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Víctor Manuel Juárez Cruz: Es un desastre nuestro país. Demasiados desafíos en salud, seguridad, economía y la secular pobreza. No veo cómo superarlos con las actuales políticas públicas

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*La era digital traerá muchos retos y desafíos a quienes aman reportear y hacer periodismo trascendente
*Don Manuel Becerra Acosta, mi gran mentor
*Proceso y el Unomásuno. Sin duda, ambas grandes épicas del periodismo nacional y hoy desconocidas y olvidadas para las nuevas generaciones de periodistas o comunicadores

Por Carlos Alberto Duayhe
Víctor Manuel es en esencia un periodista y comunicador actual y actualizado, aunque su carrera proviene desde los años setenta y comparte
esa dualidad con otras de sus convicciones: el fútbol americano, el tenis, la música y hasta el futbol soccer. Víctor es, además, hay que mencionarlo, un convencido del valor universitario en la sociedad mexicana, en particular de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde estudió y fue un relevante representante en tareas de difusión, extensión de actividades y conocimientos. Aunque la comunicación hoy es otra, los periodistas como Víctor Manuel valen por conocimientos, experiencia y sensibilidad que tanto
aportaron a los grandes cambios que hoy se viven en la nación, con eso ya es más que bastante. Por último, quiero hacer mención de sus compañeras y compañeros de vida, fiel con ellos a toda prueba.

Antes de entrar a otros asuntos de su trayectoria, a manera de introducción, este espacio inicial de su existencia:
Excélsior: ¡Entra por Reforma, no por Bucareli! ¿Mis inicios de periodista? Mis inicios datan desde mi niñez.

Resulta que, en la casa de mi abuela paterna, donde crecí y me crié, había siempre un periódico: el Excélsior, donde mi padre Apolinar y su hermano Manuel trabajaban desde muy jóvenes en el departamento de publicidad.

Pasado el tiempo y ya de niño y adolescente, acompañaba a mi papá al trabajo, ya como jefe de fotograbado en el diario. Sábados y domingos acudía con él, y me le escapaba para recorrer todos los pasillos y descubrir todos los recovecos. Me impresionaba ver trabajar a su máxima capacidad a la rotativa y el trepidar de los linotipos.

Mejido y el “Manotas”
Mi padre, técnico sin igual, pero no reportero, tenía una máxima conmigo.
Entrabamos por la puerta de Reforma y no por la de Bucareli, y me instruía a que siempre ingresara por ahí. Me decía entonces: “siempre entrarás por aquí, pues por aquí lo hacen los reporteros, los editorialistas, los intelectuales. Por Bucareli los trabajadores de talleres. Entiendes”. Yo sólo asentía. Abordábamos el elevador y bajábamos en el tercer piso, donde se asentaba la redacción grande, plagada de enormes reporteros. Me los señalaba y me daba nombres y detalles: “aquel es Enrique Loubet jr, cronista político; ese, Silvestre González, encargado del sector salud y ex estudiante de medicina”. Así íbamos hasta llegar al escritorio de Manuel Mejido, de quien me decía: “nunca lo verás, pues es una de las estrellas encargado de asuntos especiales y siempre viaja”. Desde entonces, y sin conocerlo, era mi imagen a seguir.

Luego, ya en fotograbado, mi padre me daba un periódico a leer. Empezaba con los monitos, seguía con las notas rojas y terminaba en la primera plana.
Atestiguaba entonces los viajes, corresponsalías y grandes trabajos de Mejido y me dije entonces: “yo quiero ser así”. O como el apodado el Manotas, Jaime Reyes Estrada, capaz de conseguir notas periodísticas hasta debajo de las piedras, un reporterazo todo terreno como los que ya no hay.

A la UNAM
El tiempo pasó, y ya en preparatoria tuve que escoger el tronco común para las humanidades. Descubrí que en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, había una carrera de Ciencias de la Comunicación y Periodismo.

La suerte estaba echada y me dediqué a la escuela y jugar futbol americano.
Eran mis años felices, muy, muy felices. Hasta una tarde, ya como estudiante de la Facultad y en octavo semestre, mi padre me llamó en tono severo para decirme que debía trabajar para pagarme mis estudios y diversiones.
Diversiones que no eran muchas, pues la práctica del americano me dejaba agotado.

Empiezas mañana: vas de office boy o “hueso”

Así, una tarde de un verano del 74, me paré frente a Arnulfo Uzeta, jefe de información de Excélsior y con fama de rudo, con la tarjeta de mi padre.
Temido por sus reporteros, Uzeta apenas y levantó los ojos para decirme, “así que eres el hijo de Polo. Pues a darle, empiezas mañana con las
suplencias en la ayudantía de la redacción”. En otras palabras, vas de office boy o “hueso”. No tenía, pues, sangre azul o pedigrí en el diario y debía empezar desde abajo.

No puedo decir que fueron mis mejores años, por el contrario, fueron los peores de mi vida, pues las guardias hasta las tres de la mañana, las llamadas caballonas, se repetían y repetían, y yo me disminuía en el americano, en la Facultad y con mi novia. Fue un año y medio de verdadera friega, frustraciones y hasta amarguras. Odiaba estar encerrado desde las 17 horas hasta las tres o cuatro de la madrugada los fines de semana, no era la vida de un universitario que amaba el deporte, al rock y a su novia.

Don Manuel Becerra Acosta, mi gran mentor
Lo importante y trascendente de esos años, es que hice ayudantías en la subdirección del diario, a cuya cabeza estaba Manuel Becerra Acosta, quien día a día, confeccionaba la primera plana. Él era el encargado de jerarquizar, cabecear y pulir la llamada princesa. Su presencia y figura hacían que la subdirección permaneciera en silencio. Sólo el teclear de los cabeceros y el raspar del lápiz de los correctores en los textos de los reporteros se escuchaba. Las órdenes eran escuetas, precisas e imperantes. Don Manuel imponía respeto y hasta miedo. Mis lecturas universitarias me acercaron a él, y contra todo lo dicho y pronóstico, mi respeto, admiración y confianza fueron creciendo al grado de que me empezó a recomendar libros, a exigir la ficha bibliográfica y una sinopsis diaria de mis lecturas, fueran académicas o de mero placer. No sobra decir que todos le temían y optaban por no hacer suplencias en la subdirección, yo las empezaba a disfrutar. Con el desparpajo de joven universitario le preguntaba y él me aclaraba dudas, durante los trayectos del diario a su casa. Yo veía en don Manuel a un ser duro, pero
afable si sabías como llegarle. En comparación con mis entrenadores del americano, en los Gamos y los Cherokees, era un alma de dios. Eso me permitió darme el gran lujo de estar cerca de él, verle trabajar a conciencia en la elaboración de la primera plana del diario, y que fuera mi gran mentor.

Las ayudantías me permitieron conocer a los grandes reporteros, cabeceros, correctores del periódico. Le enorme friega se fue transformando en gran aprendizaje.

El adiós a Excélsior
Así caminaban las cosas, y yo hacía ya mis pininos como reportero de policía, en la Primera de Noticias de Excélsior. Arduo y doloroso aprendizaje también de la mano de Rodolfo “El Negro” Guzmán, quien me apadrinó, al lado de mi amigo David Siller. El proceso de formación caminaba, hasta que empezaron a suceder cosas extrañas al interior del diario, que llevaron a la salida de 300 periodistas un 8 de julio de 1976. No dudé ni un instante, cuando en la asamblea efectuada en la redacción, Manuel dijo: “vámonos”. Julio Scherer García encabezaba la caminata rumbo a la glorieta de Colón y el desempleo.

Habíamos perdido el diario y el patrimonio. Pero esa es una gran historia ya contada.

Esos mis inicios. De ahí al Consejo de Ciencia y Tecnología con Enrique Loubet, y luego a las fundaciones de Proceso y el Unomásuno. Sin duda,
ambas grandes épicas del periodismo nacional y hoy desconocidas y olvidadas para las nuevas generaciones de periodistas o comunicadores
14 años en el gran Unomásuno

-¿Maestros y compañeros?
-Muchos y gigantes del periodismo. El primero y a quien más le debo es a Manuel Becerra Acosta, siempre me alentó, siempre me obligó a leer. Pero también debo agradecer y reconocer las enseñanzas de todos y cada uno de los reporteros de aquella prodigiosa redacción que había en Excélsior.
Pintaban para ser grandes reporteros Rafael Cardona, Marco Aurelio Carballo, Abelardo Martín, José Reveles, Elías Chávez, Raymundo Rivapalacio, Carlos Ferreyra. O los grandes de la mesa de redacción, como Manuel Sandoval, Lázaro Montes, entre otros. Reporteros de deportes que me encantaba leer como Ramón Marques o Manuel Seyde. Fueron muchos a quienes les debo más. Eso por lo que respecta a mi paso por Excélsior.

Luego vendrían el gran aprendizaje en el naciente y emblemático Unomásuno –sin duda el diario más sorprendente de finales del siglo pasado.
Una propuesta genial de Manuel para dar paso al nuevo periodismo en el país, en la que pude trabajar 14 años.

En el Unomásuno me inicié ya como reportero de deportes, en la cobertura de mis dos pasiones deportivas: tenis y futbol americano, de la mano de Ramón Marqués, gran maestro y conocedor de su sección. Luego pedí mi cambio a la redacción general, donde me reencontré con mi hermano de vida, Gonzalo Álvarez del Villar; con Fernando Meraz, Agustín Gutiérrez Canet, y tantos otros de una generación prometedora como tú Carlos, David Martín del Campo, Pedro Valtierra, Víctor Avilés, Christa Cowrie, Marco Antonio Mares, Alberto Aguilar, Fernando Ramírez de Aguilar, entre los muchos amigos, hermanos.

Fueron 14 años muy felices, plenos y entregados al Unomásuno, donde éramos reporteros de tiempo completo y pude cubrir diversas fuentes,
asuntos especiales y circunstancias extraordinarias que me llevaron a reportear desde la alfombra roja hasta las brechas, senderos y rutas ignotas e insospechadas, donde había que andar y buscar historias.

Nacía y se fortalecía una nueva pasión en mí. Reportear. Salir de casa armado tan sólo con una carpeta y bolígrafo a la búsqueda de una aventura, una historia o un hecho que relatar. Sumergirte en documentos, libros, textos y demás para cotejar, corroborar y descubrir datos, para complementar la información.

Con grandes amigos.

-Víctor ¿a quiénes tienes muy presentes en tu carrera profesional?
-Manuel Becerra Acosta, sin duda y en primer lugar. Julio Scherer García, excelso y talentoso director del diario más grande de América Latina, el Excélsior de entonces. Todos los anteriormente mencionados, más mis maestros en la Facultad como: Miguel Ángel Granados Chapa, Froylán López Narváez, Hugo Gutiérrez Vega, Gustavo Sáenz, Jorge Calvimontes, entre otros, pues también la lista es larga. Pero sobre todo a mis amigos hermanos con quienes crecí, sufrí y compartí brecha y terracería, ahí te hermanas, entre el hambre, el frío y hasta el miedo de no saber cómo saldrás de la cobertura de un conflicto. No quiero hacer más menciones, pues sería muy injusto de mi parte no citar a tanta gente bella, amable y sincera que se tomaron su tiempo para aconsejarme y guiarme en el arduo y fascinante camino de la reporteada.

La mano dura del poder
Víctor recuerda:
“Vendría, otra vez, la mano dura del poder. Pues si detrás del golpe a Excélsior estuvo Luis Echeverría, detrás del golpe al Uno, se encontraba
Carlos Salinas de Gortari. Manuel fue expulsado del país, y los suyos fuimos liquidados del Unomásuno. El sueño estaba por acabar. Para entonces, y luego de 14 años en el Unomásuno, ya ocupaba la sub coordinación de información y la coordinación de asuntos especiales, a las que tuve que renunciar por indicaciones de Los Pinos.

Revista Época
“Pero fui rescatado e invitado a fundar la revista Época con Abraham Zabludovsky, Rafael Cardona y Guillermo Mora Tavares, y en cuya redacción coincidimos varios ex “unos más unos”. Un lustro en Época, donde hice asuntos y coberturas especiales. Iba en la ruta de Manuel Mejido, hasta que el poder se volvió a interponer en mis deseos y tuve que dejar la reporteada –toda una pasión adrenalinica—y optar por la comunicación social. Época no era bien vista por Salinas, quien inició su destrucción también”.

En la revista Época, con Abraham Zabludovsky.

-¿Qué trabajos periodísticos viven contigo?
La Guerra en Nicaragua
-Mis experiencias más fuertes como reportero han sido muchas y me han marcado. La primera y más fuerte, fue como enviado a la guerra en
Nicaragua. Estaba muy joven, con muy poca experiencia y las recomendaciones para hacer mi tarea fueron vagas e imprecisas de parte de
mis jefes Marco Aurelio Carballo y Hugo del Río; aun así mi estancia fue larga, pero infructuosa pues no pude entrevistar o contactar con la dirigencia del FSLN, ya que se encontraban en algún lugar de las montañas y era más fácil llegar a ellos vía Costa Rica, pero eso lo supe mucho después. Así que me concentraba en saber dónde podría haber enfrentamientos y acudir a cubrirlos. Me tocaron en Matagalpa y Estelí. Luego la guerra entró en un largo impase sin enfrentamientos ni combates y retorné a México. En realidad, nadie sabía cómo cubrir una guerra, y muchos optaron por hacer más literatura que periodismo. Con casos extraordinarios, como aquellos que se quedaron en Peñas Blancas, Costa Rica, y decían oír los bombardeos de las fuerzas de Somoza sobre posiciones rebeldes en Nicaragua. Allá me le pegué al corresponsal del New York Times, Alan Riding, para hacer recorridos en busca de historias. Él mismo me dijo “esto ya se empantanó, me regreso a Estados Unidos”.

El Salvador
“Después de eso acudí a El Salvador, donde luchaba en el FFLN contra la dictadura de Arena. Hice trabajos especiales en campamentos de refugiados guatemaltecos, que huían de la guerra en su país, reportajes sobre pobreza.

Perú
“Cubrí unas elecciones muy complicadas en el Perú, donde resultó electo Alberto Fujimori, pese a la fuerte presencia de Sendero Luminoso. Hasta que se acabó el Unomásuno y la maravilla por reportear.

Por todo el mundo
“En la revista Época también tuve coberturas extremas en El Salvador; los Altos de Chiapas durante el levantamiento del EZLN, así como en Venezuela durante los cacerolazos; la caída de Carlos Andrés Pérez y los golpes de Estado de Chávez. Fueron días muy intensos como reportero. Debo añadir que en esos años también cubrí notas de alfombra roja, pues me tocó desempeñarme como reportero de la fuente presidencial en el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-88) y un par de años del mandato de Carlos Salinas de Gortari. Cubrí también visitas de Estado por diversas partes del mundo, así como los viajes papales a México.

Masacre en Chiapas
“Recuerdo una ocasión durante la guerra de Chiapas que nos internamos en la selva Miguel Badillo, que cubría para el Financiero; Benito Terrazas, que iba por Notimex y yo, por Época. Encontramos una historia aterradora: cien campesinos masacrados por tropas del Ejército. Badillo se llevó primera plana, yo portada y a Benito que lo corrieron de la agencia oficial de información Notimex. Así fueron mis días como reportero.

“Es una apretada síntesis de 23 años como reportero, en los que cubrí fuentes como la obrera, comunicaciones y transportes, comercio, iniciativa privada, salud y presidencia”.

-Oye ¿y de tu paso por la UNAM?
-Hice otros 22 años como comunicador social: director de Información de la UNAM; director de la Gaceta de la UNAM; director de comunicación y logística del equipo Pumas de la UNAM, donde coincidí con Hugo Sánchez y Luis Regueiro, a instancias del rector Juan Ramón de la Fuente.; vale decir que se obtuvo un bicampeonato, nada más. Y concluí mi andar como subdirector de Difusión de TV UNAM, donde aprendí e hice un poco de televisión; recuerdo un trabajo de largo alcance, una serie de 13 capítulos sobre la historia del Futbol Americano en la UNAM.

Con el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente

-Víctor ¿otros sucesos que puedes recordar, algunas anécdotas?
Regresen en el mismo vuelo a Nicaragua, se registra un tsunami.

-En una ocasión y trabajando para Época, Abraham Zabludovski, mi jefe entonces –y por cierto un gran y generoso jefe—nos había mandado a
Nicaragua a Dante Bucio (fotógrafo y amigo excepcional ya fallecido) para hacer un reportaje de la situación sociopolítica de dicho país, bajo el
gobierno de Violeta Chamorro. Estuvimos poco más de una semana, realizamos diversas entrevistas y trabajo de campo. Enviamos y retornamos al país. Recogíamos maletas, cuando sonó el Bíper, con una instrucción escueta y directa: “Regresen en el mismo vuelo a Nicaragua, se registra un tsunami”. Y ahí vamos de vuelta a la tierra de Sandino. Alquilamos un jeep y por maltratadas carreteras nos dirigimos a la costa Atlántica para cerciorarnos de los daños causados por el meteoro. Cual fue nuestra sorpresa que al llegar al poblado pesquero no había nada, ni un alma, ni perros que ladraran. Bueno ni casas ni edificaciones. La ola de seis a nueve metros –me contaron los sobrevivientes, entrevistados en un hospital—arrasó con todo, hasta sepultarlo en la arena. Dante incrédulo nada más me dijo “Y qué fotos tomo, no hay nada”.

Zapatistas contra soldados en Ocosingo, aterrador
“Otra en Época, fue cuando entramos a Ocosingo, Chiapas luego de reportarse fuertes enfrentamientos entre tropas del Ejército Mexicano
contra elementos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La ciudad lucía fantasmal, en total silencio y sin nadie en la calle. Testigo de los hechos eran los montones de llantas y basura ardiendo, casas con hollín y humo en las paredes. Y lo aterrador, decenas de cadáveres de combatientes indígenas armados con fusiles, resorteras y hasta palos. A la entrada del poblado hummers fuertemente artillados con soldados alertas, que dejaron entrar al convoy de reporteros a la zona de guerra. Llegamos hasta el mercado municipal, donde encontramos destrucción, caos y más cadáveres.

Cinco de ellos de jóvenes indígenas con las manos amarradas por detrás y el tiro de gracia en la nunca. Los combates no habían sido tales.

Atestiguamos
el escenario de una matanza en los albores del salinismo y el inicio del neozapatismo”.

-Víctor ¿y tu opinión de la era digital?

-La era digital traerá muchos retos y desafíos a quienes aman reportear y hacer periodismo trascendente. La rapidez e inmediatez impide hacer
trabajos de fondo. Abundan las notas falsas, las voladas y los hechos no confirmados. Lo más triste y relevante es que ya no hay reporteros como los de antes, como los que admiré y cultivaban todos los géneros más importantes, como la crónica, la entrevista y –el género de géneros- el reportaje. En el Unomásuno nos enseñaron a hacer reportajes de largo alcance. Mucha investigación y seriados hasta agotar el tema. Hoy ya no se cultivan ni son exigidos a los jóvenes reporteros, que se conforman sólo con la nota del día y la entrevista banquetera o aquellos que copian y pegan.

-Por último ¿qué impresión tienes del México actual?

Es un desastre nuestro país. Demasiados desafíos en salud, seguridad, economía y la secular pobreza. No veo cómo superarlos con las actuales
políticas públicas. Me niego a pensar, a creer que nos estanquemos y regresemos a años ya superados en materia política y electoral. Veo como
mucho desánimo y desilusión lo que pasó con la revolución sandinista y Nicaragua, hoy doblada por un sátrapa y dictador; o en Venezuela, donde la esperanza e ilusión se tradujeron en más pobreza y agobio para sus habitantes. Perdón, pero soy pesimista.

Llegamos al fin de este encuentro. Aprender de experimentados periodistas, comunicadores, excelentes prosistas, grandes reportajistas, entrevistadores, cronistas, articulistas como Víctor, el camino. Y más que pesimista Víctor es realista.

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