Por Gabriel Gamar
Pude haberte dicho adiós y no lo hice,
pude haberte dado un beso de consuelo,
poniendo en tu último lecho
uno de nuestros gratos recuerdos.
Y pensar que yo formé parte de tu vida
y tú fuiste personaje de mis sueños;
pensar que me enseñaste a crear
con pasión y con demencia,
y ahora ya no estás
más que en mi consciencia.
Me acuerdo de qué forma
fuiste dejando sonrisas por el mundo,
inyectando optimismo a tus amigos
y sembrando alegría en tu camino.
Sin embargo, hoy tu féretro está solo,
apenas unos cuantos venimos a llorarte
¿dónde están aquellos que tanto te adulaban?
¿dónde están quienes tanto te aplaudían?
Afuera la lluvia insiste en mojar la tierra
y el cielo se parte en pedazos ofreciéndote un espacio;
adentro tu cuerpo inerte escucha la tormenta
rogándole a Dios que nunca te abandone.
Los cuartos de la casa ahora son más grandes,
las paredes pareciera que van a desmayarse,
los libros y los cuadros con todos tus recuerdos
se enfrentarán mañana a la soledad y al tedio.
Por favor no te asustes con el ruido,
lo que escuchas desde esa obscuridad espesa,
es el sonido de la lluvia de verano
que esta noche insiste en regarte los geranios.
Y si acaso en tu capilla escuchas que alguien ríe,
no creas que es felicidad porque te marchas,
es una manera de creer que no te has ido
y que aún estás aquí con tus amigos.
Ojalá cuando superes este trance
perdones nuestra ausencia en tu partida,
pero es que nadie pensó que en este viaje
ya no iba a haber regreso,
que te irías a otro lado con tu vida.
Seguramente allá donde hoy te encuentras,
estarás gestando mañana algunos cambios;
o inventando fantasmas a tu antojo.
¿A dónde te fuiste? Nadie lo sabe,
Pero ya nos veremos algún
Donde te encuentres…
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