Miguel Valera
Hace unos días me encontré en una librería de viejo, un Oficio Divino de Navidad, fechado en –MEGICO 1863–. Ufff, pensé, una edición de 160 años, publicada por don Mariano Galván Rivera, el mismito del Calendario Galván que tan famoso se hizo.
Lo revisé con detenimiento, encuadernado en piel, una piel ya desgastada en el centro de la portada, en las orillas y en el mismo lomo del libro. Un grabado del nacimiento de Cristo, los datos legales y la leyenda “Impreso con licencia del Ordinario, por Juan Abadiano”.
Al revisarlo, no me quedó duda de la antigüedad. Aunque alguna vez fue ofrecido en un peso, lo conseguí en 80. Lo he ojeado y leído con detenimiento. Quizá para muchos no es una lectura atractiva, porque es una guía para celebrar los cuatro domingos de adviento. Oraciones, fórmulas, plegarias y una novena de las posadas de María y José.
Sin embargo, más allá del ritual religioso, pensé en el destino de los libros, en los 160 años de este librito que cayó a mis manos y que en estos días he podido oler y reoler, hojear y rehojear, leer y releer, algunas veces hasta quedarme dormido por tantas jaculatorias, antífonas y frases en latín.
Junto con este ritual táctil, manual, visual, me he preguntado, por ejemplo, ¿cuántas manos han recorrido las hojas de estos libros?, ¿cuántos curas, religiosos, santas, santos, laicos, laicas o demonios se han detenido en estas oraciones?, ¿cuántas oraciones sinceras se han elevado al cielo?, ¿cuánta energía, cuántos pensamientos, cuántos deseos, esperanzas, se han cruzado entre las manos, los ojos y el cielo de hombres y mujeres que a lo largo de 160 años tocaron este libro?, ¿cuántos hombres o mujeres han muerto con este libro en las manos o en el estante de su biblioteca?, ¿cuánto incienso ha pasado por sus hojas?, ¿cuánta alegría o exultación –se dice así?- ha resonado en las tapas de su encuadernación?
He imaginado a curas, obispos, a una pléyade de hombres y mujeres llevando aquí, allá y acullá este libro a lo largo de un siglo y medio. Igual exagero, igual no es tanto, apenas dos generaciones. Sin embargo, repito, más allá de su contenido, encontrármelo con esa edad me ha permitido alimentar el espíritu con pensamientos que también están allende el papel, las páginas amarillentas, desgastadas, con olor a incienso, sudor, lágrimas, piel y árboles.
Quizá lo deje guardado para siempre en el estante de mi biblioteca, quizá nunca lo vuelva a abrir y pase en algunos años más a otras manos que quizá, también, vuelva a preguntarse en el tiempo que ha pasado por el lomo desgastado de este Oficio Divino. Quién sabe, de momento, su vejez, me ha puesto aquí a escribir frente a la computadora, en la víspera de navidad 2023.
Este librito es para mí, una prueba más de que la eternidad si existe, existe en las palabras, en los libros, en la memoria de quienes nos desgastamos y nos vamos con el paso del tiempo.
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