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La vida detenida/ 24

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Mauricio Carrera

La mujer del aquí y el ahora, mejor conocida como la mujer de las mascotas, tiene una tortuga de nombre Igor. Debe ser de Transilvania.

Su pecera, que es su hogar y su mundo entero (de la tortuga, no de ella), se enlama con facilidad y el agua se torna verde náusea, verde ya lávame.

Ahora luce limpia, transparente.

Igor –todo él un duro caparazón, ávido devorador de pedazos de pollo crudo, mirada optimista de quien cree ganarle algún día a la liebre- parece entusiasmado. Nada por aquí y por allá, estira las patas para respirar aire fresco y se estrella una y otra vez contra los cristales de su casa, de su prisión.

-Deberías soltarlo. Que sea libre –le digo.

Ella me ve con cara de estoy loco.

-Se lo comerían las ratas.

-Lo dejamos ir por el desagüe y en una semana llega al mar. O a Chapultepec. O a Tequesquitengo –bromeo.

Ella me vuelve a ver con cara de estoy loco.Igor se estrella contra los cristales.

-Velo, esta contento…

La mujer de las mascotas lo mira con compasiva ternura. Caigo en la cuenta: del mismo modo me ve muchas veces a mí.

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