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Quizá sea verdad…

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Mis amigos, esa gente tan querida y cuya lejanía me hace sufrir, ríen y se solazan en las bromas por mi eterna nostalgia.

Y es que, créalo amigo lector, acumular recuerdos que cada día se acercan más al centenario, no es cosa fácil. Tampoco es dificil parque con frecuencia se amontonan y hasta provocan confusiones.

Afirmo, estoy absolutamente convencido, que mi recuerdo primero de vida, se remonta a Las Canoas el caserío rumbo a Zamora, por la carretera Nacional, donde quizá nací aunque Chite la siempre presente abuela paterna, decidió registrarme en Morelia con los datos que quiso o, en ese momento, se le ocurrieron.

O sea, posiblemente no soy moreliano, ni vi la primera luz un 16 de enero, de lo que estoy seguro es del año: 1938 y de que en modesto homenaje, Lázaro Cárdenas decretó la Expropiación, no del petróleo, patrimonio de la Nación, certifica la Constitución, sino de los inmensos recursos para su explotación.

Con su decreto, reconoció y garantizó los derechos de los trabajadores y generó una nueva clase de técnicos y especialistas.

Bueno, ya dije mi prolongada antigüedad entonces se comprenderá que las cabras se me vayan al monte. Vuelvo a mi recuerdo inicial, con unos cuantos meses de vida, una nana chiquilla que seguramente necesitaba también cuidadora infantil.

Angelina, era su nombre y tenía por costumbre beberse mi biberón y sustituirlo con rico caldo de frijoles y tortillas fresquecitas, recién sacadas del comal, que además de alimentarme me servían como chupón.

Quizá fue la virginal apariencia del tal chupón de hule porque no existía el plástico, pero cuando doña Elena, la Tía Nena que había en las viejas familias, se dio cuenta, desató a todos los diablos y entes de los antros inferbales.

Hasta que llegó mi padre, don Alfonso, la calmó y la inocente Angelina fue bajada de la pira donde mentalmente se preparaba para encenderla mi madre.

No paso a mayores y Angelina se siguió zampando mi leche y yo seguí saboreando los que a la fecha constituyen mis platos favoritos, sobre cualquier otro: frijoles en la presentación o combinacion que se le ocurra a quien cocine, y las tortillas que por la degradación nacional, me atrevo hasta a saborearlas cuando evidentemente son de cartón piedra o de manufactura en la emblemática Peña Pobre.

En la cabeza tengo grabado el corral terregoso con unos cuantos árboles de uno de los cuales se colgaba un calzón de lona, allí me metían y me abandonaban mucho tiempo, hasta que soltaba el primer hervor.

Rostro, piernas y los regordetes brazos, adquirían un rojo que parecía sangre a punto de brotar. Me retiraban y pasaba, colgado, a hacerle compañía en un corredor, a los pajarillos de cantar triste, encerrados en las jaulas que junto con macetones floridos ponían un acento alegte a la casa.

Aparte del escualido hato ganadero de mi padre, ambos estaban a cargo de la escuela elementaL del lugar. Resabios del conflicto religioso, por la región de Zamora pululaban bandas armadas, roba vacas y saqueadores de poblados, caseríos y ranchos.

Carlos, Gilberto y otra persona más, acababan de ser fusilados junto a las vias del tren en que viajaban de Tacambaro a Morelia; se proponían visitar el DF para cumplir con sus encargos, uno diputado federal y el otro munícipe mayor de su pueblo. Los dos, hermanos de mi madre y Leopoldo, el menor, testigo del asesinato de sus hermanos.

La aparición de la gavilla de alguien motejado, creo, El Burro de Oro, puso en alerta a los habitantes de Las Canoas. Encerraron a la pareja de mentores en la escuela, el edificio más fuerte del caserío.

En sucesivas bardas de piedra, se atrincheraron, mi padre salió al refuerzo pero pronto recibieron noticias. El bandolero no esperaba ni estaba acostumbrado a que se le opusieran. Desistió.

Según leo y me entero, comenzamos a registrar recuerdos a partir de los seis años. Mi recuerdo es de los seis meses. Confirmado muchos años después por madre, padre y una visita a Las Canoas donde ya no vivía Angelina…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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