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Silvia, que habla francés

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Silvia Molina estudió Antropología Social.

La editorial Martín Casillas quedaba en las Águilas, pasando el periférico. Me recibe una guapa treintona que dice llamarse Silvia Molina. “¿Tú eres la de La mañana debe seguir gris?” le pregunto. Era su tremebunda novela escrita a los 25 años. Ahí nació una amistad que perdura. Silvia, entonces, era el consejo editorial y llevaba las enredadas finanzas de Martín, revisaba y corregía originales y no barría el local porque no le daba tiempo.

Seguimos encontrándonos en cocteles y festejos. Así supimos de su relación con María Luisa Puga y Elena Poniatowska. Las tres conformaban una misteriosa pandilla: “La troika de Chimalistac”. Cenaban, leían y se leían. Desde luego Elena era la que dizque iba a enseñarles, pero todas opinaban de todas. De esa mesa surgió esa entrañable novela suya, “Ascensión Tun”, que se interna en los años terribles de la guerra de castas en Yucatán.

Silvia Molina estudió Antropología Social. Y qué: Jorge Ibargüengoitia, Ingeniería y Mónica Lavín, Biología. Los escritores van dando palos de ciego, como media humanidad. El caso es que en los sótanos del diario unomásuno se ubicaba la oficina del suplemento Sábado que dirigía el despistado Fernando Benítez. Los de aquellas infanterías nos acercábamos a ese claustro atiborrado de libros. Benítez era toda una leyenda. Había fundado el suplemento “La cultura en México” en el periódico Novedades, donde escribía toda la mafia de la Zona Rosa. Por ahí me encontraba, algunas tardes, con la tímida Silvia que llevaba sus colaboraciones. En una de esas ocasiones Benítez la recibe: “Ah, mi niña. ¡Quién dijera que cuando eras una bebita, con estos brazos tan canijos te cargaba por el despacho de tu papá!” A lo que Silvia se defendía: “Por favor, don Fernando, no diga eso”.

El padre de Silvia, Héctor Pérez Martínez, era muy amigo de Benítez. Claro, Pérez Martínez era secretario de Gobernación en el gabinete de Miguel Alemán, además de respetable historiador. Sin embargo el destino impidió a Silvia conocer realmente a su padre. Cuando ella era aún bebé el poderoso ministro murió, dejando a su hermosa hija en una aparente orfandad. Y digo aparente porque sus hermanos se encargaron de cuidarla y compartir travesuras. Con el tiempo Silvia heredaría la biblioteca de su padre y de ello, supongo, le vino la inquietud de rescatar la figura paterna en esa entrañable novela titulada “Imagen de Héctor”.

    Silvia Molina pertenece, de algún modo, a la generación de las niñas del Liceo Francés del Pedregal que Guadalupe Loaeza bautizó como “las yeguas finas”. Silvia habla tan buen francés como el que más, pero no le gusta presumirlo. Tuvo una tía que fue prominente funcionaria del servicio exterior, a cuyo cobijo la inquieta sobrina pudo experimentar aquel mundo de fábula. De esas estadías en Francia, Bélgica y Gran Bretaña surgieron, por lo menos, tres de sus mejores novelas. No es ningún secreto; Silvia ha laborado como funcionaria en diversas ocasiones. Entre otras cosas fue agregada cultural en la embajada de Bruselas. Ahí vivió una suerte de exilio sentimental durante los años del foxato, y qué decir de cuando en Londres cenaba en la mesa del cónsul Hugo Gutiérrez Vega. De esas experiencias resultaron tres de las más disfrutables novelas de Silvia. A saber, “La mañana debe seguir gris”  (1977), “Muchacha en azul” (2001), y la más reciente,  “En silencio, la lluvia”(2008), que es magistral.

A Silvia le tocaron los años duros del feminismo y el “peace & love” lenonista. Sin embargo ella pasó por alto la moda. Escribir es lo suyo desde que decidió emular a su padre. Su escritura tiene algo de ineluctable destino. Habita atmósferas que podríamos llamar la dulzura, la sutileza, el secreto, la contención y la intimidad femeninas. Silvia Molina escribe igual que una paloma saltando al vuelo.

(Texto leído en el Homenaje del INBA a Silvia Molina por su 65 aniversario).

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Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.

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