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Fallece la escritora Nélida Piñon, premio Príncipe de Asturias

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Nélida Cuinas Piñon (Río de Janeiro, 1937-2022). Escritora y periodista brasileña.

La escritora brasileña Nélida Piñón, ganadora del Premio Príncipe de Asturias de 2005, que recientemente recibió la nacionalidad española por el origen gallego de su familia, ha muerto este sábado en Lisboa a los 85 años, informó la Academia Brasileña de las Letras.

Piñón, autora de 25 libros, incluyendo novelas, cuentos, ensayos y memorias, fue la primera brasileña en recibir los principales premios de la literatura iberoamericana, como el Juan Rulfo o el Menéndez Pelayo y también la primera mujer en presidir la Academia Brasileña de las Letras (ABL).
De madre brasileña con ascendencia gallega y padre gallego, hacia 1910, su abuelo materno Daniel (Nélida es un anagrama de este nombre), emigra desde Pontevedra a Brasil, hechos que quedan reflejados en La república de los sueños (1984) y por lo cual ha tratado de acercar las comunidades literarias española y portuguesa.

En 1957 se licencia en Periodismo en la Pontificia Universidade Católica do Rio de Janeiro y poco después comienza su labor como corresponsal en la revista Mundo Nuevo y colabora en la revista Cadernos Brasileiros. Comienza en el mundo literario con la novela Guía-mapa de Gabriel Arcanjo, publicada en 1961. De esta época son sus libros de cuentos Tempo das frutas (1966) o Sala de armas (1973); y sus novelas Fundador (1969) o A casa da paixão (1972).

Asume la dirección de distintas instituciones como el Laboratorio de Creación Literaria de la Universidad Federal de Río de Janeiro (1970), de la División Cultural del Departamento de Cultura de Estado de Río de Janeiro o de la Asociación de Amigos de la Casa de la Cultura Laura Alvim (1987). También fue vicepresidenta del Sindicato de Escritores de Río de Janeiro.

Es miembro de diferentes instituciones como la Phi Beta Delta Honor Society, (1993, Universidad de Miami), el Consejo Nacional de los Derechos de la Mujer (1995), la Comisión de Honor de los Festejos del V Centenario del Descubrimiento de Brasil (1999), la Comisión del IV centenario de la publicación del Quijote (2004), o la Academia de Filosofía de Brasil (2006).

En 1990 toma posesión en la Academia Brasileira de Letras como secretaria primera, secretaria general en 1995, y presidenta en 1996, siendo la primera mujer en lograrlo. En su larga carrera ha recibido varios galardones entre los que destacan el Premio Internacional Menéndez Pelayo (2003) y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2005).

En 1999 publica Até amanhã, outra vez y la colección de ensayos O presumível coração da América. En el año 2004 publica Vozes do deserto y asume la vicepresidencia del Pen Club Iberoamericano.

En 2006 se graban diversos documentales sobre su figura y se estrena en teatro su obra A força do destino, escrita en 1977. En el año 2007, recibe un homenaje en la XXII edición de la Semana del Autor por Casa de América y la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI).

Es conocida por su labor como defensora de los derechos humanos y de la mujer. Durante toda su carrera, su actividad diaria se ve compaginada con su labor como escritora visitante y conferenciante en diversas universidades de todo el mundo.

Entre sus obras de carácter biográfico y ensayístico destacan Aprendiz de Homero (2008) y La épica del corazón (2017).Desde el 20 de junio de 2022 la Biblioteca del Instituto Cervantes en Río de Janeiro recibe el nombre de Nélida Piñon. Instituto Cervantes.
Nélida Piñón y la memoria del cuerpo Marifé Santiago Bolaños 
En el discurso de recepción del Premio «Juan Rulfo», Nélida Piñón, la primera mujer que lo recibe señala que «la memoria de la mujer está en la Biblia. Aunque ella no haya sido la interlocutora de Dios». Y que «esta memoria también se encuentra en los libros que la mujer no escribió»1 . De aquí que la escritora brasileña, atlántica y universal, considere que narra «con el placer de servir a la literatura con memoria y cuerpo de mujer»2 . Quisiera recorrer el tejido de esas palabras emanadas de la condición de ser mujer, es decir, «la otra cara de Homero, la otra cara de Shakespeare, la otra cara de Cervantes»3 . Centraré este breve paseo en las líneas simbólicas compartidas más destacadas de los relatos que como El calor de las cosas y otros cuentos, han sido editados por Fondo de Cultura Económica (2005), anunciando que lo que ahora comentaré con ustedes forma parte de un estudio amplio y ya bastante avanzado sobre el gesto en la escritura, como «lenguaje» de lo que llamo «pensar con el cuerpo», investigación en la que la obra de Nélida Piñón tiene un lugar destacado. Esa «otra cara» de los autores a los que se refiere nuestra autora, y que configuran una parte importante de la memoria de los 1 Piñón, Nélida: «El presumible corazón de América», discurso del Premio «Juan Rulfo» 1995, en El calor de las cosas y otros cuentos, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 15. 2 ídem: p. 16. 3 ídem: p. 15. 123 logros de la humanidad, procede, en palabras de Nélida Piñón, de la usurpación de los narradores que, convertidos en únicos intérpretes de la memoria bíblica, de esa memoria «del libro», ignoraron, o acaso les cupo desconocerlo, «la materia poética depositada en el corazón femenino»4 , un corazón que guarda lo que de búsqueda y hallazgo posee la vida humana. En palabras de Nélida Piñón: En algún lugar de la mujer, y sólo ahí, se alojaron, para siempre, las espinas de las interminables peregrinaciones humanas por la tierra, sin las cuales ninguna obra de arte hubiera podido ser escrita5 . Pero la «otra cara» desestima la línea recta. Entonces la mujer narra. La narración es un viaje. Mas no un viaje cualquiera: no el viaje del conquistador; tampoco el del diletante. El viaje de la escritura se señala con las espinas que el arte florece; llamémoslo «catarsis». Y, desde la condición de mujer es, en la obra de Nélida Piñón, tanto la Sherezade que sobrevive como el Simbad que intuye: una invitación a compartir la vida, a modificarla, a degustar con placer la intuición alojada, como una promesa, en el cuerpo escribiente de quien recorre, por tradición y por voluntad, el Campo de Estrellas, la Compostela del renacimiento en la atlántica Galicia del peregrinar imaginado que inventó Europa, y que en tal invención continuó el sueño iniciado en la Grecia de los dioses humanizados y del pensamiento que torna el sometimiento a lo divino en libertad de lo humanamente sagrado. Abrazado a la América de los mitos, de las aguas y de la dionisiaca naturaleza que hace acólitos de Dionysos a sus criaturas. Es la palabra de Nélida Piñón una palabra que confiesa; es decir, que comparte actualizándola la memoria de su propia corporeidad, cuya infinita contingencia propicia el crecimiento de la grandeza cotidiana hasta hacerla volar, como es, desde su punto de vista, el esfuerzo constante de este ángel caído que es el escritor. Dice María Zambrano en La confesión: género literario: 4 Ibidem. 5 Ibidem. 124 La confesión parte del tiempo que se tiene y, mientras dura, habla desde él y, sin embargo, va en busca de otro. La confesión parece ser una acción que se ejecuta no ya en el tiempo, sino con el tiempo, es una acción sobre el tiempo, más no virtualmente, sino en la realidad**. La escritura de Nélida Piñón también se realiza «con el tiempo» y, hablando desde ese presente, lo trasciende adaptándolo a las sugerente metáfora de la ruina: búsqueda de una ilusión que, como el cuerpo siempre en transformación, acompasa su cambio al propio cambio de la historia engendrada desde la voluntad, y también desde aquello otro que llega o está sin que la voluntad pueda intervenir. Por eso, la contemplación estética de una ruina, su fuerza alegórica, estriba en «confesar» la secreta realidad de la Belleza, como establece en tal género literario María Zambrano, y como se vale de su «método» Nélida Piñón. Al hacerlo, se manifiesta el carácter desenraizado y proteico de la firme y paradójica naturaleza humana, cuya longitud existencial configura un tejido trazado con el recorrido vital de todos los otros, sin que la proximidad o la lejanía impongan su despótica ley, pues la condición peregrina expresa el antes y el después que el instante escrito concede a cada ínfima partícula de vida visible o de vida soñada. Así, la mujer, el hombre, el vegetal, el animal o el mineral laten y respiran en la narración, regalando un saber físico demoledor de clasificaciones jerárquicas y eruditas que pretendan arrogarse el derecho de una praxis unidireccional. Y aportan otro saber: el del cuerpo. El saber del gozo y del dolor; un saber, por cierto, mucho más compartible por todas las personas que las ideas y las acciones que de tales ideas se derivan. Cuando se piensa «con el cuerpo» la lógica mágica se incorpora al propio hecho de pensar. María Zambrano escribe en El hombre y lo divino: De toda ruina emana algo divino, algo divino que brota de la misma entraña de la vida humana; algo que nace del propio vivir humano cuando se despliega en toda su plenitud sin que haya venido a posarse como regalo concedido de lo alto; algo 6 Zambrano, María: La confesión: género literario, Madrid, Mondadori, 1988, p. 17. 125 ganado por haber apurado la esperanza en su extremo límite y soportado su fracaso y aun su muerte: el algo que queda del todo que pasa 7 . He escuchado decir a Nélida Piñón que hay que escribir porque la historia se evapora como el perfume o como el almíbar. En tal responsabilidad estriba, nos parece, tanto la capacidad humana de generar Belleza, de hacer de la vida una obra de arte, como la «necesidad corpórea» en la que nace tal posibilidad. Por ello, el concepto y la experiencia se imbrican en nuestra autora mostrando la inteligencia del amor, en su doble acepción terrestre y urania. Hay en su obra, como en la del Cervantes quijotesco, según su propia lectura, compasión, caridad y antiautoritarismo, la obligación del escritor en general, americano en particular, dice Nélida Piñón, de combinar el arte literario con la apología de la conciencia. Y hay, además, esa suerte de amorosa ascensión que recoge la bella imagen beguina de una madre levantando en brazos al niño, que, en Nélida Piñón, es además, de mujer y feminista como modo de estar en el mundo. En una reciente reflexión de Amelia Valcárcel sobre el Feminismo leemos: El feminismo es lo mejor que le ha pasado a la democracia. […] Amplía sin descanso la ciudadanía. Urge a tomarse en serio la igualdad humana, el respeto y los derechos. Abroga practicas seculares de discriminación. Y compromete de un modo tan pegado a la piel, que lleva el debate moral a las casas, los cuartos, las relaciones más cercanas*. La lengua maternal, acogedora, de mujer que narra porque es su naturaleza dar cobijo -deshumillar todas las cosas, dice Zambrano que es la tarea del arte-, recrea, en Nélida Piñón, la «lengua feliz» de las escritoras beguinas. La dimensión que aporta una escritura cuyo misterio estaba en la falta del mismo, y cuya religiosidad estaba en hacer gozosamente alado el saber del cuer7 Zambrano, María: El hombre y lo divino, Madrid, Siruela, 1991, p. 237. 8 Valcárcel, Amelia: «Bachelet presidente», en Nombres propios, Fundación Carolina, 2006, p. 76. 126 po, es simbólicamente aplicable al estilo de Piñón. Reproducimos un fragmento de El Dios de las mujeres, de Luisa Muraro porque señala algunas ideas interesantes en el contexto de nuestra autora: Las escritoras beguinas del siglo XIII inventaron una teología en lengua materna y fue por este camino por donde llevaron a Dios a la fragilidad de los inicios […] y establecieron con El o Ella una relación que respondía a su experiencia. Y la salvaba. Una relación en la que está permitido tocar y ser tocadas, comer y ser comidas, usar y ser usadas, agredir y ser agredidas, sin confusión y sin separación, como la naturaleza humana y divina en Jesucristo, como en la playa el mar y la tierra?. Como aquellas mujeres del medioevo que vivieron su deseo en la escritura, toda la obra de Nélida Piñón «inventa» espacios cordiales de convivencia y libertad, incluso cuando lo narrado lo es de la ignominia. En tales casos, no ocultar la infamia y reconocerla es estar permitiendo su aniquilación. La vida se le derrama como la leche que amamanta y, al escribir, acorta la distancia entre el fracaso que todo dolor innecesario ejemplifica, y el deseo inmenso que, como impulso hacia la sabiduría, ocurre en el alma enamorada y libre que su escritura enseña a disfrutar. Es en tal punto donde querríamos concluir este breve viaje: en el lugar que el cuerpo crea con su gesto, como si la mano que escribe no fuera más que el final de un rito semejante a la danza o al sonido que fluye en una ópera. Tendríamos que decir que es demasiado sencillo identificar tal estilo desde el gusto de la propia Nélida Piñón, apasionada disfrutadota de la danza o de la obra de arte total que la ópera simboliza. Sin embargo, desde esa otra cara que ella ofrece iluminar para que contemplemos el rostro en plenitud de la escritura de las mujeres, invertimos la sentencia: la naturaleza armonizada por su voluntad hace que Nélida Piñón comulgue con la delleza en la ópera, en la danza clásica, como anagnórisis, y que toda su obra de escritora pueda, así, ser leída 9 Muraro, Luisa: El Dios de las mujeres^ Madrid, Horas y Horas La Editorial, 2006, p. 76. 127 como el anuncio de esa exaltación impronunciable que provoca la aparición del sonido o del movimiento. Ya Nietzsche nos invita al templo de la filosofía desde el espíritu dionisiaco como metáfora del pensamiento, pues es la Danza el arte de la impermanencia y, por lo mismo, un preciso discurso sobre la naturaleza humana. Como en la vida humana, no hay en la danza siquiera una partitura que recoja la intención, o un mero apunte textual que dé cuenta de la palabra o del espacio que habrá de ser recorrido: es técnica, intuición y desaparición de la técnica; todo es soledad, esa que escribiendo, dice María Zambrano, mantenemos. De la danza quedan, como mojones en el camino del pensamiento, imágenes, vibraciones; la geometría se hace luz, abandona la mera medida y la mera utilidad y se transforma en huella, en presencia que sólo será visible cuando la danza tenga lugar. Danza, pues, como arte de la memoria del cuerpo. Dionysos aparece y los umbrales, las puertas que separan lo visible de lo que no se ve, dejan que pase el sueño creador que inaugura una «matria» nueva, un hogar nuevo. Nélida Piñón danza en los textos, o sus textos son una danza desbordada, protocolariamente inesperada, que refleja el rostro de Shiva creando un mundo con su baile: ritmo, cadencia, silencio, el gesto que traza un tejido, que dibuja el cuerpo de la invisibilidad secreta y da rostro a los misterios: Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica […] El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los estremecimientos de la embriaguez™. Tal escribe Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, para continuar: 10 Nietsche, Friedrich: El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 45. 128 […] algo jamás sentido aspira a exteriorizarsey la aniquilación del velo de Maya, la unidad como genio de la especie, más aún, de la naturaleza. Ahora la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos, por lo pronto el simbolismo corporal entero, no sólo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros11 . El lenguaje nacido es, entonces, un humano conjuro capaz de abolir el azar, y autora, narración y lector danzan juntos. A veces, en un abismo, ciegos los ojos, atadas las manos, con la desesperación común de quien acepta un por qué de derrotas cuyas heridas no cicatrizarán nunca. Pero la palabra sigue siendo, a pesar de todo, «matria» y ofrece la voz, el abrazo, por si al ser humano todavía le quedase alguna fuerza para seguir. Gesto sanador, ofrecimiento, estas palabras. Al inicio de nuestra intervención hablábamos de ángeles caídos, los escritores, esforzándose por volar; y de la mujer como sacerdotisa que custodia el peregrinar humano que ha dado lugar a la escritura, al libro. Danza. De la tierra al cielo, entonces, hay un pasadizo que puede recorrerse de la mano de la imaginación sin límites, y una bellísima certeza regalada por Nélida Piñón: No hay castigo para los que se exceden en el campo del arte12 O

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