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Yo no lo imaginé así…

Por Gabriel García-Márquez

La verdad es que todo esto ya me lo esperaba. Sabía que algún día me iba a encontrar en ese pequeño lugar. Pero sinceramente no imaginé así las cosas. Yo pensaba en algo más espacioso, con colores raros y con una música extraña, pero agradable. Me imaginé que iba a estar rodeado de mucha gente; gente nueva y gente conocida, amigos, parientes. En pocas palabras pensé que sería un mundo nuevo, una gran ciudad.

Una ciudad poblada con gente de todas las nacionalidades y razas, pero en general todos amables, todos sabios. De verdad creí que esto sería un paraíso, donde encontraría la belleza y la felicidad absolutas. Esperaba seguir siendo la misma persona que siempre había sido; con mis vicios y mis escasas virtudes que, aunque eran muy pocas, me hacían sentir como un ser humano más, como una partícula importante de la sociedad.

Creí que seguiría siendo aquella persona retraída y tímida, de aspecto triste, pero con ciertos momentos de alegría. Que seguiría con los amigos que me estimaban y me llegaban a buscar a diario, aquellos amigos que me ayudaban y aquellos a quienes yo ayudaba. Pero no, las cosas no son así. Porque ahora lo he perdido todo, desde mis virtudes hasta mis vicios, desde la alegría hasta la tristeza… ¿Dónde estarán los amigos que me iban a buscar? ¿Dónde estará aquella novia que ya no me vendrá a besar? Aquí todo es soledad. Aquí es un espacio muy pequeño, tan pequeño que apenas y puedo girar mi cuerpo en un mismo sitio.

Sólo puedo estar boca arriba o boca abajo, mirando a la izquierda o a la derecha y nada más. La verdad es que nunca estuve antes en un lugar tan reducido e incómodo… No, miento. Me olvidaba, ahora recuerdo; pero qué memoria la mía, un día me encontraba solo, tan solo que el tictac del reloj se escuchaba como el ruido de una fábrica inmensa. Y en realidad lo era, pero en esa máquina, en esa fábrica no se hacía nada más que tiempo, sólo tiempo. Y yo pensaba como todo el mundo, que al actuar con rapidez ganaría tiempo; aunque no supiera qué hacer con el tiempo que ganaba, salvo matarlo.

Bueno, esta tarde veía todo inmenso. Pensé que la casa, la habitación, todo era demasiado grande para mí. Quise huir de la gente, por lo que decidí encerrarme en el closet; aunque ahí podía dar uno o dos pasos, pero aquí… ni eso puedo hacer, solamente puedo mirar a la izquierda o a la derecha, arriba o abajo (qué incomodidad). Poco rato después, me quedé dormido. Empecé a soñar y a olvidar. Sentí una tranquilidad maravillosa. Me soñé en un mundo lleno de vida, de amor y alegría. Vi en la vida una luz eterna que iluminaba al mundo, una luz de paz y felicidad. Vi en la gente sólo amor y bondad. Los niños corrían y jugaban sin temor, los hombres y las mujeres amaban y se dejaban amar… Pero poco a poco sentí el silencio, todo se esfumó y desapareció.

Todo lo bello se tornó oscuro y la bondad se volvió mal… ¿Qué es lo que pasa? Me pregunté ¿Acaso todo es falsedad? Y abrí los ojos y me di cuenta de que era de día y descubrí que todo había sido un sueño y que volvía de nuevo a la realidad; y creí que la vida era el infierno y que la muerte era la gloria. Me di cuenta de que ya había pasado ese segundo, ese instante de felicidad. Por eso me dije “despierta, ya no sueñes, vuelve a la realidad y abre los ojos para luchar hasta al final…” De pronto, alguien abrió la puerta y fue entonces cuando volví a la realidad y salí corriendo a su encuentro. Pero en ese momento ya no escuché el tictac de la máquina, y la casa volvió a ser pequeña como antes, habitada por la misma gente que me enojaba tanto. Y ya no estaba solo… (Que incomodidad) … Un momento, tendré que cambiar de posición. Quiero decir, girar a la izquierda (no me queda otra). Bueno tendré que conformarme con esto.

Lo que me consuela es que aquí donde estoy ahora nadie me va a perturbar, nadie gritará, nadie se reirá de mí, ni siquiera el aire me molestará, ni tendré que trabajar para vivir… ¿Para vivir? Si a esto se le puede llamar vida. No, nada de eso, todo esto es mío, sólo mío; puesto que aquí todo es de quien lo habita. Qué extraño, apenas llevo aquí unas cuantas horas y ya me estoy acostumbrando a la oscuridad y a la soledad que tanto anhelé; a platicar conmigo mismo, a estar casi quieto, a este silencio tan escandaloso y a no escuchar el sonido de la lluvia; hasta a no oler mi propio cuerpo (y vaya que sí huele…) ¡No! Qué mentira más grande.

Estoy solo, completamente solo. ¡Qué horror! ¡Qué soledad! ¡Qué quietud! ¡Qué silencio! ¡No puedo más! Quiero moverme, quiero ver y esta maldita oscuridad que no se va y aquel sonido que no viene. Quiero llorar, reír, cantar… ¡Quiero vivir! ¡Vengan a verme! ¡Novia mía ven a besarme!… Qué raro, nadie me hace caso, nadie me escucha y nadie me escuchará. Pero qué tonto soy, si ni siquiera puedo hablar, mucho menos podré gritar.

La verdad es que no imaginé esto así. Sin embargo, sigo sin creer en el dios que la religión me impuso y me obligó a adorar. Todavía creo en mi Dios propio y personal. Pienso que existe un ser supremo que rige al mundo. Que ese ser supremo es quien dirige las transformaciones que el mundo sufre; ese Dios es la naturaleza misma, el universo todo. Ese universo sin principio ni fin que siempre ha existido, eternamente, sólo que, en forma distinta, y mediante las transformaciones de la materia ha llegado a tomar la forma que ahora tiene. Para mí, el universo es eterno. He superado todos los principios impuestos por la iglesia, sustituyéndolos por principios propios; el infierno no existe, pero tampoco el cielo.

En lugar de un castigo, temo al reproche de la conciencia al momento de morir, que hará de la muerte un dolor mayor o menor según la conducta del hombre; y el premio será la tranquilidad de morir con menor tormento, en paz. Pero, a fin de cuentas, yo soy mi propio Dios, porque pienso que cada ser humano es un Dios en potencia, posiblemente capaz de llegar a la perfección, una perfección individual que jamás podrá ser absoluta. El paraíso, no es sino el acercamiento a la perfección. Tengo dudas, pero no descarto aún estas ideas. La reencarnación bien puede ser, en un ser superior o inferior según los méritos logrados, según el deseo de superación mostrado durante la vida.

Sí, creo en la reencarnación del alma. En pocas palabras, ésta es mi religión, este es mi misticismo… Pero, ahora descubro que he sido un tonto. Cómo no lo comprendí antes, cómo no disfruté de la vida. ¿Por qué no me divertí con aquella gente, con aquel mundo? ¿Por qué no amé a quienes me amaron? ¡Pero qué tonto he sido! Ahora lo comprendo todo, ahora quiero trabajar y ya no puedo; esto es mi castigo. Sin embargo, sé que no estoy completamente solo, aún me queda una gran amiga: mi alma. Ella me hará compañía, con ella conversaré; aún no estoy solo, porque mi alma nunca me ha dejado solo, ella siempre me ayuda cuando más la necesito. Mi alma se encarga de moverme para que yo pueda ser.

Cuando estoy solo, con ella platico; y si hago algo mal, ella me corrige y me da ánimos para que pueda resolver mis problemas y seguir adelante.

¡Claro que no estoy solo! Si nunca lo he estado. ¡Qué desilusión! Si tan sólo hubiera aprovechado lo que aquella maquinita me dio. Que ¿Cuál maquinita? Sí, aquel reloj; que ¿Qué me dio? Pues tiempo; que ¿Qué es el tiempo? La vida. Ahora ya no hay tiempo… Algo se acerca… no, no es nada. Tan sólo es un pequeño gusano. Pobre, lo dejaré vivir. Quisiera ser como él, así de pequeño para moverme así… (Qué incómodo es todo esto…) Déjame, no me toques. ¡Bájate! ¡Vete de aquí y te dejaré vivir! Pobre larva, me das lástima… Empiezo a sentir un vacío, un gran vacío dentro de mí. No sé qué me pasa ¿Qué sucede? Siento algo tan raro ¡No me dejes! ¡Espera!

¡Quédate conmigo! ¡No te vayas! Espera tan sólo un minuto. Es inútil, ha llegado el momento final. Ella también se tenía que marchar y se ha ido, después de cumplir su cometido me ha dejado solo. Se irá en busca de otro cuerpo a quien mover… Gracias, te doy las gracias por todo lo que has hecho de mí, querida alma, adiós y hasta nunca. ¡Ah! Aquí veo venir a una hormiga, y otra más y otra y otra. ¿De dónde vendrán? Son miles de ellas; empiezan a crecer, tan rojas como el color de mi sangre, y tan pequeñas como la punta de una aguja. Son como miles de agujas calientes que se clavan y se meten una a una en mi cuerpo.

Quiero gritar y cubrirme el rostro con las manos, pero no puedo. Siento que me queman como llamas, pero ya no sangro como antes, sólo muero de dolor… ¡Déjenme! ¡Me van a matar! ¡No, mis manos no! ¡Mis ojos no! ¡Déjenme malditas! Perdón, no lo recordaba. Qué tonto soy, para qué grito si nadie me escucha, nadie me escuchará. (Qué incomodidad), pero esto ya no será por mucho tiempo. Un poco de dolor más y ya no sufriré… Discúlpenme pequeñas, ya no las molestaré. Ahora soy de ustedes y de los gusanos que ya no tardarán en llegar. Descárnenme la boca, ya no la necesitaré; continúen su trabajo y así cobraré vida en ustedes, en su propia vida, en sus cuerpos, en esos cuerpos que habitarán mi ataúd. Al fin y al cabo, un muerto que puede hacer, aunque yo no lo haya imaginado así…

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Es poeta, redactor y fotógrafo originario de Puebla, radicado en Coatzacoalcos, Veracruz. Ha escrito varios libros de poesía y narrativa como Archivo de Sueños, Corazón de Metal y El Lugar Común, así como el poema Viajar es Regresar. www.gabrielgamar.com

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