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Teodoro Cano

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Sorprendida, por que la muerte, en este año, se ha llevado a admirados personajes y queridos amigos… buscaba la manera ofrecer un tributo al maestro Teodoro Cano quien siempre tuvo la delicadeza de brindarme la confianza de ser entrevistado…y así como sorpresiva como es la vida me encontré con un escrito del 2008, cuando cursaba la maestría de periodismo y por tarea nos encargaron un relato enlazado por una sola palabra…y esto que sigue es muy personal y el final ficción, pero también forma parte de la historia entrañable de mis afectos… Por hoy en honor a Don Teodoro Cano.

TAREA 1…AZUL

Azul, como ese inmenso mar que disfruté hace algunos meses, así amaneció el cielo. Tan azul como los ojos de Nácar, compañera inseparable que me aguardo hasta las cuatro de la mañana, mientras terminaba la tarea de Sociología del Conocimiento. ¡Huacala! ¡Qué trabajo me costó!

Nácar, le puse así por concha, por conchuda, es una gatita siamés que llegó quién sabe de dónde, la trajo Manolo mi sobrino. Mi sobrino tan inteligente y aplicado, cuanto he deseado verlo irse a conocer mundo, a estudiar a otro país, tiene madera y también decisión. Creo que lo va a lograr. Hoy llegó temprano, a la hora de las noticias: los ecos de la guerrilla colombiana aún siguen en los titulares de los noticiarios matutinos.

Sí, azul, como ese cielo estaba el mar, cuando llegamos todos a pasar unos días en Costa Esmeralda, los niños jugaron, mi mamá y Maty estuvieron muy felices, yo como siempre con esta nostalgia que acompaña mis días, con esta tristeza antigua que se acrecentó con la muerte de mi abuela.

-¡No seas tonta! Aleja a los gatos de tu vida, no sirven para nada, uno, no es malo ¿pero cinco?. Así me lo repetía mi abuela sin cansancio, era tan pulcra, no obstante a sus 89 años, su casa impecable y ¿Ella?…ya ni se diga.

Nácar llegó a la casa exactamente cuando ella cumplió 7 meses de haber fallecido, y a veces pienso que si no andará por aquí de soslayo, viendo cómo vivo.

¡Qué ruido! Parecen ambulancias, sí, sí lo son, suenan como aquella que llegó a traer a mi papá cuando estaba tan grave; se había caído de un caballo y estaba inconsciente, mi mamá estaba muy asustada y yo como siempre, con el temple a flor de piel, sobretodo en casos como esos, yo que soy tan sensible para algunas cosas, ante la muerte no me amedrento.

Azul…tan azul como esa tumba que vi en el camposanto de Papantla, era hermosa, no cabe duda de que a los indígenas eso de la plástica se les da de manera espontánea, iba yo con Don Teodoro Cano, en aquel Todos Santos que me tocó reportear la zona norte. ¡Qué maravilla! Qué cultura tan generosa la Totonaca, nos regala a manos llenas su tradición, como la de los muertos; ellos aseguran regresan inspirados por el aroma del zempasúchitl, que regresan ¡si! al amparo del incienso y el aroma de las ofrendas. Ojalá sea cierto.

Sí azul, tan azul como el cielo, eran los cojines de mi bisabuela cuando estaba ahí, inerte, tenía el rostro afilado, no era Nina la que yo conocía, mi querida bisabuela la que siempre nos consentía cuando llegábamos a su casa; ella siempre olía a limpio, se quedó viuda muy joven, como a los 22 años de edad ya tenía cinco hijos. Nos contaba que la casaron a fuerza. Cuando cumplió los 15 ya había nacido mi tía Maura, nos decía que no sabía por donde iba a nacer la niña y le daba pena preguntar. Fue muy inocente y ese dejo inocencia lo conservó siempre, hasta que era muy anciana, pero…eso sí, muy delgada, cuidaba mucho su alimentación. Todas las noches rezaba el rosario y mientras las cuentas corrían por sus dedos, otros pensamientos que no eran precisamente el padrenuestro corrían por su cabeza y así simultáneamente seguía con las ave marías y preguntando por ejemplo: si ya había llegado mi tío Negro de la cañada donde había ido a arrejar el ganado. Y así sentada en ese inmenso sillón azul, continuaba con su rutina fervorosa. Fue ahí en ese sillón azul donde vi por última vez a mi tía Margarita, unos días antes de que mi prima Victoria llegara a avisarnos que había muerto.

Azul…ya lo recuerdo, como los cubrebocas de las enfermeras que en vilo llevaban a mi tía Vita. Ella estaba muy espantada, en el instante que sentí su mirada pareció que ya sabía lo del cáncer. No duro ni un mes, pero cuanto tiempo se lo calló. Fue por ignorancia, por miedo. No sé.

Toda la mañana la pasé carrereada, debí dejar la casa limpia antes de llegar a las clases de maestría, a veces pienso que para qué tantas cosas si todo termina en los mismo. Y creo que sí.

Azul, así es como se sigue viendo el cielo, pero hay mucho humo y ruido, tanto como el día que mi tío Negro llegó a Xalapa; iba para el hospital y un accidente en 20 de Noviembre no les permitió llegar a tiempo, quién me iba a decir que nunca más lo volvería a ver.

Está muy azul el cielo, como el de esta mañana cuando me desperté después de dormir sólo dos horas. Ahora, de nuevo estoy mirando el cielo, sólo que ya no escucho nada, no siento el cuerpo, una alarma, una bomba, la clase, mis amigos…no sé..ya no veo nada.

Guadalupe Mayeli Castillo Morales

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