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Los extraviados

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Es tan monstruosa esta ciudad, que no existe quien nunca se haya perdido o desorientado por lo menos una ocasión.

Para aligerar la anécdota platicaré que recorríamos algunos poblados al norte de Morelia, ya en terreno Apache, o sea Guanajuato.

El añoso Ford lo manejaba el primo Gilberto Carrasco y no buscábamos nada, quizá una buena fonda donde comer las delicias regionales que aquí son vil piratería de la abundante gastronomía michoacana.

Apenas recorrimos un centenar de metros ya dentro del poblado, cuando se rompió la banda del ventilador. La calentada fue inmediata.

No hubo apuro, en cualquier esquina próxima seguramente encontraríamos un taller, así que al primer peatón que se apareció le hicimos la pertinente pregunta.

—Oiga, disculpe, se nos rompió la banda y necesitamos un taller cercano para que nos ayude.

—Aquí derechito, allí localizan a Ca Gumesindo, all les ayudan.

—Perdón, ¿dijo a Cagume qué?

—Ca Gumesindo…

—¿Y dónde mero queda?

—¡Ay, pos junto a la tienda!

—¿Cuál tienda?

—Pos la del Gume, carajo…

Un piadoso joven que se acercó a escuchar la insólita conversacion, aclaró: son tres cuadras, derecho y enfrente de la plaza, junto a una farmacia, esta la tienda de don Gumersindo y allí mismo les venden la refacción.

Asunto resuelto, caminamos hasta Cagumesindo, nos vendió la banda y mandó a un canchanchán a instalarla. No recuerdo donde comimos ni qué. Nos divirtió el asunto.

Pero no tanto como el día que con Abelardo, mi viejo amigo y cómplice de travesuras, buscábamos un domicilio por rumbos totalmente desconocidos de Iztapalapa.

Cansados de intentar encontrarlo con auxilio de la entonces acertada Guía Roji, decidimos dejar de hacerle al vivo y ponernos en manos de los viandantes, muchos, por cierto

Una característica de la cortesía del mexicano en las clases populares, es nunca dejar sin respuesta al interlocutor. Así, media docena de consultados, miraban al infinito, se estrujaban la barba y luego de profunda meditación respondían.

Cada uno dio distintas ubicaciones y diferentes vías de acceso. Hasta que topamos con el unico que nos dio confianza. Sin dudar, situó el domicilio en la colonia correcta cuyo nombre no le habíamos proporcionado.

Se acercó a la ventanilla donde iba el buen Abe como acompañante. Recargó un brazo y mirando fijamente al interlocutor, le explicó con todad sus palabras, usando términos castizos:

—No, mire, están muy lejos van a tener que ir hasta la casa de su Ch… madre.

Puse mi cara mas formal y con voz suave, cordial, le sugerí: háblele de tú, el señor es de confianza.

El hombre registró mi malévolo comentario y se deshacía en explicaciones. Después de una tanda de comentarios para tranquilizarlo, Abelardo la emprendió contra mí.

Y después de localizar el domicilio, nos botábamos de la risa porque el acertado y cordial orientador cuando nos despedimos y le agradecimos su ayuda, nos miraba con vista baja y ojos lagrimeantes. Al final nos sentimos avergonzados.Bueno, yo, Abelardo fue tan víctima como el peatón…

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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