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El silencio de Dios

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Diario/ 155

Mauricio Carrera

Me hubiera gustado ser el autor de estas líneas: “Si vas a intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces. Puede que pierdas familia, mujer, amistad, trabajos y hasta la cabeza. Puede que no comas en días, puede que te congeles en un banco de la calle. No importa. Es una prueba de resistencia para saber que puedes hacerlo. Y lo harás. A pesar del rechazo y de la incertidumbre, será mejor que cualquier cosa que hayas imaginado”. De alguna manera son mis palabras, mi condena, mi salvación, mi destino. Las escribió Bukowski, ese santo alcohólico con muchos malos imitadores. Agrega esto el poeta y novelista de las crudas verdades: “Te sentirás a solas con los dioses, y las noches arderán en llamas. Cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que cuenta”. Eso también me pertenece, pues es el territorio de quien se empeña en el vano arte de la palabra hecha literatura. Es mi par, mi semejante. Bukowski se empecinó con altibajos en escribir y amar, y de manera magistral en beber, todas ellas formas de responder al silencio de Dios, de enfrentar la entrometida realidad, de creer que la vida es dura pero también bella y vale la pena.

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