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Antes la vida


(AP Photo/Hector Parra)

Carlos Alberto Duayhe Villaseñor

A mi hermana Teresa, su cumpleaños

Muy elocuente el presidente Andrés Manuel López Obrador al dar prioridad a la vida y a la moral sobre las leyes y la política, respectivamente, al referirse a su decisión de soltar al hijo de El Chapo Guzmán, Ovidio, solicitado a extradición por la justicia de Estados Unidos, antes de que se hubiese suscitado una masacre, dijo, en la capital de Sinaloa, Culiacán.

Esta decisión ha propiciado innumerables reacciones tanto en el ámbito interno y externo, relativa a si fue una buena decisión o se abdicó ante la fuerza del narco en tierras sinaloenses.

Se aprecia en todo caso que este hecho, ocurrido la semana anterior, será huella imborrable del gobierno actual, positiva si funcionan los planes de pacificación o destructiva si les falla.

Efectivamente, desde el gobierno de Felipe Calderón y luego de Peña Nieto se dio la pulverización de los grupos que se dedican a la producción, tratamiento y transportación de diversos enervantes a los centros urbanos de todo el país y al extranjero, Estados Unidos en primer sitio, lo cual, está más que visto, deja harto dinero y algo adicional: espejismos de poder como el que vimos.

Asimismo, hay carteles grandes que utilizan a los micros en el negocio inimaginable de los estupefacientes y al mismo tiempo que lavan dinero de muy diversas formas, incluso legales, en el manejo de tan grandes cantidades de recursos.

Eso es lo que se vio en Culiacán, en ese gran estado de la república que por años y años ha visto coexistir la delincuencia y los poderes legítimos establecidos.

Desde la década de los setentas, cuando el Mayo Zambada, el propio Chapo y otros famosos se unieron y manejaron el llamado Cartel de Sinaloa, ya las ciudades grandes como Culiacán, Los Mochis, Mazatlán, eran parte de sus terruños, ya no se diga en las zonas serranas de San Ignacio, Baridaguato y las colindantes de Sonora y Nayarit en donde gozan de una fuerza social inocultable.

Tan sólo la colonia Tierra Blanca de Culiacán era, desde tiempos del otrora gobernador Toledo Corro, y sigue siendo residencia de quienes se dedican a esa actividad.

Allí no entran más que los servicios públicos indispensables, incluidos policías, que los atienden y cuidan de intrusos o ingenuos y cuidado meterse con alguien de allí sin autorización previa. La colonia sigue tan campante.

Luego entonces López Obrador tienen ante sí una gran tarea: juró cumplir y hacer cumplir con la Constitución y las leyes secundarias. Sí, lo hizo públicamente.

Y fue claro al decir que, en el caso de Culiacán, como en otros muchos más, no va a meter al Ejército, a la Armada, a la Guardia Nacional, en operativos con alto riesgo de masacre y que no hay guerra, prefiere la vida y el diálogo como vías para pacificar el país.

Le asiste y no la razón, pues por lo antes expuesto enfrentar a los narcos ese día sí hubiera sido un enfrentamiento de proporciones inimaginables en la capital sinaloense y en las demás ciudades, pueblos, villas y rancherías serranas donde nadie, cierto, entra sin permiso. Estos sujetos tienen base social y la noche para actuar y dar sus golpes sorpresas.

Atraques

  1. Hay otras áreas de violencia de los grupos principales del narco, como son los cobros de cuotas a agricultores, tala clandestina, migrantes, derecho de piso, prostitución, armas, trata de personas, huachicol. Trabajo de sobra.
  2. Urge que las autoridades federales, estatales y municipales le entren muy en serio ya fondo en los asuntos ambientales y hasta los más simples, como las miles de toneladas de basura que se generan diariamente y que no han tenido soluciones menos costosas y más prácticas. Cuerpos de agua, ni se diga. No se ve por ningún lado.
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