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Mapa de Tenochtitlan que conquistó Europa: tesoro iluminado de la Newberry Library

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El pasado 7 de mayo de 2021, la Universidad Nacional Autónoma de México, representada por el rector Enrique Graue, la Coordinación de Humanidades y las direcciones de las entidades constitutivas de ese Subsistema sellaron con The Newberry Library un convenio de colaboración.

La iniciativa conjunta fomenta el intercambio académico de excelencia para la investigación, docencia y difusión de diversas disciplinas humanísticas y sociales con base en las valiosas colecciones que conserva aquella institución de Chicago.

600 mil originales

Entre los tesoros de la Newberry figura el mapa de la ciudad de México-Tenochtitlan impreso por Giovanni Batista de Pedrazzano y publicado por Pietro Savorgnani en febrero de 1524 en Nuremberg, con la edición latina de Federico P. Arthimesius de la segunda carta de relación de Hernán Cortés. Se trata de uno de los 600 mil mapas originales que conserva la alejandrina biblioteca estadunidense; en este caso, dentro de la colección especial Edward E. Ayer, en el cuarto piso del emblemático edificio diseñado por Henry Ives Cobb, ubicado en el costado oriente de la Ciudad de los Vientos, a unas cuadras de la rivera suroccidental del lago Michigan.

Como la segunda carta de relación de Hernán Cortés, el mapa de Tenochtitlan de 1524 conquistó el imaginario europeo al proyectar, por primera vez, una imagen de la capital del imperio tenochca y su cuenca, gobernada por la Triple alianza (Escan Tlahtoloyan) de Texcoco, Tlacopan y México, encabezada entonces por el huei tlahtoani Motecuhzoma Xocoyotzin, diseñada como una urbe medieval en medio de un lago americano.

Esa primera imagen de la gran Tenochtitlan se correspondía con el esplendor, maravilla y exotismo descritos por el conquistador en su carta redactada en medio de la derrota, tras la despavorida huida de sus tropas aliadas, en junio de 1520. Como las letras de Cortés, la imagen buscaba acomodar lo nuevo que se abría a su vista, con los marcos de asimilación de la tradición mediterránea, bajo la idea de una ciudad-estado potentísima, cuya grandeza iteraba la de las presuntas hazañas cortesianas.

La factura de ese mapa primordial ha sido objeto de diversas y eruditas opiniones contemporáneas. Desde las interpretaciones de Manuel Toussaint y Justino Fernández hasta una de las últimas obras de Miguel León-Portilla en que establece una comparación con el mapa México-Tenochtitlan conservado en la biblioteca de la Universidad de Uppsala, aunque las meticulosas descripciones de José Luis Martínez, el estudio de Dominique Gresle-Pouligny y los aportes de Eduardo Matos constituyen el núcleo de lo que se sabe hasta ahora.

No cabe duda de que las gubias de esa xilografía coloreada a mano debieron pertenecer a un artista europeo quien, presumiblemente, se habría basado en un boceto enviado por el propio Cortés al emperador Carlos, que el enviado Juan de Ribera presentó al cronista Pedro Mártir de Anglería, de quien se conserva un testimonio de aquella pintura perdida. Pero, como lo ha señalado Barbara Mundy, la base del dibujo se debió, con toda seguridad, a la mano o a la idea de un tlacuilo nahua.

En torno al centro ceremonial tenochca, descrito como “templo donde sacrifican” (y que, como han señalado Gresle-Pouligny, Matos y otros, el grabador invirtió poniendo al oriente lo que estaba al occidente y viceversa), la imaginación conquistadora del artista europeo dibujó conjuntos irregulares de casas con techos y torres medievales sobre el agua, como si se tratara de Venecia o Bremen.

El paisaje miniaturista completaba pequeñas villas en las riberas del lago, ilustrando los centros urbanos de Tacuba, Azcapotzalco, Tepeyacac, Texcoco, Iztapalapa, Tacubaya, entre otras, con palacios fortificados cuyas torres remataban en chapiteles germánicos, como los de las cuatro torres del alcázar de Toledo, construidas por mandato de Alfonso el sabio y donde el emperador recibió a Hernán Cortés en 1528.

Aquella insular imagen mediterránea del inusitado territorio del Anáhuac inauguró una tradición de exotismo cartográfico multiplicada en una veintena de ediciones, entre las que destacan las ediciones venecianas de la segunda carta de relación, el Isolario de Benedetto Bordone, las descripciones de islas de Tomaso Porcacchi y el libro primero del Civitates Orbi Terrarum de Georg Braun y Franz Hogenberg. Como las cartas de Cortés, aquellas pinturas inventaron un nuevo mundo cuya presunta conquista orientó su recepción europea y marcó los límites de la voluntad de poderío de los Austria de España.

Pero, quizás las cosas hayan sido un poco más complejas y aquella primera imagen puede dar indicios de ello. Como lo ha sugerido Mundy, la configuración del maravilloso mapa iluminado de la Newberry corresponde a la lógica de organización gráfica nahua.

Casas, palacetes con sus chapiteles germánicos y flotantes barrios medievales se organizaban en cuatro ámbitos separados por los ejes que trazaban las antiguas calzadas que unían la isla con las poblaciones de la ribera lacustre. Correspondían a los cuatro altepeme de Tenochtitlan, a saber, Moyotlan, al sur poniente; Cuepopan, al norponiente; Atzacoalco, al nororiente y Teopan, al suroriente; los mismos que después se convertirían en los barrios de San Juan, Santa María, San Sebastián y San Pablo, respectivamente.

Esa distribución que hacía del lago y su ribera una proyección circular del orden de la urbe mexica, con el quinto punto en el centro ceremonial tenochca, expresaba la base interpretativa del orden cosmogónico mesoamericano, como lo reflejan múltiples estudios sobre códices prehispánicos y coloniales; este esquema circular organizador de las cuatro partes de la “ciudad-mundo” se replicó múltiples ocasiones en las prensas europeas.

En otras palabras, aquel mapa, con el real del conquistador enarbolando el pendón de los Austria en las proximidades periféricas de Tacubaya, bien pudo expresar un momento específico de la debilidad de la invasión europea del Anáhuac que, leída en clave cosmopolítica, revela hasta qué grado las interpretaciones mediterráneas vertidas en los odres adaptativos de las dinámicas mesoamericanas contribuyeron a la resiliencia de las poblaciones de aquel maravilloso mundo, desestructurado por las guerras, la explotación laboral, el desequilibrio ambiental y las pestilencias.

Nuevo Mundo

La conservación de mapas, como el publicado en Nuremberg en 1524, así como de otros valiosos documentos impresos en Europa sobre lo que se imaginaban sus creadores que era América, permite el estudio de los distintos contextos en que se produjeron, su recepción y la proyección de discursos de territorialización del mundo.

Un ejemplo es el magnífico trabajo de Lia Markey, directora del Centro de Estudios del Renacimiento en la biblioteca Newberry, quien recientemente ha editado, con Elizabeth Horodowich, un libro colectivo sobre la invención y recepción del Nuevo Mundo en las ciudades y la cultura italianas de la primera Modernidad.

Hoy en día, los trabajos especializados se pueden multiplicar con las herramientas digitales de la información orientadas a la investigación, la docencia y la comunicación de las ciencias y las humanidades, gracias a las miradas entrelazadas de diversas disciplinas que convergen en la colaboración interinstitucional. El convenio con la Newberry es un camino, entre muchos otros, que la Universidad Nacional abre para sus estudiantes y docentes.

The Newberry Library, Chicago, Illinois. Entre los tesoros del recinto figura el mapa de la ciudad de México-Tenochtitlan impreso por Giovanni Batista de Pedrazzano y publicado por Pietro Savorgnani en febrero de 1524 en Nuremberg.

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