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El escritor que vende millones de libros recomienda no leer: un cuento con moraleja

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Neil Patel ha despachado un montón de copias de sus libros, pero dice que cualquiera puede ahorrar tiempo viendo vídeos de YouTube. Lo peor es que tiene razón.

Una vez hice la cuenta de la vieja. Si cogiésemos a cada persona que ha editado un libro en España durante el último año, podríamos llenar el Santiago Bernabéu (prepandémico). Claro que el asunto era un poco tramposo, porque si teníamos en cuenta las reediciones habría que resucitar a Stanislav Lem y en el recuento habría que introducir a los que publican libros aunque tal vez no los escriban, ya saben. Pero la idea la entienden. Como sigamos así, no falta mucho para que sea más fácil escribir un libro que tener un hijo. O, poniéndonos exquisitos, resultará más sencillo ser ‘publicante’ que escribiente.

Este es un tema que le gusta al compañero Alberto Olmos, y del que ha escrito con más gracia que yo. Hace unos años, Olmos calculaba que en España lee tanta gente como el libro que más haya vendido en la historia, digamos ‘Los pilares de la tierra’, digamos dos millones de españoles. Alrededor de 20 Bernabéus, que es una cantidad mucho mayor, pero una proporción bastante baja. Como decimos los periodistas, a mí lo que me importa es la tendencia. Y quitando el año de la pandemia de nuestro señor (es decir, el año sin discotecas ni bebercio nocturno), no sé si se lee mucho, o si se lee menos de lo que se dice, o como ocurre con los que compran vinilos para luego escuchar el disco en Spotify, se compran libros, pero no se leen, o se hojean un poco y en las discusiones se dice a lo Mazagatos «sí, lo tengo por ahí, pero aún no he tenido la ocasión».

Para Patel, todos los libros pueden resumirse en vídeos de cinco minutos

Doy todo este rodeo porque estos días he asistido encantando a la polémica que ha generado en EEUU Neil Patel, gurú del SEO y «autor superventas del ‘New York Times'» —ese equivalente americano a ser Caballero del Imperio Británico— que publicó un pequeño vídeo en Twitter en el que explicaba que no leía libros. Bueno, sí, leía cuentos a su hija y pasaba página, nunca mejor dicho. «¿Sabes qué?», decía con ese tono entre ‘youtuber’ y conferenciante de charla Ted. «Publiqué un libro e incluso se coló en la lista del ‘New York Times’, pero lo que pasa es que la mayoría de libros que ves en una librería se escribieron uno o dos años antes de que se publicasen y han pasado por procesos muy largos». Ya verás como se entere de que la gente compra volúmenes publicados en otros siglos.

Los libros, sugería su argumentación, son como las frutas de un país lejano que para cuando llegan a España ya están pochas, o como si cada mañana arribasen a los periódicos los diarios de la semana pasada. Papel para envolver el pescado. La alternativa, y esto es lo que le ha dolido a la gente, especialmente a los que pasaron por caja para gastarse 18,50 dólares en ‘Hustle’, uno de esos libros que te enseñan a motivarte para forrarte, es ver vídeos de YouTube. Ese era el truco según Patel: no hay nada en un libro que no pueda resumirse en un vídeo de cinco minutos, una versión de la era ‘entrepeneur’ del «aprendimos más en una canción de tres minutos que en todo lo que nos enseñaron en el colegio», de Bruce Springsteen.

El caso es que por mucho que nos hagamos cruces probablemente tiene razón: quién mejor que él para saber si ‘Hustle’ puede ser explicado en cinco minutos, que para eso lo ha escrito. Además, es un multiventas, pero nadie ha dicho que tenga que ser multileído. Lo que pasa es una cosa curiosa, lo que pasa es que los libros se parecen cada vez más a esas tarjetas de visita que han desaparecido o el currículo que los recién licenciados imprimían en cantidades ingentes y repartían sin ton ni son. Algo que presentar, un «este soy yo», un hipervínculo a lo que importa, que es la propia marca.

Eso para el autor. Para el lector, el libro es un manual, un artículo alargado, mucha paja y poca enjundia, el regalo del amigo invisible o del compromiso familiar. Por eso Patel recomienda emplear el tiempo que pasamos leyendo libros en leer blogs, porque en esa visión ‘tech’ del hecho literario, los libros son, básicamente, información.

Dame, dame, dame todo el ‘pitch’

Basta con darse un paseo por la estantería de ensayos para darse cuenta a lo que se refiere Patel. En la gran mayoría de casos, las nuevas publicaciones son una introducción inteligente y 20 capítulos de relleno, tochos que bien podrían haberse quedado en 50 páginas (tesis, explicación, agradecimientos, pueden ir en paz) y que se arrastran trabajosamente hasta llegar a las 400. En otros, un autor con una idea brillante pasa las últimas décadas de su vida regurgitando el mismo concepto en distintos ámbitos. Como ‘Teo en la playa’, ‘Teo en el parque’ y ‘Teo va a la montaña’. Incluso el bueno de Zygmunt Bauman estrujó lo de lo líquido en ‘Tiempos líquidos’, ‘Vida líquida’ y ‘Amor líquido’ hasta que ya no quedaba líquido que escurrir.

Los libros son cosas que apuntan a otras cosas (polémicas, posicionamientos)

Así que, en la práctica, el libro y la charla Ted o la conferencia de una hora pagada por el ayuntamiento de turno son perfectamente intercambiables, productos que amplían el área de acción de un determinado autor. Como si hiciese camisetas o tazas con su cara. Algo que vender en el ‘stand’ de ‘merchandising’, como bien sabe Patel al terminar cada conferencia (pista: si en alguna ocasión tienen la suerte de ir a la charla de un gurú, se dará cuenta cómo la gente luego se arremolina alrededor del ‘stand’ a dejarse los cuartos). Los libros transportan unidades de información y conocimiento, y por lo tanto, son unidades de información y conocimiento que pueden sintetizarse hasta su mínima expresión («este libro va de lo rural») o hasta la máxima (esas tesis sobre libros que son 10 veces más largas que el original).

Porque para eso se han quedado: los libros son cosas que apuntan a otras cosas, casi nunca a sí mismas. Los libros hoy apuntan a polémicas que producen otras tantas columnas que tal vez den lugar a otros tantos libros, las novelas en realidad son ensayos porque aunque cuenten historias en realidad defienden una visión del mundo, la sociedad o lo que toque, pero también los ensayos a veces son novelas porque lo que hacen es contar, incluso sin pretenderlo, la historia de su propia escritura. Lo que no son los libros son cosas en sí, cosas que se agoten en sí mismas, actos de amor.

Vivimos en la dictadura de los ultrarracionalistas que necesitan resúmenes

Es fácil ponerse ceñudo y señalar que no es más que otra señal más de la aceleración de los tiempos, esos tiempos en los que la gente se pone los capítulos de una serie a doble velocidad porque, total, lo importante es la trama. La trama y la tesis principal, que no me den rodeos: ahí está la clave en las industrias culturales hoy, que lo que hagas se pueda resumir en un ‘pitch’ de ascensor de 30 segundos, en un ‘high concept’ fácilmente sintetizable y vendible («mi ensayo sobre el mundo rural es como Vicente Blanco Ibáñez mezclado con J.K. Rowling»). Algo que pueda contarse en muy poco tiempo.

Se dice que vivimos en tiempos superficiales y creo que no, que al contrario, que vivimos en tiempos muy poco superficiales, que estamos demasiados obsesionados por el contenido. Los formalistas han perdido la guerra, aquí lo que importa es la idea. El Quijote va sobre un pirado que lucha contra molinos y el Antiguo Testamento es la saga de un Dios con muy mala leche. Por supuesto, ninguna síntesis en un vídeo de YouTube puede sustituir a ninguna de las grandes novelas, y tampoco a los grandes ensayos. Porque al final contar algo es más la forma de contarlo que lo que se cuenta, porque las decisiones estéticas son en realidad decisiones de fondo.

Vivimos en la dictadura de los ultrarracionalistas, que necesitan explicaciones y resúmenes: así luego pasa, que Richard Dawkins es tan, tan, listo, que es incapaz de entender ‘La metamorfosis’ de Kafka, precisamente por eso: porque necesita que la alegoría se entienda. Yo tengo la solución: váyase a YouTube, señor Dawkins, se ve uno de esos vídeos de ‘Kafka, explicado en cinco minutos’ (como en este vídeo de un simpático rapero de la Costa Oeste) y nos deja a los de letras en paz.

En ese contexto de reducción de la literatura a unidades de información, es normal que se compren más libros de los que se leen y se escriban más de lo que se compran, porque al final son atajos para orientarse en el complicado mapa que vivimos, símbolos de estatus para los que los compran y los que los escriben. Proxys para otras cosas, para otras polémicas, para otros asuntos, objetos muertos que dan para elucubraciones y reflexiones en las que no hace falta ni habérselos leído.

Aquí se lee a Paz Padilla, porque te gustaría que te contase su vida

Aquí lo que se vende, y tal vez lo que se lee, es a Paz Padilla, que lleva semanas petándolo en las listas con ‘El humor de su vida‘, en el que habla de la muerte de su padre y de su marido. La gente lo lee porque es cercana, cae bien y da cierto morbillo, porque quieres que Paz Padilla te explique sus cosas en una merienda de un par de horas y no en un encuentro en el descansillo de casa. Padilla ha hecho el camino opuesto al resto de escritores: de la tele a los libros, y no de los libros a la tele, a la fama. Se le habrá hecho muy raro cruzarse en el camino a millones de españoles con un libro de cinco minutos bajo el brazo.

Por Héctor G. Barnés

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