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Hay días

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Por Gilberto Peralta Baltazar

Hay días vacíos y tristes, 
llenos de nada, 
silenciosos. 
Busco llenarlos de algo 
pero no lo consigo,  
se me tapona el cerebro 
y mi alma se siente sola 
y mi cuerpo no responde, 
mi cerebro es un torbellino 
que confunde el camino, 
me pierde entre vericuetos 
que me llevan 
a ningún lado, 
desolado, 
sin ánimo ni ilusión. 
Acudí al despacho 
del señor Dios. 
No está. 
Me dice su secretario, 
anda muy ocupado 
tratando de arreglar 
los asuntos del mundo. 
Le pregunto cuándo regresa 
y me dice que no sabe, 
muchos son los asuntos 
que tiene que atender. 
¿Pero, sabe qué? 
Busque dentro de usted 
y estoy seguro 
que lo encontrará. 
Tome las cosas con calma, 
no sé desespere, 
sin embargo, 
si usted quiere, 
lo puede esperar; 
tenemos una sala de espera 
pero le advierto, 
está muy llena. 
¿Viene de lejos? 
no, vivo aquí cerca, 
puedo volver otro día. 
Correcto, está bien 
pero recuerde lo que le dije,  

busque dentro de usted 
y lo encontrará. 
Muchas gracias,  
hasta luego. 
Salí de la oficina del señor. 
Ya era tarde y el sol 
se ocultaba en el oeste, 
sus resplandores 
pintaban las nubes de rojo,  
de amarillo y de naranja, 
una parvada de palomas, 
cruzaba alegre los cielos 
y una algarabía de tordos 
inundaba la tarde. 
Un panadero con su pan 
anunciaba su venta 
montado en su bicicleta 
y un grupo de niños 
jugaban la pelota. 
También pude observar 
un desfile de hormigas 
en el tronco de un árbol 
añoso y fuerte, grandioso 
y observé varios nidos 
sobre sus ramas 
y sus pájaros entonaban 
su melodía vespertina. 
Y vi el viento pasar 
y me rozó el rostro 
y lo vi hacer remolinos, 
hacer volar las hojas secas 
del otoño. 
Llegué a casa, me sentí otro 
entendí que Dios estaba 
dentro de mí 
y lo pude percibir 
en la grandeza de un átomo, 
en la energía de mis moléculas, 
en el latido de mi corazón, 
en el fluir de mi sangre 
y el ritmo de mi respiración, 
en la luz y los colores 
que entran por mis ojos, 
en los sabores de lo que como 
y en la infinita 
variedad de los olores. 
Lo siento también, 

en el fuerte apretón de manos de un amigo, 
en el abrazo amoroso 
de quienes amo, 
en el calor de muchos años 
de mi compañera de vida 
y en la genética 
de mis amados hijos. 
«Me gusta Dios» 
cómo dijera Sabines 
es un señor que a veces 
nos hace una broma 
como la de sentirnos mal, 
cómo el día de hoy. 
Me iré a acostar 
y mañana, 
cuando despierte, 
le pediré a Dios 
que no se preocupe 
no lo molestaré 
y le aligeraré su carga 
con mis plegarias 
por el mundo. 
Por mis semejantes, 
por los míos 
y por mí mismo. 
Teniendo fe, esperanza 
y caridad. 
Fe, para enfrentar el tiempo, 
Esperanza, para todo,  
 y caridad para con todos,  
para estar en paz con uno, con los demás  
y con el mundo. 
Para estar en paz con Dios. 

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