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Diario/ 201

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Mauricio Carrera

Hace algunos años, un suegro muy querido, don Daniel, murió mientras escuchaba el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler. Dejó de resistirse a lo sin remedio apenas activé esa música en mi teléfono y lo puse a un lado de su almohada. Fue un momento triste y sublime para su hija, en ese entonces mi gran compañera de vida, y para sus otros hijos y nietos, ahí presentes, junto a su cama de hospital. Por supuesto también para mí, pues se apagaba la vela de un buen hombre, republicano y del lado siempre de las causas nobles de la humanidad. El Adagietto nos gustaba y los dos broméabamos que, en caso de ocurrir esa gran pendejada que es la muerte (así decía don Daniel), sería bueno despedirnos del mundo mientras la escuchábamos. Su deseo se cumplió y le ayudó a irse en paz. El Adagietto ya le pertenece para siempre a él, así que en mi caso, si esa gran pendejada llegara a ocurrir, deseo que un alma caritativa, si no es que tierna y amorosa, me haga escuchar Spiegel im Spiegel, de Arvo Pärt, o la Holberg Suite, de Edvard Grieg. Que se tarde ese momento, por favor, pero cuando llegue, que así sea. Que así sea.

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