹𝗶𝗻𝗮
Cuando se le preguntaba que sentía cuando dio inicio a su cotidiana tarea como entrevistadora, no dudaba en responder con una sola frase: “por pura emoción”, así, de golpe.
Y explicaba: «es pura adrenalina y lo equiparo a tirarme de un trapecio sin red. Y si no hay ese reto, ese desafío, no me interesa; no lo hago. A mí, la gente tibia, el trabajo hecho con tibieza no me atrae. Para mí un entrevistador debe tener mucha pasión, mucho entusiasmo, mucha energía para poder sacar lo que quiere; es un trabajador que tiene que elaborar muy arduamente sus herramientas, que son las palabras, con las que hacer caminos en la otra persona, para poder llegarla a oír realmente y entenderla», exponía.
Pacheco comentaba que una entrevista que de antemano consideraba no la emocionaría, y no la conmoviera, realmente, no la hacía y no le interesaba. “De automatismo nada. Trato de buscar siempre otros caminos para que mi trabajo se renueve y sea fresco todos los días» —exponía.
—¿𝗤𝘂é 𝘀𝗮𝘁𝗶𝘀𝗳𝗮𝗰𝗰𝗶ó𝗻 𝗹𝗲 𝗵𝗮 𝗱𝗲𝗷𝗮𝗱𝗼 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝗴𝗿𝗮𝗺𝗮 𝘼𝙦𝙪í 𝙣𝙤𝙨 𝙩𝙤𝙘ó 𝙫𝙞𝙫𝙞𝙧?
Lo maravilloso de este programa es el contacto con las personas; para mí es lo más importante; ese es mi capital. Ha sido muy gratificante, pero bastante duro, porque te desgasta y pone en riesgo tus sentimientos, decía.
Sobre por qué eligió al Canal 11 y no a Televisa o TV Azteca —que sin duda le reportarían más audiencia—, señalaba que en realidad ya no se podía garantizar si hay programas que tienen rating o no, y explicaba que en la televisora del IPN encontró un formato ideal para sus programas.
«Para mi idea de lo que quería hacer, no creo que otra televisora se hubiera arriesgado a producir y transmitir este programa, que nació sin antecedentes, porque nunca había habido una emisión así. Todo mundo me decía: 𝘈𝘺, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘷𝘢 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘦𝘳 𝘷𝘦𝘳 𝘦𝘴𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘨𝘳𝘢𝘮𝘢 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘭𝘦 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘮𝘢𝘲𝘶𝘪𝘭𝘭𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘺 𝘷𝘦𝘴𝘵𝘪𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘭𝘰𝘴 𝘥í𝘢𝘴; 𝘦𝘴𝘰 𝘢 𝘮í 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢.
Al recordar el inicio de 𝘈𝘲𝘶í 𝘯𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘤ó 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳, evocaba que empezó “de una manera increíble, porque para muchos sectores sociales, encontrar un lugar dónde mirarse y escucharse, había sido realmente un tesoro».
Cristina Pacheco aseguraba que en su trabajo trataba de ser plural; “abarcar todos los aspectos que me lleven a la experiencia humana, por medio de entrevistas con un artesano, un comerciante, un agricultor, un banquero, un músico o un deportista. Lo maravilloso del periodismo es su similitud a una llave mágica, que te permite abrir muchas puertas, ya que detrás de todas ellas siempre hay una experiencia humana que es lo que a mí me interesa rescatar, porque se reflejan todas las cosas que están pasando ahora. No es teoría, ni rollo, sino hechos concretos, pero vividos desde la perspectiva de la historia humana. Entrevistar, aunque algunos lo duden, es un trabajo muy pesado, que a veces me deprime y eso, emocionalmente, me ha causado muchos problemas”.
—¿𝗖ó𝗺𝗼 𝗲𝗺𝗽𝗶𝗲𝘇𝗮 𝘂𝗻 𝗱í𝗮 𝗲𝗻 𝗹𝗮 𝘃𝗶𝗱𝗮 𝗱𝗲 𝗖𝗿𝗶𝘀𝘁𝗶𝗻𝗮 𝗣𝗮𝗰𝗵𝗲𝗰𝗼?
Trabajando, afortunadamente; leyendo los periódicos, oyendo las noticias, preparándome para llegar a la estación y organizándome bien. Mi día, de hecho, lo dejo organizado desde la noche anterior, pero hay muchos imprevistos. Tengo que pensar en quién va a ser ml invitado para la televisión, constatar que va a venir y que todo el material esté listo para el programa del viernes; que va haber una persona que recoja el invitado, que haya flores para obsequiarles a las invitadas.
𝗟𝗮 𝗽𝗮𝘀𝗶ó𝗻 𝗽𝗼𝗿 𝗹𝗼 𝗵𝘂𝗺𝗮𝗻𝗼
Hay tantas, tantas personas a las que me gustaría entrevistar —comentaba—, y sólo es un programa a la semana, entonces tengo que elegir y me cuesta mucho trabajo. Hay centenares, miles de personas que valen la pena por lo que han vivido, por cómo trabajan, por el área de su actividad y su especialidad; por la forma en que realizan su trabajo, su excelencia, su rareza, su silencio. En mi trabajo periodístico, por fortuna, existen muchos recursos literarios y eso lo enriquece, porque quiero que tenga la estructura de un pequeño cuento.
—¿𝗔 𝗾𝘂𝗶é𝗻𝗲𝘀 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗶𝗱𝗲𝗿𝗮 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝗹𝗼𝘀 𝗴𝗿𝗮𝗻𝗱𝗲𝘀 𝗰𝗼𝗻𝘃𝗲𝗿𝘀𝗮𝗱𝗼𝗿𝗲𝘀?
A la gente de pueblo, que tiene muy memoria y buen lenguaje; le dan color a lo que están contando. El señor José Pagés Llergo era un extraordinario conversador. Otro es Ricardo Legorreta. Juan Soriano, maravilloso. Te podría nombrar a muchos, pero una persona a la que admiré muchísimo fue Fernando Benítez.
Cristina recordaba que, en 𝘓𝘰𝘴 𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦, entonces su más reciente libro, donde entrevistó a cantantes, vedettes y boxeadores se había dado cuenta de que “los luchadores son buenísimos conversadores. La buena conversación no depende del nivel de cultura, aunque claro, una persona que sabe muchas cosas, lógicamente adorna mucho su conversación, pero es una cosa de estilo, sobre todo de lenguaje. He tenido la buena suerte de encontrar buenos conversadores».
𝗣á𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗮𝗹 é𝘅𝗶𝘁𝗼
Al mencionarle que ella ya había alcanzado el éxito en su profesión, señalaba que esa era una palabra que le daba “mucho miedo, porque es muy falsa. Se me hace como una duela mal puesta, perdida entre las demás; si uno la pisa y se la cree, la tabla le da en la cara. Más bien el éxito es estar en el trabajo a la hora en que uno tiene que estar, no traicionarse, ni meterle la zancadilla a nadie» —decía.
Admirada por su naturalidad, Cristina Pacheco decía odiar lo artificial y las poses. Cuestionada sobre si proyectaba un libro autobiográfico, señaló entonces que tenía una novela que no había podido terminar por falta de tiempo, la cual había escrito a lo largo de muchos años “desde que trabajaba en una revista llamada 𝘓𝘢 𝘮𝘶𝘫𝘦𝘳 𝘥𝘦 𝘩𝘰𝘺, que hacía con 2 muchachos y una secretaria y donde colaboraba la hoy famosa periodista de espectáculos Paty Chapoy; una publicación donde me quedaba mucho tiempo libre. Y todo era muy bonito, porque los cuatro íbamos a un ritmo muy rápido y me quedaban muchas horas libres.
“Entonces yo escribía muchas cosas y llegué a hacer una enorme cantidad de cuartillas que tengo en mi casa. Creo que son como cuatro mil, la que sería una de generaciones de familia, la de mi abuela, de mis tías o la de mi madre, que es una historia fascinante» —decía—. Ahí está, la haré el día que tenga tiempo —ya no diga, para escribir—, sino para contar, porque ese libro requiere una edición tremenda; no habría quien leyera ni publicara una cosa de esa naturaleza. Todo está hecho sin pretensiones literarias, simplemente es un relato», señalaba en esa entrevista.
𝙀𝙡 𝙚𝙩𝙚𝙧𝙣𝙤 𝙫𝙞𝙖𝙟𝙚𝙧𝙤 𝗲𝗻 𝗺𝗲𝗺𝗼𝗿𝗶𝗮 𝗱𝗲 𝗝𝗼𝘀é 𝗘𝗺𝗶𝗹𝗶𝗼
Tras la muerte de su esposo, el 26 de enero de 2014, Cristina le dedicó 𝘌𝘭 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘢𝘫𝘦𝘳𝘰, un emotivo texto en su espacio dominical en 𝘓𝘢 𝘑𝘰𝘳𝘯𝘢𝘥𝘢 y comenzó a escribir con una nueva libreta, buscando consuelo en la escritura y el recuerdo de sus días juntos. Las tareas cotidianas, como regar las plantas o preparar la comida, se convirtieron en actos para recordar y rendirle tributo. Encontró consuelo en leer en voz alta sus poemas, manteniendo viva su presencia a través de sus palabras, y en su soledad, se envolvió en los suéteres de José Emilio, buscando su calor y presencia en los objetos que él dejó atrás.
A través de sus palabras, reveló cómo el amor y el respeto mutuo no sólo enriquecieron su vida juntos, sino también sus obras creativas y revivió las conversaciones y correspondencia que sostenían, especialmente cuando él estaba de viaje. La práctica de mantener diarios durante sus ausencias, se convirtió en una forma de sentirse cerca, una tradición que ella continuó tras su partida.
Cristina describió los preparativos del último viaje de José Emilio, enfocándose en los detalles que reflejaban su vida en común. Utilizó un cuaderno de 𝘈𝘭𝘮𝘶𝘥𝘦𝘯𝘢, de papel rayado de varias páginas, para escribir sus pensamientos y recuerdos e iniciar sus anotaciones, una elección simbólica que reflejaba su deseo de mantener su conexión.
La carta —de cuatro secciones—, relata la última mañana en que estuvieron juntos, marcada por la prisa y los inconvenientes, una representación de su vida compartida. Su esfuerzo por alcanzarlo en la terminal se convirtió en una metáfora de su deseo de protegerlo y cuidarlo. La interacción con un guardia en la estación, ilustró la humanidad y el deseo desesperado de Cristina por un último adiós. A pesar de no alcanzar el tren, la bufanda de José Emilio se convirtió en un símbolo de su amor y preocupación por él.
Al volver a su hogar, enfrentó la realidad de su soledad, reflejada en su instinto llamarlo y buscarlo para compartir sus vivencias, como si aún estuviera con ella. Su ausencia se hizo más evidente en los rincones silenciosos de su hogar, llevándola a buscar consuelo en una librería. En su elección de 𝘓𝘰𝘴 𝘛𝘩𝘪𝘣𝘢𝘶𝘭𝘵, de Roger Martin du Gard, Premio Nobel 1937, buscó un escape en la lectura, evitando así los recuerdos dolorosos en los libros que compartieron. Al volver a su casa, el saludo vacío a José Emilio y la visita a su cuarto, se convirtieron en actos de rememoración y presencia. Escribió que la dificultad de adaptarse a la vida sin él se reflejaba en el acto de preparar café para uno, un ritual que compartieron por muchos años.
En su carta, el patio y la fuente que le gustaban a José Emilio se convirtieron en un refugio para ella, un lugar donde podía sentir su presencia. Al concluir el cuaderno de 𝘈𝘭𝘮𝘶𝘥𝘦𝘯𝘢, le prometió continuar escribiendo en libretas, una promesa de mantener viva la conversación, y la esperanza de un reencuentro se convirtió en un tema recurrente.
La carta se transformó en un puente entre la realidad y los recuerdos, un diálogo imaginario donde Cristina compartió sus pensamientos y sentimientos más íntimos y reveló cómo, a pesar de su ausencia física, él seguía siendo una presencia constante en su vida. A través de su escritura, mantuvo viva su memoria, celebrando su legado y honrando su vida juntos. Al finalizar la carta, Cristina agradeció a José Emilio por los años de amor, aprendizaje y compañerismo compartidos.
𝗟𝗮 𝗲𝗻𝘁𝗿𝗲𝘃𝗶𝘀𝘁𝗮 𝗰𝗼𝗻 𝗝𝗮𝗰𝗼𝗯𝗼 𝗭𝗮𝗯𝗹𝘂𝗱𝗼𝘃𝘀𝗸𝘆
En una memorable edición de 𝘊𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘊𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘢 𝘗𝘢𝘤𝘩𝘦𝘤𝘰, coincidiendo con su 15º aniversario, la periodista ofreció a su audiencia una charla excepcional con Jacobo Zabludovsky. La invitación extendida por Pacheco permitió al legendario conductor del programa 24 Horas expresar su reconocimiento por la labor periodística de Pacheco, haciendo especial mención a su columna 𝘔𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘏𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴.
Con un tono de camaradería y a pesar de una molestia en la garganta, Zabludovsky la sorprendió gratamente al interpretar el bolero 𝘊𝘦𝘯𝘪𝘻𝘢𝘴 de Wello Rivas, una muestra de su versatilidad y carisma. Cristina recordó la primera vez que entrevistó a Zabludovsky en 1980, un evento significativo en su historia personal y del periodismo televisivo en México. Al reflexionar sobre su carrera, Zabludovsky destacó la importancia de la pasión y la entrega en el periodismo, más allá de los premios y reconocimientos. La conversación abordó las entrevistas memorables de Zabludovsky con figuras como Fidel Castro y Ernesto 𝘦𝘭 𝘊𝘩é Guevara, así como su cobertura en eventos significativos a nivel mundial.
Inspirado por las palabras de Robert Capa, Zabludovsky subrayó la importancia de la proximidad en el periodismo, un principio que guio su enfoque de reportero. La entrevista se adentró en la esencia del periodismo, resaltando la importancia de estar presente y ser sensible a los acontecimientos para informar con profundidad. Zabludovsky comparó la improvisación en el periodismo con el jazz y la pintura abstracta, destacando la necesidad de una preparación sólida. Compartió cómo su pregunta aparentemente sencilla a 𝘦𝘭 𝘊𝘩é Guevara abrió un diálogo profundo y revelador, mostrando su habilidad para iniciar reportajes impactantes. Narró por ejemplo, su llegada a La Habana en 1959, su encuentro con él en la Fortaleza de la Cabaña y cómo este marcó su carrera y la historia del periodismo mexicano y reflexionó sobre la libertad de trabajo en Cuba durante su visita, agradeciendo el salvoconducto que le permitió moverse libremente.
La conversación se centró en la evolución del periodismo. Zabludovsky enfatizó que, aunque las herramientas cambian, el núcleo del periodismo permanece constante. Desde la Revolución Francesa —señaló—, el periodismo ha sido crucial en la denuncia y en la formación de la opinión pública. Luego abordó el tema de la censura y la autocensura, compartiendo su experiencia de trabajar con libertad absoluta.
Zabludovsky compartió a Cristina anécdotas de su infancia en la zona de La Merced, destacando cómo influyó en su vida y carrera. La discusión se orientó después hacia cómo la radio y la escritura forjaron sus inicios periodísticos, y su trabajo en diversas estaciones y periódicos. Habló sobre su educación y la elección de estudiar Derecho, viéndola como la mejor preparación para un periodista en una época sin carreras específicas de periodismo.
Recordó su encuentro con su esposa durante sus años universitarios, un momento decisivo en su vida personal y profesional. Zabludovsky también detalló su participación en una película como locutor, mostrando su adaptabilidad en diferentes medios de comunicación. Rememoró su amistad con el cómico Mario Moreno 𝘊𝘢𝘯𝘵𝘪𝘯𝘧𝘭𝘢𝘴 y su participación en la película 𝘌𝘭 𝘗𝘰𝘳𝘵𝘦𝘳𝘰, una experiencia que emulaba su labor periodística.
El periodista compartió cómo su entrada a la revista 𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦! a través de una invitación de José Pagés Llergo marcó un cambio significativo en su carrera. Habló sobre su relación con el director y destacó cómo este vínculo influenció profundamente su enfoque periodístico. Posteriormente reflexionó sobre la mayor aportación de Pagés Llergo al periodismo mexicano: su honestidad y valentía al reconocer errores públicos.
La conversación giró más tarde hacia su pasión por el tango, revelando otra faceta de su personalidad y sus intereses culturales. Zabludovsky compartió también anécdotas de su carrera, recordando los anuncios publicitarios que narró y la importancia de la radio en su vida.
La entrevista con Cristina abordó la relación entre el periodismo y la historia, y cómo los periodistas documentan y contribuyen a la narrativa histórica. Exploraron el futuro del periodismo y la necesidad de adaptarse a los cambios tecnológicos, un tema crucial para él y analizaron la importancia de mantener la ética en el periodismo frente a los desafíos actuales y futuros.
La entrevista concluyó con reflexiones sobre el legado de Zabludovsky y su deseo de influir positivamente en las futuras generaciones de periodistas. Al final —la recién fallecida comunicadora—, agradeció su participación, no sólo para celebrar los 15 años del programa, sino también para honrar la carrera de quien fue uno de los periodistas más influyentes de América Latina.
𝗣𝗶𝗼𝗻𝗲𝗿𝗮 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗽𝗲𝗿𝗶𝗼𝗱𝗶𝘀𝗺𝗼 𝗰𝘂𝗹𝘁𝘂𝗿𝗮𝗹; 𝗺á𝘀 𝗱𝗲 13 𝗽𝘂𝗯𝗹𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝗰𝗼𝗻𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮𝗻 𝘀𝘂 𝗼𝗯𝗿𝗮
De acuerdo a la Enciclopedia de la Literatura en México, Cristina Pacheco fue autora y coautora de más de 13 obras, entre ellas 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘢𝘲𝘶í, 𝘚𝘰𝘱𝘪𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘧𝘪𝘥𝘦𝘰, 𝘊𝘶𝘢𝘳𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘢𝘻𝘰𝘵𝘦𝘢, 𝘡𝘰𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘴𝘵𝘳𝘦, 𝘓𝘢 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘨𝘳𝘦, 𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦, 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘳 𝘢 𝘭𝘰 𝘭𝘦𝘫𝘰𝘴, 𝘈𝘮𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘺 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘮𝘰𝘳𝘦𝘴, 𝘓𝘪𝘮𝘱𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘢𝘮𝘰𝘳, 𝘌𝘭 𝘦𝘶𝘤𝘢𝘭𝘪𝘱𝘵𝘰 𝘗𝘰𝘯𝘤𝘪𝘢𝘯𝘰, 𝘋𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦ñ𝘰𝘴 𝘢𝘮𝘪𝘨𝘰𝘴 y 𝘓𝘰𝘴 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘥𝘰𝘴.
También produjo 𝘈 𝘵𝘳𝘢𝘷é𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘢 (𝘵𝘰𝘮𝘰𝘴 𝘶𝘯𝘰 𝘺 𝘥𝘰𝘴), 𝘌𝘭 𝘰𝘳𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘪𝘦𝘳𝘵𝘰, 𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰, 𝘓𝘰𝘴 𝘥𝘶𝘦ñ𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦, 𝘓𝘢 𝘳𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘧𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘢, 𝘛𝘦𝘴𝘵𝘪𝘮𝘰𝘯𝘪𝘰 𝘺 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘦𝘳𝘴𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴, 𝘈𝘭 𝘱𝘪𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘦𝘵𝘳𝘢, 𝘈𝘳𝘳𝘦𝘰𝘭𝘢 𝘦𝘯 𝘷𝘰𝘻 𝘢𝘭𝘵𝘢, 𝘗𝘢𝘭𝘢𝘣𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘶𝘫𝘦𝘳, 𝘊𝘳í𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘶𝘥𝘪𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘨é𝘯𝘦𝘳𝘰𝘴 𝘷𝘢𝘳𝘪𝘰𝘴, 𝘓𝘪𝘣𝘳𝘦𝘳𝘰𝘴: 𝘤𝘳ó𝘯𝘪𝘤𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘢𝘷𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘔é𝘹𝘪𝘤𝘰, 𝘌𝘧𝘳𝘢í𝘯 𝘏𝘶𝘦𝘳𝘵𝘢, 𝘰𝘣𝘳𝘢 𝘳𝘦𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢. [𝘊𝘋] 𝘷𝘰𝘭. 1. 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘊𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘯𝘢 𝘗𝘢𝘤𝘩𝘦𝘤𝘰 𝘺 𝘑𝘰𝘴é 𝘌𝘮𝘪𝘭𝘪𝘰 𝘗𝘢𝘤𝘩𝘦𝘤𝘰. Su libro de relatos más reciente fue 𝘌𝘭 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘢𝘫𝘦𝘳𝘰.
Sin duda, será recordada como una pionera en el periodismo cultural, cuya obra es un reflejo de la riqueza y diversidad del país. Su trabajo, en conjunto, es un mosaico de relatos que pintan un retrato de la vida mexicana y también un homenaje a la cultura, construido a través de audios, videos, historias y principalmente conexiones humanas.
“La partida de Cristina Pacheco no representa sólo la pérdida de una gran periodista, sino tal vez el adiós a una gran narradora que capturó el alma de México en sus palabras” —he leído en Internet como homenaje póstumo de parte de algunos de sus muchos seguidores.
De igual manera, algunos analistas —y considero que no les falta fundamento—, han interpretado el fallecimiento de la periodista y escritora guanajuatense, como un adiós a una era del 𝘫𝘰𝘶𝘳𝘯𝘢𝘭𝘪𝘴𝘮𝘦 à 𝘱𝘪𝘦𝘥 𝘥𝘦 𝘵𝘦𝘳𝘳𝘦, periodismo a pie de calle y sobre todo empático. Una época en la que, parafraseando el título de su popular programa, 𝘢𝘲𝘶í 𝘯𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘤ó 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳.