Abraham Farid Gorostieta
Mi primer encuentro con Carlos Monsiváis fue cuando lo quise entrevistar por primera vez. Yo tenía 17 años. Crecí en un ambiente en dónde sabía y había escuchado muchas historias, un tanto mitológicas, sobre el intelectual. Leí en ese entonces Entrada Libre. Me pareció confuso y no le entendí bien, también en ese entonces era un lector muy párvulo. Pero era un hueso de un par de periodistas y tenía hambre de generar mis propias notas y no sólo llevar mandados o capturar textos.
Sabía que si le llamabas a su casa, don Carlos le daba por hacer voces de mujer grande y así negarse o recibir una llamada.
– Bueno, ¿Quién habla?. Sonó la voz de una mujer de edad, aguda, fingida.
– Buena tarde, ¿se encuentra el maestro Carlos Monsiváis? Habla Fulano de tal y me gustaría hacerle una entrevista. Solicité.
– El señor Monsiváis se encuentra ocupado en este momento -dijo la voz femenina-. ¿Sobre que tema quiere la entrevista? Preguntó.
– Sobre el mito Carlos Monsiváis y el escritor, acabo de comprobar que es cierto que imita voces al teléfono. Respondí pensando que me iba a colgar.
La voz cambio en el instante.
– Sí. Dígame, habla Carlos. ¿Para quién es la entrevista?, inquirió el escritor.
– Para Carlos Ramirez y su periódico La Crisis, dije orgulloso.
– Újule joven, ¿no tiene una publicación mejor y más decente?, me reviró.
Se me cerró la garganta. Respondí lo más pronto que pude después de varios segundos de silencio.
– Colaboró también en la revista mensual El Búho que dirige el escritor René Avilés Fabila. Ambas publicaciones me publicarían la entrevista que le solicito don Carlos.
– Uy joven, qué barbaridad, pues está peor, bueno, si no tiene mejores medios envíeme sus preguntas a tal correo electrónico, yo las responderé.
Por supuesto que lo hice. Era 1999 y yo me sentía muy chingón porque en efecto tenía correo electrónico propio, computadora en casa, y le iba a hacer una entrevista a uno de los sagrados. La respuesta tardó como 15 días. Era una lista de 20 preguntas, mientras traté de leer Amor perdido y fue una mejor experiencia. Cuando Monsiváis era cronista y hacia perfiles se le entendía bien, cuando daba opiniones era demasiado barroco para decir cualquier cosa. La respuesta fue: «vengase pronto a mi casa, lo espero a tal hora, la dirección es así y asá». Monsiváis siempre me pareció que le gustaba hacerse el artista contemporáneo y conceptual. Muy difícil de agarrarle la onda y de comunicación arqueológica. Me da la impresión que amaba verse y saberse así.