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Raúl Hernández Viveros

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Hace varias décadas conocí en Xalapa, a Jorge Ibargüengoitia, quien nació en Guanajuato, Guanajuato, el 22 de enero de 1928; y en un accidente de choque de aviones murió en Madrid, España, el 27 de noviembre de 1983.

La Universidad Veracruzana le editó su libro de teatro “Clotilde, el viaje y el pájaro”, 1964.
Asistió para impartir una conferencia sobre su trabajo literario. Desde entonces aprendí la humildad con que expresaba sus ideas y conceptos. Principalmente me fascinó su poder de ironía, comparable a la de Carlos Monsiváis, quien distinguía el papel trascendental de hacer el ridículo en público.

Ibargüengoitia logró esta maestría de reírse de todo lo que lo rodeaba. A carcajadas contaba anécdotas que luego llevó a la escritura de sus crónicas, teatro, relatos y novelas. ¿Cuánta falta nos hacen Ibargüengoitia y Monsiváis para asimilar todos los días las vaciladas de los políticos y funcionarios público?

Rescato un texto de Ibargüengoitia, publicado en la revista “Sucesos para todos”, Número 1704, 8 de enero de 1966, año en que aprendí a reírme hasta de mi otro yo que siempre me acompaña para cuidarme. Aquí la brillante escritura de Ibargüengoitia, que todavía se vincula con la realidad actual en toda la República Mexicana:

Jorge Ibargüengoitia
“PORFIRIO DIAZ forjó, en los 30 años de su tan vituperado reinado, una casta militar y un ejército, tres o cuatro veces más numeroso que el actual, que desfilaba cada 16 de septiembre entre los aplausos del populacho. Los oficiales fueron a Francia para aprender le cran y a Alemania para aprender lo que hayan sabido los prusianos de la época. Cuando terminó la Guerra de los Boeros, don Porfirio alquiló 2 o 3 de sus generales para que vinieran a hacer el ridículo aquí en Coahuila. La infantería mexicana fue la primera en adoptar un fusil automático (el Mondragón, fabricado en Suiza), algunos de cuyos ejemplares todavía son utilizados los domingos en los ejercicios marciales de los jóvenes conscriptos.

Todo esto se vino abajo con la Revolución Constitucionalista de 1913. Los oficiales que habían estudiado en Francia y en Alemania, los generales boeros y las infanterías dotadas por los flamantes Mondragón fueron literalmente pulverizados por un ejército revolucionario que estaba al mando de Obregón, que era agricultor; de Pancho Villa, que era cuatrero; de Emiliano Zapata, que era peón de campo; de Venustiano Carranza, que era político, y no sé qué haya sido en su vida real don Pablo González, pero tenía la pinta de un notario público en ejercicio.

Estos fueron, como quien dice, los padres de una nueva casta militar cuya principal preocupación entre 1915 y 1930, fue la de autoaniquilarse. Obregón derrotó en Celaya a Pancho Villa, que todavía creía en las cargas de caballería; don Pablo González mandó asesinar a Emiliano Zapata; Venustiano Carranza murió acribillado en una choza, cuando iba en plena huida; nunca se ha sabido si por órdenes o con el beneplácito de Obregón que, a su vez, murió de los 7 tiros que le disparó un joven católico profesor de dibujo. Pancho Villa murió en una celada que le tendió un señor con el que tenía cuentas pendientes.

En los intestinos del general Benjamín Hill, que era secretario de Guerra y Marina , se encontraron rastros de arsénico; el cadáver de Lucio Blanco fue encontrado flotando en el río Bravo; el general Diéguez murió por equivocación en una batalla en la que no tenía nada que ver; el general Serrano fue fusilado con su séquito en el camino de Cuernavaca, y el general Arnulfo R. Gómez fue fusilado con el suyo, en el Estado de Veracruz; Fortunato Maycotte, que, según el corrido, divisó desde una torre a las tropas de Pancho Villa, al lado de Obregón, fue fusilado en Pochutla por las tropas del mismo Obregón; el general Murguía cruzó la frontera con una tropa y se internó mil kilómetros en el país sin que nadie lo viera; cuando lo vieron, lo fusilaron, etc., etc., etc.

Estas grandes purgas no fueron completamente eficaces. En el año 1938 el Ejército Mexicano contaba con más eje 200 generales en servicio activo, de los cuales más de 40 eran de División y con sus efectivos no podían formar ni 3 divisiones. La solución de estas anomalías la dio la Ley de Pensiones de Retiro y la Naturaleza. En la actualidad el Ejército Mexicano tiene los generales que le hacen falta; todos los demás están enterrados, retirados o dedicados a los negocios.”

Y realmente, ¡como México no hay dos!

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