La Premio Cervantes 2013 fue homenajeada por la UNAM en la Fiesta del Libro y la Rosa.
María Alicia Martínez Medrano, fundadora del teatro obrero y campesino, le habló a Elena Poniatowska la noche del 2 de octubre de 1968 y le dijo: tienes que venir, hay manchas de sangre en el suelo, todos los elevadores están perforados, hay vidrios tirados en toda la Plaza de las Tres Culturas y lo más impresionante eran los zapatos.
A la mañana siguiente acudió y “era un paisaje después de la batalla. Todavía estaban los tanques, estaban unos soldados haciendo cola frente a un teléfono público y me acerqué y oí a uno que decía: pásame al niño, no sé cuántos días nos vayan a tener aquí. A mí me dio la dimensión que para los soldados era una orden inaudita, inesperada, quizá”.
En el homenaje recibido en el contexto de la Fiesta del Libro y la Rosa, la autora de La noche de Tlatelolco contó que lo más doloroso, lo más impresionante, “fue la cantidad de zapatos de mujer, zapatos de tacón, zapatos de niños, de jóvenes, tirados. De esa cantidad de zapatos en el suelo quedaba la idea de una guerra, de una carrera, de que la gente había escapado como podía”.
Gritando su nombre
Poniatowska dijo que “Margarita Nolasco, quien había perdido a su hijo, se pasó toda la noche gritando su nombre frente a todos los muros”. La escritora pasó muchos domingos acompañada por Guillermo Haro en Lecumberri, recogiendo los testimonios de Raúl Álvarez Garín, de El Pino, de Gilberto Guevara Niebla, que no tenía nunca visitas porque él venía del norte. Para entrar a Lecumberri te tenías que apuntar en la lista de cada preso, la lista de Gilberto Guevara Niebla estaba siempre vacía. Me dijeron: apúntate en la lista de él”. Y así lo hizo, con otro nombre.
Recordó que era muy doloroso entrar, “porque pasaban mujeres de rebozo, mujeres obviamente sin recursos económicos. Las llamadas monas, las policías vestidas de azul marino, cuchareaban los pasteles con un cuchillo, las gelatinas las batían en una forma terrible, humillante, porque decían que podía haber droga y a las embarazadas incluso las desvestían. Entrar a Lecumberri era muy intimidatorio”.
Raúl Álvarez Garín citaba en su celda a otros presos que le compartieron su experiencia. “Una madre me decía: pues si ya me quitaron a mi hijo, ¿qué más puedo perder? Te contaban su experiencia; es un libro de todos, un libro público, un libro en el que se recogen las voces de cada uno”. Muchos hombres pidieron que no se citara su nombre: “yo tengo miedo, le tengo miedo a (Gustavo) Díaz Ordaz, yo le cuento pero cambie mi nombre y ahora no sé quién es quién”. Pero las madres actuaron diferente: “sí, usted ponga mi nombre y así fue”.
La escritora. Foto: Juan Antonio López.
Rosario Ibarra de Piedra
Finalmente, Elena Poniatowska evocó a Rosario Ibarra de Piedra, “una mujer que todos deberíamos de recordar y todos deberíamos llevar dentro de nuestro corazón, porque si hay una mujer valiosa en nuestro país, una heroína, es doña Rosario Ibarra de Piedra”.
La conoció en una marcha “en contra de que se enviara como embajador de México a Gustavo Díaz Ordaz, se acercó y me dijo: yo tengo un hijo desaparecido. Llegó a mi casa, se hizo amiga de mis hijos que eran pequeños y me contó la historia de que su hijo estaba acusado de haber participado en un atentado contra uno de los grandes magnates de Monterrey y lo desaparecieron. Lo buscó en todos los campos militares, viajó a Europa, a Estados Unidos. La acompañé a Chicago. En América Latina (AL) había muchísimas persecuciones físicas por las creencias políticas de cada quien y se creía que, como México recibía a todos los refugiados de AL, en México no podría haber uno solo y Rosario rompió el mito de los campos militares donde se concentraba la gente, posibles opositores al gobierno, rompió el mito de Echeverría”.
Ante la homenajeada, estudiantes universitarios que ganaron un concurso convocado por la Coordinación de Difusión Cultural, leyeron sus testimonios sobre el confinamiento durante la pandemia. Escribieron sobre sus dificultades económicas, los familiares y amigos que enfermaron; el enojo, la rabia y la impotencia ante la incertidumbre del encierro y la enfermedad; la satisfacción de ayudar a quien llamó al centro de ayuda de la Facultad de Psicología; y, por supuesto, la angustia de ser testigo de la violencia doméstica.
CENICERO MÁS BIEN*
Ojalá nunca sepas lo que es ver a tu mamá golpeada.
Ojalá ninguna pandemia te obligue a encerrarte con tus agresores, padre, pareja o hermano.
Ojalá que hoy no sea marzo del 2020, declaren cuarentena y se cierren las puertas que servían como escape.
Ojalá que, a dos años de la pandemia, los periodistas no informen que más de 600 mujeres llamaron al 911, diariamente denunciando violencia de género en sus hogares… “¿Hogar?… ¿Hogar?….
¡Esto no es un hogar, cenicero más bien!”.
Ojalá nunca sepas qué se siente huir de tu propia casa.
Ojalá no te llames Metztli Molina y debas limpiar sangre que no es la tuya.
Ojalá hoy todas las pesadillas se vayan al abrir los ojos.
Los vi pelearse a golpes, lo vi golpear a mi madre. De su boca escuché todas las palabras denigrantes posibles contra su pareja.
Y, buscando un poco de silencio y alivio, encerrada en la habitación del departamento 201, también escuché a mis pequeños vecinos gritar, pedir auxilio por los repetidos golpes de su padre.
A partir de la pandemia y a marzo de 2021, han sido asesinadas 3,390 mujeres en México.
Además, la violencia de género aumentó 27 % y más de 44 mil mujeres han sido atendidas por la Red Nacional de Refugios.
El aislamiento nos obligó a convivir con agresores que viven en la misma casa. La experiencia en la pandemia de muchas mujeres, como la mía, transcurrió entre gritos, peleas, golpes, insultos, llantos. Muchas mujeres tratamos de sobrevivir a dos contextos: COVID y violencia de género.
Para muchas de nosotras la casa no fue un lugar seguro, no fue un refugio, por el contrario, permanecer en ella fue una obligación que puso en riesgo nuestras vidas.
Nada nuevo. La pandemia sólo vino a reafirmar algo que ya sucedía en este país. Las llamadas de auxilio denotaron que los principales agresores eran hombres: novios, parejas o esposos de quienes pedían ayuda. La mayoría de las llamadas denunciaban violencia doméstica, pero también acoso, hostigamiento, violación y abuso sexual. Las víctimas eran mayoritariamente mujeres e infancias.
Hoy, que ha quedado atrás como ruinas de una guerra sin ganadores, sonrío por el hecho de existir y pienso que ojalá todas las mujeres a mi alrededor tejan, construyan o se dejen encontrar por una red de apoyo y ternura que comience con las amigas, las vecinas, las madres, las tías, la escucha de sus pares.
Ojalá que hoy todo sea un recuerdo.
Ojalá que sanes.
Ojalá que duela menos
Ojalá que hoy estés viva y puedas contarlo.
Ojalá que no tengas que contarlo nunca más.
METZTLI MOLINA OLMOS **
*Poema leído en el homenaje a Elena Poniatowska.
** Rapera, poeta, periodista. En 2020 ganó un lugar en la estancia literaria “Material de los sueños” en las Islas Marías, por la Secretaría de Cultura.