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El vuelo de la paloma

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Por Gabriel Gamar

Se escuchó un aleteo de palomas
que volaban rondando por las mesas,
pero precisamente sobre esa
que en silencio había quedado sola.
Miré a una paloma posarse en la mesa abandonada
donde antes con discreción presenció
el momento triste de un adiós
y las últimas caricias con que una pareja se alejaba.
Atestiguó un cenicero con colillas del momento,
unas copas sin la última gota del anhelo soñado
y una botella del vino blanco gustado,
que observaban tristemente el epílogo del cuento.
Había una copa con las huellas de unos labios,
que una tarde como preámbulo a la entrega
envueltos en una pasión sin tregua
habían sido mordidos y besados.
Quedó otra copa con sólo en sus paredes
las huellas digitales que nervioso,
él se olvidó borrar por el sollozo
de sentir ese adiós que aún no comprende.
El no fumaba, pero ella se encargó a su modo
de que quedaran en la mesa muchas huellas,
en infinidad de colillas como aquellas
que sin decir nada lo decían todo.
Miré como las palomas salían volando
y en su aleteo al iniciar el vuelo,
fueron dispersando por el suelo
las colillas y cenizas del pasado.

La paloma se quedó ahí muy confundida,
ella no voló como las otras,
viendo las huellas de las copas
que yacían sobre la mesa consumidas.
Esa paloma sabía que aquellas manos
se habían dicho adiós jugando a separarse,
quizá con la ilusión de reencontrarse
como las olas retornan al océano.
Mirar decir adiós es triste,
pero más triste es decirse adiós…

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