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El primer mural de David Alfaro Siqueiros

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Cuando visitamos el Antiguo Colegio de San Ildefonso –antigua sede de la Escuela Nacional Preparatoria– admiramos los murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Jean Charlot, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Fernando Leal. Sin embargo, hay una obra mural casi escondida y que permanece en el Colegio o Patio Chico de San Ildefonso a unos cuantos pasos del inmueble principal. Nos referimos a la primera incursión mural de David Alfaro Siqueiros (1896-1974), la cual ocupa el cubo de la escalera y una bóveda con cuatro paredes subdivididas. Un piso más arriba se encuentran tres pinturas murales, mismas que están sin terminar. Un techo pintado con motivos simbólicos en color rojo completa este conjunto.

De acuerdo con Jean Charlot (1), Siqueiros todavía se encontraba en Europa cuando el Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, le escribió para que regresara al país e hiciera algunas decoraciones murales. Por su parte, Siqueiros al lado de Diego Rivera, estaba en ese momento en pleno contacto con las vanguardias artísticas europeas y posteriormente viajaría a Italia para conocer de cerca los murales renacentistas. En 1921, Siqueiros en Barcelona lanzó el manifiesto Tres llamamientos de orientación actual a los pintores y escultores de la nueva generación americana, el cual fue publicado en el único ejemplar de Vida Americana. En esta expresión totalmente vanguardista –y en donde confluyeron artistas como el mismo Rivera, Marius de Zayas, Joaquín Torres García y Joan Salvat-Papasseit– Siqueiros hizo una reflexión sobre el universalismo y clasicismo artístico, además de proyectarlo en nuevo arte (2), lo cual habría de tener un gran influjo en el desarrollo de la pintura mural.

Siqueiros llegó a México en agosto de 1922 cuando ya todos los demás artistas iban adelantados con sus obras murales. El mismo artista señaló en sus memorias: “Me faltaba por conocer la gran prueba, aquella que yo hubiera querido ver, pues era tal mi impaciencia, desde el momento mismo que bajé del tren de Veracruz y cuando aún venía con la visión conmocionada por el descubrimiento plástico de México” (3).

En sus remembranzas, Siqueiros expuso las complejidades técnicas con las que se encontró en un espacio con luz insuficiente: “en un esfuerzo sobrehumano, y tratando de cumplir la consigna vasconcelista de superficie y rapidez, me trepé a las dos semibóvedas que forman el techo del primer descanso de la escalera y tratando de continuar el estilo ornamental simbólico de lo primero que había pintado, procuré transformar mis tornillos flamígeros en antorchas circundantes de una cabeza humana para cada sección de ese plafón” (4).

Así, Siqueiros inició con los techos del cubo de la escalera, donde su propuesta inmediata fue pintar una serie de alegorías y símbolos. Inició su labor en 1923 y salió del inmueble hacia 1924, dejando enormes superficies inconclusas. El primer mural –que ejecutó con la técnica de la encáustica– lo denominó Los elementos, aunque también se le atribuye el título El espíritu de Occidente. De acuerdo con su propio relato, Siqueiros no quedó satisfecho con el resultado, la obra le pareció “excesivamente picassiana”, y confesó que estuvo a punto de cambiarla. La mujer alada encarna el espíritu de Occidente que se cierne sobre América, lo cual quizás tenga cierta correspondencia con el imaginario filosófico de Vasconcelos. La figura está rodeada de símbolos abstractos: fuego, aire, tierra y agua que se observan en unos caracoles. El espacio mural también cuenta con un San Cristóbal –sin rostro– y otras dos mujeres indígenas. En el piso siguiente, hay un cambio radical en el discurso y en la manera de pintar. Siqueiros –ayudado de Roberto Reyes Pérez y Xavier Guerrero– tuvo muros más grandes para realizar sus primeras obras revolucionarias al fresco. Estas secciones, intituladas El llamado de la libertad y El entierro del obrero sacrificado tienen un estrecho vínculo visual con los grabados reproducidos en El Machete, del que Siqueiros fue uno de los fundadores. El pintor afirmó contundentemente: “… con verdadero frenesí me puse a pintar la revolución, pero una revolución representada por dos enormes figuras de indudable raza india mexicana”. Las figuras masculinas monumentales cargan un féretro de color azul ultramar y se presume era una referencia al caudillo revolucionario Felipe Carrillo Puerto, asesinado en 1924. En el muro central están Los mitos o Los ángeles de la liberación, y en la parte superior vemos a un par de figuras humanas –una con aureola– que parecen flotar en el espacio. Una hoz y un martillo de grandes proporciones se ubican en medio de las dos ventanas hexagonales.

El llamado de la libertad (1923-1924), David Alfaro Siqueiros. Foto: Juan Antonio López.

Quizás esta no era la idea original y Siqueiros pensó en hacer temas propios de la pintura de historia. En la fotografía de un boceto localizado en el archivo del artista (Sala de Arte Público Siqueiros del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura), se advierten tres figuras a caballo: el jinete central indica que es José María Morelos y Pavón, mientras que los personajes a sus lados son revolucionarios. Alrededor de ellos, están dibujadas algunas figuras femeninas que bien podrían ser alegorías en torno a la libertad. La inscripción del boceto señala 1922 –si bien podría estar posfechado- y la firma dice “Alfaro”, al tiempo de indicar claramente que era un boceto “para la decoración de un muro” de la Preparatoria.

Las crónicas escritas sobre esta primera fase de la pintura mural mexicana indican que los estudiantes atacaron tanto las obras pintadas como a los artistas y esto precipitó su partida del inmueble. Poco tiempo más tarde, Siqueiros iniciaría una nueva aventura mural y de militancia política en la ciudad de Guadalajara, localidad que se presentó como una opción a los jóvenes muralistas tras la renuncia de Vasconcelos, su Médicis “hombre de gran frondosidad y dinámica mental y física” según el propio Siqueiros.

Rivera opinó sobre estos primeros murales siqueirianos: “En medio de un techo sembrado de elementos formales, interesantes, originales, fuertemente plásticos y emotivos, Alfaro Siqueiros imprimió una figura en la cual hace ciertas concesiones, pero sin rebajar las cualidades plásticas. El resultado me recuerda algo así como un Miguel Ángel sirio-libanés” (5).

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