Alberto Francisco Olaya Ávila
Ya estamos en agosto de 2022 y se reducen los tiempos para la sucesión
presidencial. Andrés Manuel López Obrador ha gobernado ya prácticamente 4
años y le quedan poco menos de 2, si tomamos en cuenta que, de acuerdo con la
tradición política mexicana, una vez que son definidos los candidatos de los
partidos políticos, invariablemente el gobernante en turno pierde fuerza y por ende
también popularidad.
Mucho se ha insistido en la fuerza mediática del presidente de la República, pero
en lo personal, me parece que esto no es garantía de nada. Según el portal
Oraculus (https://oraculus.mx/aprobacion-presidencial/) que analiza los resultados
de las principales encuestadoras y los sintetiza en una gráfica comparativa
promediada, a 43 meses de gestión, el presidente López Obrador tiene el mismo
nivel de aprobación que Ernesto Zedillo durante el mismo periodo, con 60% por
59% del priista que gobernó de 1994 a 2000 y que perdió la presidencia de la
República con Vicente Fox que derrotó a Francisco Labastida.
En ese mismo referente de fechas, Fox tenía 54% y Felipe Calderón 57%. Al
terminar la gestión de cada uno de los gobernantes de 1994 a 2018 los
porcentajes eran: Zedillo 67%, Fox 62% y Calderón 58%. El caso de Enrique Peña
Nieto fue muy por debajo de los estándares, ya que ante el auge de las redes
sociales y la embestida negativa justo después de los casos de Ayotzinapa y el
escándalo de la “casa blanca”, reforzados con los casos de corrupción de los
gobernadores de su partido, dejaron al exgobernador del estado de México con la
peor popularidad de un gobernante desde que se lleva un registro puntual. Al final
cerró su sexenio con 23% de aprobación.
El tema es que, a pesar de los números favorables de la supuesta popularidad, se
puede perder la continuidad de una gestión. Así le pasó a Zedillo con Fox (este
último estuvo a nada de perder contra AMLO) y a Calderón con Peña Nieto.
La aprobación presidencial puede comprobarse en las calles, en el día a día,
preguntándole al pariente, al compañero de trabajo, al vecino, al taxista, al
mesero, al bolero, al vendedor del mercado o al empleado del centro comercial.
En lo personal, no he encontrado a alguien que esté convencido del excelente
trabajo del presidente de la República, a excepción de quienes reciben la beca o el
apoyo económico. Lo justifican diciendo que nadie los había considerado con una
ayuda con dinero líquido. En ese sentido y parafraseando al inquilino de palacio,
pareciera que pasamos de la corrupción de una “minoría rapaz”, a la de la
“mayoría socializada”, quienes no entienden que de manera muy sutil, los están
corrompiendo, desviando el dinero que debería ser para los servicios,
infraestructura, escuelas, hospitales y otros tantos pendientes hacia un gasto
corriente que muchas veces (y me ha tocado verlo) es utilizado para comprar
bebidas alcohólicas o golosinas que son todo menos alimentos nutritivos. En la
población de Loma Bonita Oaxaca, dos jóvenes pagaron con su tarjeta del Banco
del Bienestar, una buena dotación de cervezas que no necesariamente serían
para tomar clases en su sano juicio.
Y usted ¿Está de acuerdo en la popularidad del presidente de México o forma
parte ya de la mayoría socializada? Es pregunta nada más.
fco_olaya@prodigy.net.mx
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