Vacilón, qué rico vacilón… Es el día de la guasa, los inocentes, nada es cierto y lo cierto inverosímil. “Cha-cha-chá, qué rico cha-cha-chá”, declara declarador, que lo que digas no será creído por nadie y, como están los tiempos, todo cabe en la chunga del mal gobernar.
¿Quién inició la vacilada? ¿Guillermo Sheridan al publicar que la tesis profesional de la ministra Esquivel Mossa no es más que un plagio de otra tesis (idéntica) un año anterior, o la funcionaria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación defendiéndose de que todo es un ardid difamatorio para impedirle presidir la institución?
La tradición cristiana marca el 28 de diciembre como una fecha de horror y enmienda. Herodes el Grande, al conocer el rumor en boga… aquello de que recién había nacido el que sería “rey de reyes”, mandó asesinar a todos los niños menores de dos años en el reino de Judea, y así acabar con esa habladuría que lo llenaba de temor.
El suceso pasaría a la historia como la festividad que celebra la matanza de aquellos Santos Inocentes y, por lo mismo, el cachondeo de embaucar a los cándidos amigos en cualquier embrollo de chanza y pitorreo. ¡Inocente palomita, que te dejaste engañar!
Así ahora nosotros. El sábado 24 el diario Reforma destaca en su primera plana: “Confirma la UNAM plagio de tesis”, y dos días después, La Jornada despliega a media plana: “Niego supuesto plagio de tesis: Yasmín Esquivel Mossa”, y la foto de la ministra con un gesto firme, mirando hacia los horizontes del porvenir.
O sea, alguien nos quiere engañar, pero como es la fecha, se vale todo. Es culpable y es inocente, debería renunciar y debería ser nombrada presidenta de la Suprema Corte, le será cancelado su título de licenciada en Derecho y permanecerá en el Poder Judicial dirimiendo los más altos litigios de la cosa pública. Todo y nada, ya lo decíamos, “inocente palomita que te dejaste engañar”.
Eso del plagio es todo un tema. ¿Quién, cuando chamaco, no copió una tarea, un examen, falsificó la firma de su padre en la boleta de calificaciones? Cosas de niños, nos justificábamos, que no es lo mismo robarnos la respuesta a una regla de tres… “si un obrero levanta una barda de 25 metros en siete días, ¿cuánto tardarían en hacerlo tres albañiles?”, que robarnos las 215 páginas (y sus cuatro capítulos) de una tesis titulada, por ejemplo, “Inoperancia de los sindicatos en los trabajadores de confianza del Artículo 124 apartado A”. No, no es lo mismo.
Otros escándalos de plagiarios inundaron la prensa no tan recientemente. El primero fue el del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, cuando en 2009 fue partícipe de un múltiple plagio (más de 15 artículos periodísticos), de los que no pudo aclarar su legítima autoría. Otro fue el del desventurado Sealtiel Alatriste, en 2012, cuando siendo director de Difusión Cultural en la UNAM, igualmente fue señalado de plagiar muy diversos artículos que publicaba (y cobraba) en un prestigioso diario nacional. Debió renunciar al cargo, a los premios literarios en curso, y cayó prácticamente en la ignominia.
Tramposos y estafadores, el mundo pareciera abundar de ellos, así que hay que andarse a las vivas, aunque, con liberalidad, y entenderlos como pícaros chingüengüenchones que sólo quieren hacernos sonreír… sobre todo en estos tiempos de chanzas y carcajadas, porque todos somos inocentes, comenzando por la ministra Yazmín, y como bien recordaba el santiagueño Rosendo Ruiz: “Cha-cha-chá, qué rico cha-cha-chá, vacilón, qué rico vacilón… A la prieta hay que darle cariño, a la china tremendo apretón, a la rubia hay que darle un besito; ¡porque todas gozan del vacilón!”.
Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.