Adiós al decano de la fotografía policiaca en México
Para este reportero gráfico de la fuente policiaca, jubilado tras casi 50 años de servicio, no hubo nada más importante que dejar constancia de los hechos; ayer falleció a los 88 años de edad, por lo que lo rememoramos con esta entrevista que nos concedió en mayo de 2005
POR DAVID CASCO
FOTOS: TOMADAS DEL LIBRO “ENRIQUE METINIDES”, DE EDITORIAL RIDINGHOUSE
Enrique Metinides, el fotógrafo mexicano decano en el género de la nota roja por sus imágenes de accidentes automovilísticos, avionazos, tragedias humanas, crímenes y desastres naturales, murió a la 9:22 horas del 10 de mayo de 2022, a los 88 años de edad.
Este hombre comenzó su carrera periodística a los 12 años, cuando todavía estudiaba la primaria, y sus obras en papel son muy conocidas, sobre todo en Europa, donde incluso se exhiben en museos y galerías.
Esta es una entrevista que nos concedió en agosto de 2005, y que reproducimos a continuación en homenaje al destacado maestro de la cámara.
EL HOMBRE QUE LO VIO TODO…
Sus padres, Teohojaris Metinides Panayotides y María Tsironides, vinieron a México a pasar su luna de miel provenientes de Atenas, Grecia. Les gustó tanto nuestro país, que decidieron quedarse a radicar aquí, donde se nacionalizaron mexicanos y nacieron sus tres hijos, y formar parte de la incipiente comunidad con sus paisanos griegos, amén de que estalló la Segunda Guerra Mundial y la situación política no les permitió regresar.
Él nació el 12 de febrero de 1934, en la calle de Violeta, en el corazón de la colonia Guerrero, en la ciudad de México. Siendo un niño, su mayor entretenimiento era meterse a los cines que abundaban en la avenida San Juan de Letrán (hoy Eje Central) y embobarse con las cintas de gángsteres, de mafiosos y thrillers policiacos.
Soñaba el niño con las secuencias de persecuciones, de cruentos asesinatos y él mismo se veía no como protagonista de estas sagas cinematográficas, sino como el camarógrafo. Se observaba él mismo detrás de la lente captando todo detalle de un hecho policiaco. Lo que más le llamaba la atención era la expresión de los mirones, los fisgones, los curiosos y vouyeristas que siempre llegan cuando termina una balacera o un accidente y que forman parte de la misma historia.
A los 11 años tuvo su primera cámara –una Brownie Junior– y un puñado de películas fotográficas vírgenes, regalo de su padre, quien tuvo un negocio de fotografía en la avenida Juárez.
Así, armado con su camarita de las conocidas como “de cajón”, el niño empezó a tomar sus primeras gráficas. Retrataba lo mismo a personas que árboles y monumentos en el Paseo de la Reforma, pero su gusto por la “nota roja” lo llevó a fotografiar los autos que chocaban frente al restaurante de su familia, “El Olimpia”, en la avenida San Cosme número 54.
El mismo delegado, al notar el entusiasmo del jovencísimo fotógrafo, lo invitó a tomar imágenes de los autos accidentados en la Séptima Delegación. Y vaya que el niño le tomó la palabra, pues ahí se dio vuelo retratando a cuanto detenido llegaba, además de los consabidos vehículos chocados y uno que otro cadáver en el anfiteatro. A pesar de su corta edad, no tuvo temor de ver y fotografiar cuerpos sin vida.
Un día chocó un automóvil contra las boyas que pusieron de protección en la avenida San Cosme –para que no se estrellaran contra los tranvías que circulaban por ahí–, y él, camarita en mano, se esmeraba en buscar los mejores ángulos.
Un tipo no dejaba de observar al niño realizando su “trabajo”. Le impresionó el fervor del chamaco. Y le soltó:
– Niño, ven aquí, ¿te gusta tomar fotos de accidentes y heridos?
– Sí, señor, respondió el mozalbete sin chistar, me gusta mucho.
– Qué bien, contestó el tipo, ¿y vas a la escuela?
– Voy en el turno de la tarde.
–Te propongo algo, espetó el tipo, ¿quieres ser mi ayudante por las mañanas?
El niño aceptó sin chistar, pues el tipo era Antonio El Indio Velázquez, el reportero gráfico estrella de La Prensa.
El niño de 12 años estaba a punto de iniciar una brillante carrera de casi 50 como fotógrafo de El periódico que dice lo que otros callan.
“El Niño” se le quedó como mote, pero su nombre es Jaralambos (Enrique) Metinides Tsironides, el mismo que recibió a este reportero en su casa para abrir el baúl de los recuerdos.
LOS INICIOS EN LA PRENSA
Enrique “El Niño” Metinides se jubiló en 1990, pero aún conserva la misma pasión por la “nota”. Recibe con gusto al reportero y al fotógrafo en su departamento, y la charla, más que entrevista, se desarrolla en cada uno de los rincones de su morada. Abre álbumes de fotos, cuenta historias, recuerda anécdotas con Mateo Reyes Arellano–“mi alumno”–, muestra su colección de poco más de tres mil carritos de bomberos y sus ojos adquieren un brillo especial al hablar de los casos que le tocó cubrir como fotógrafo.
“Imagínate, empecé en este oficio a los doce años de edad. El Indio Velázquez fue mi primer maestro, y de él aprendí mucho. Recuerdo que llegaba a La Prensa por las mañanas, en la calle de Humboldt, con mi camarita, mi pluma y mi libreta. El Indio paraba un taxi en la calle, y le decía: ‘Somos del periódico La Prensa, necesitamos que nos lleves al penal de Lecumberri, al Hospital Juárez, a la Jefatura de Policía (en Revillagigedo e Independencia) y a la Cruz Roja (en Monterrey y Durango)”. Ese rondín lo hacían casi a diario, pues estos sitios eran punto de partida para la investigación y seguimiento de muchos casos.
Así, de la mano de El Indio Velázquez, el jovencito conoció las entrañas de los casos que estremecían a la ciudad de México. En el tristemente célebre penal de Lecumberri, por ejemplo, conoció y retrató a los más torvos asesinos, violadores, carteristas, falsificadores, estafadores y narcotraficantes.
Cuenta: “Ahí conocí y fotografié la llegada del italiano Enrique Sampietro, un famosísimo falsificador de billetes. Y también al mismísimo Sapo, un criminal al que le achacaban 144 muertes, y al que cada vez que lo iban a trasladar a las Islas Marías, mataba a un interno para que le abrieran otro proceso en Lecumberri, hasta sumar seis asesinatos más”.
Narra: “La verdad sí impresionaba llegar a este penal y ver a tantos internos con sus uniformes y sus gorras a rayas, como en las películas de Pedro Infante. Pero a mí no me daba miedo, pues iba con El Indio Velázquez, quien llevaba buena amistad con el director del penal y los celadores. Incluso los mismos presos lo respetaban, pues les hacía fotos y publicaba reportajes sobre sus vidas”.
Enrique Metinides no contiene la risa al recordar una anécdota. Dice que en una de sus primeras visitas al penal se descuidó y quedó atrás de El Indio Velázquez. Y así, sin el apoyo de su mentor, fue objeto de un robo a manos de un recluso. El botín: su pluma, su libreta, su peine y dos pesos. Asustado, corrió para alcanzar al fotógrafo de La Prensa, quien se molestó por el robo. Velázquez habló con El Sapo para contarle lo sucedido. “El Sapo formó a los reclusos de la crujía donde me robaron, y los amenazó: ‘Quien se atreva a hacerle algo a este niño, se las verá conmigo’. Todos bajaron la cabeza en señal de sumisión y el mensaje fue entendido, pues nadie se volvió a meter conmigo”.
Por cierto, rememora, El Sapo finalmente fue trasladado a las Islas Marías, donde murió a causa de casi 150 puñaladas.
“El Niño” Metinides casi no da oportunidad de que se le hagan preguntas. Y continúa con su cuasi monólogo: “A los doce años ya me subía a los camiones de bomberos. Ahí iba yo agarrado, con mi camarita, mi libreta y mi pluma, porque El Indio Velázquez me enseño a ‘reportear’. De hecho, en muchos incendios a los que fui ni siquiera me ensucié los zapatos, pues los bomberos me cargaban para entrar y yo desde sus hombros tomaba mis fotos, que al día siguiente se publicaban en La Prensa”.
Evoca que a esa misma edad empezó a realizar guardias en la Cruz Roja, para salir en las ambulancias a los sitios de los accidentes y ser de los primeros fotógrafos en llegar. “Pero por mi edad estaba prohibido que subiera con los paramédicos, por lo que me tramitaban permisos cada 30 días, hasta que me dieron un cargo de socorrista para que no hubiera problema. Así me tomaron mi foto para la credencial, con el uniforme y la gorra de la Cruz Roja que me prestó un chofer”.
Metinides posee una memoria fotográfica, y recuerda la historia de cada imagen como si la hubiera tomado el día anterior. Apunta que cuando le empezaron a publicar su material en La Prensa, llevaba el periódico a la escuela primaria para presumir sus fotos entre sus compañeros. “A mis cuates como que no les caía el veinte, pero mis maestros se sentían orgullosos, y le mostraban el diario al director. ‘Vea, señor director, mi alumno Metinides es reportero gráfico de La Prensa’. En ese entonces no cobraba un centavo, pues era un simple ayudante, pero para mí lo importante es que apareciera mi crédito. Esa era mi paga”.
HOMICIDIOS, INCENDIOS, ACCIDENTES…
Poco a poco, “El Niño” fue mejorando su técnica y a cada gráfica que tomaba le imprimía su estilo. No se quedaba con la foto del accidentado, del muerto, de la sangre, sino que siempre buscaba un elemento humano. Y ese se lo daban los curiosos que se arremolinan junto al auto accidentado, a un lado del herido, los familiares llorosos que llegan al sitio de los hechos trágicos.
“Es la comedia humana en pleno. Los mirones no son de palo, son parte de una historia que a través de mi lente trato de contar. Es más impactante captar la mirada de los curiosos que al mismo vehículo accidentado o al muerto bañado en sangre”, explica.
Metinides Tsironides señala que estuvo en La Prensa como ayudante durante muchos años sin cobrar sueldo, y que en la Cruz Roja él fue quien inventó, en 1957, las claves por radio que todavía se utilizan en las corporaciones de rescate y policiacas.
La primera fue R-11, para referirse a los reporteros. “R, por reporteros, y 11, porque fue el primer número que se me ocurrió. Las claves eran necesarias, porque imagínate la impresión del familiar que va acompañando a su herido en la ambulancia, y que escuchara al rescatista decir por radio que el lesionado ya había muerto. Por eso la clave de los heridos es el número 5, a los que añadí letras: A, apuñalado; B, balaceado; C, caído; F, fracturado; Q, quemado. Por ejemplo, decir que vamos a un 27A con dos cincos, significa que un auto se volcó y hay dos heridos. Si decimos que hay un 14 y un 5, tenemos a un muerto y un herido. En total, elaboré 65 claves”.
Enrique reconoce como sus maestros de fotografía a Adrián Devars, a Benjamín Ruiz y, naturalmente, a El Indio Velázquez, quien en 1950 dejó La Prensa para irse de director de la revista Alarma. Y desde ese entonces, aún sin cobrar nada por sus fotos, colaboró con reporteros como Luis C. Márquez y Manuel Buendía. “Como ‘reporteaba’ muchos casos, les pasaba los datos a los reporteros y ellos escribían historias magistrales con los datos que les pasaba”.
Metinides, admirador de las cintas de Cantinflas y Pedro Infante, precisa que en 1960 Manuel Buendía llegó a la dirección de La Prensa, y le propuso que como todavía estaba muy joven le pagaría 25 pesos por foto en portada y 15 por publicada en interiores. Y al mes, “El Niño” se embolsaba más que los fotógrafos de planta, toda vez que sus gráficas aparecían en por lo menos 20 portadas al mes, y unas 40 más en interiores. Se ufana: “Mis fotos eran exclusivas, pues era el primer fotógrafo que viajaba en ambulancia en México”.
En 1962, le dan el cargo de posturero, es decir, suplente de fotógrafo. Finalmente, en 1965, y ya con una larga y fructífera trayectoria, con el nacimiento de la Cooperativa, es cuando Enrique entra como reportero gráfico de planta.
Para ese entonces, Metinides ya era una institución dentro del periodismo de nota roja en México. Sus gráficas lo hicieron ganar múltiples concursos y reconocimientos, mismos que exhibe con orgullo en las paredes de su departamento.
Refiere otra historia: “Una vez llegué a una vecindad de Coyoacán, en donde habían asesinado a tres ancianas. Desde que llegué, me interesó la historia, pues la trama era de película. Y como si fuera un story board, empecé a tomar fotos de la fachada, del pasillo, del cuarto donde fue el asesinato múltiple, de los cuerpos sin vida. Y en ese cuarto había un perico que desde su jaula observaba a todos los presentes. También le tomé una foto al animal. Cuando llegué al periódico, y le mostré al director el material, me dijo: ‘Y este perico, ¿qué?’. Yo, muy seguro, le contesté: Señor, este perico es el único testigo de los crímenes. Al día siguiente, apareció la foto del ave en primera plana con esa cabeza: ‘El testigo de los crímenes.”
Enrique “El Niño” reconoce que este trabajo le hizo llorar en ocasiones, como cuando descubría que menores habían fallecido. Y a pasar de haber fotografiado eventos trágicos de toda índole, incluyendo la friolera de 190 avionazos, dice que también se ha llevado muchas satisfacciones.
Esta es una de ellas: “En marzo de 1965, estando en la Cruz Roja, los médicos me dijeron que tenían a un niño como de cinco años de edad que había sido atropellado y que sus padres no habían ido a recogerlo. Tenía ya 45 días hospitalizado y me solicitaron que le tomara una foto para que se publicara en el periódico y ver si así alguien le daba aviso a sus padres. Subí a ver al niño, que era güerito y simpático, lo limpie, lo peiné, le acomodé los juguetes que le compraron para consolarlo, y le empecé a tomar fotos”.
Prosigue su relato: “Ese tema no era tomar una foto para hacer un servicio social, sino que daba para un reportaje. Llevé mis gráficas al director, le conté la historia y publicó una de ellas en la portada del periódico con la cabeza ‘Mamá, ven por mí’ y otras más en interiores. Al día siguiente llegó la familia por el niño… y otras señoras que decían ser su madre”.
Una historia más de su extenso anecdotario: “Estando monitoreando la frecuencia policiaca, escucho que en la Zona Rosa hay una balacera. Pensé que valía la pena ir, pues eso no se veía todos los días en ese rumbo, y fui el primer reportero gráfico en llegar. Y vaya sorpresa que me llevé al descubrir que a quien habían matado era ni más ni menos que Manuel Buendía Tellezgirón, aquel periodista que al llegar a la dirección de La Prensa me dio el trabajo de planta. Fue un servidor quien le dijo a los policías que custodiaban el cuerpo de quién se trataba”.
También en el cumplimiento de sus labores, Metinides Tsironides ha sufrido accidentes, como 19 choques en ambulancia, un infarto en el helipuerto de la Cruz Roja e infinidad de costillas rotas y quemaduras en incendios. “En una ocasión, la ambulancia en la que viajaba con heridos se volcó, y yo también salí lesionado. Pero me ganó mi sentido periodístico, y con todo y mis heridas, me puse a tomar fotos del accidente. Es algo que no pude evitar. De igual forma, me acostumbre a que junto a mi cama siempre tenía lista mi ropa para salir rápido a algún accidente, pues dormía escuchando las frecuencias policiacas por radio por si había algo fuerte”.
“El Niño” Metinides está emocionado por la charla. Pero se entristece con una pregunta: ¿Cuál fue el evento que le hubiera gustado registrar y no pudo hacerlo? Sin dudar un segundo, responde: “Los atentados del 11 de septiembre (de 2001) en Nueva York. ¡Hubiera dado todo lo que tengo por haber estado ahí con mi cámara haciendo fotos! Lamentablemente no pude ir, pero seguí y grabé los acontecimientos por televisión”.
La charla se extiende por más de tres horas. El reportero y el fotógrafo deben regresar a la redacción del periódico y queda pendiente otra cita con este veterano de mil batallas y decano de los reporteros gráficos de la fuente policiaca.
En la despedida, Mateo Reyes le pregunta a su maestro: ¿Cuándo fue la última vez que tomó la cámara? La respuesta: Ayer mismo; le tome fotos a una de mis nietas. Salimos del departamento y en el patio tres niñas juegan. Una de ellas se sonríe con Enrique, quien le regala una caricia. “Es mi bisnieta”, dice henchido de orgullo el menudo hombre-niño de 71 años.
RECONOCEN SU TRABAJO EN EUROPA
Las fotografías de Enrique Metinides se han expuesto con gran éxito en galerías de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Polonia, Alemania, Bélgica, Holanda, etcétera, y se han publicado entrevistas y reportajes con él en decenas de países.
Es autor del libro fotográfico El teatro de los hechos, con 220 imágenes. Ha expuesto parte de su obra en galerías de la Ciudad de México.
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