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Sapitos…

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Tomo como punto de partida para este comentario, la edición de un timbre postal que se pretende de aire infantil y resulta, como todo lo de la Cuarta, en frustrante adefesio sin concierto alguno.

Cuando trabajé un delicioso tiempo, gratísima experiencia en el Centro Nacional de las Artes, supe que un hijo de Rafael Tovar y de Teresa había propuesto la insignia de la institución.

Bella sorpresa, con unos cuantos trazos, el adolescente temprano, trianguló las siglas y las integró en forma piramidal. A nadie se le ocurrió cuestionarlo.

Mirando el timbre de correos, lo único que se me ocurre es recomendar que al pequeñito lo cambien de escuela. Bien por la imaginativa madre, compositora, poeta, literata pero, admitámoslo el genio no se hereda aunque es susceptible de afinarse.

El susodicho sello postal, es ejemplo claro de quienes practican el arte al estilo Frida, en espera de que algún millonario tejano decida que el arte naïve o naif es lo máximo.

Arriba se lee: pichonera. Dudo que los infantes actuales sepan lo que es un pichón, pero más abajo y en letra deliberadamente infame, anuncia Coyveos de México. La intención era Correos de México.

Recuerdo a aquel señor que de pie en el rellano de la escalera de su casa, acariciaba las rubias cabecitas de sus hijos y a los invitados al desayuno de cumpleaños, de comunión, de lo que haya sido, mirando a la sarta de prietitos, exclamaba: ¡miren, estos sí son niños!

Nunca comprendí por que no brincaba por ahí el exaltado para romperle la cara. O por qué se hacían idiotas como si no humillaran a sus hijos.

Recuerdo que al varoncito le causaba mucha felicidad observar a quien estaba a punto de terminar una cuartilla, para sorpresivamente arrancarla de la maquina y romperla.

Mi hijos nunca fueron molestos con sus semejantes, así que no soporto los niños malcriados y caprichosos. En esa consideración y sabiendo las malas mañas del güerito, me aliste.

Lo sentí acercarse a mi espalda, espere a ver su mano tratando de jalar el papel, le tomé del brazo, le di la vuelta y le solté un coscorrón que le hizo saltar las lágrimas y poner los ojos como platós, redondos.

Lo que siguió fue gracioso. El director me llamó y me pidió una explicación. Presente el progenitor que me miraba despectivo. Expliqué que era parte de un plan previamente imaginado.

El director quiso razonar porque se trata de niños. Mi respuesta fue que si el padre del infante tenia los pantalones para reclamarme personalmente, entonces ya no molestaría a los niños y cada vez que me hicieran una maldad me arreglaría con su padre.

Allí terminó toda la farsa porque sabíamos quien era el señor que me miraba primero con desprecio, luego con asombro y al final evadía mi mirada.

Lo confieso, los niños pequeños siempre me han parecido una lata, pero una lata envuelta en un forro que los aproxima bastante a un sapo. Mis hijos fueron muy bonitos y así crecieron. Lo siguen siendo.

He contemplado con mirada beatífica las fotos que publican los usuarios de internet. En alguna parte alguien se robó la capacidad de autocrítica. Son una colección de monstruitos que ¡válgame Dios!

No digo mas y no publico mi foto porque no quiero que certifiquen la verdad de mis consideraciones, sólo insistiré si ademas de feicito lo mantienen en esa escuela, lo único que obtendrán será un traductor para su papi, urgido de entenderse bien con Trun…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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