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La mochila vacía  

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El niño López llegaba a la escuela cargando la tribulación de todos los días. Veía a sus compañeros empeñosos, con sus pesadas mochilas, porque la suya guardaba sólo dos lápices y un cuaderno. Así que minutos después, luego de pasar lista, la profesora solicitaba que sacaran su libro de Ciencias Naturales, porque era la fecha de estudiar las fanerógamas que, como todo mundo entiende, son las plantas que se reproducen por medio de semillas.  

    La maestra solicitaba entonces, “a ver, compañero López, lea usted la página doce”, a lo que el pequeño Adolfo respondía: “No traje el libro, maestra”, y los demás compañeritos, en secreto, murmuraban. “¿Otra vez lo olvidó?”, subrayaba la mentora, a lo que el niño López Mateos respondía con humildad: “No, maestra. Es que todavía no me los compran”. Y eso era todo.  

    Es parte de la leyenda. En 1959, cuando presidente, Adolfo López Mateos convocó a Martín Luis Guzmán y un grupo de especialistas, para que fundaran la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito (la Conaliteg), a fin de preparar libros escolares que serían distribuidos a todos los niños, para que aprendieran lo mismo y lo básico de la ciencia matemática, la gramática, geografía, biología, historia, civismo y ciencias sociales. Así, a partir de 1960, no habría otro niño que repitiera, como él, “no traje el libro, maestra”.  

    El país fue distinto. Ahí, en esos libros, los niños aprendían la diferencia entre afirmar en indicativo (él quiso volar) o en subjuntivo (él quisiera volar); la altura de una torre cuya sombra mide 24 metros, o los nombres de los traidores que fueron fusilados junto al archiduque Maximiliano de Hasburgo. Todo, todo lo necesario estaba en esos libros. ¿Cuáles son los cinco ríos más largos del mundo?  

    Ahora no sé. Han pasado 63 años desde que aquellos libros redactados por don Arturo Arnáiz y Freg, José Gorostiza, Agustín Yáñez, Gregorio López y Fuentes, el matemático Alberto Barajas y otros sabios mexicanos, salieron de los talleres con tiradas millonarias… a los que hoy circulan, y han sido supervisados por Marx Arriaga y el venezolano Sadi Arturo Loaiza Escalona. Libros que, en alguna declaración al aire, pretenderían confrontar “al colonialismo y las miradas occidentales, blancas y masculinas”… cualquier cosa que eso pudiera significar.  

    Para bien y para mal, los libros de texto gratuito han debido modificarse desde aquel año de 1959 en que el hombre aún no sobrevolaba por la estratósfera. Años después Luis Echeverría Álvarez emprendió una de tanta reformas educativas incluyendo libros con ideas más libertarias, por decir lo menos. Ahora ocurre algo similar. Los nuevos libros han sido redactados por un equipo fantasma con sesgo afín al gobierno. Que nadie se llame a sorpresa.  

    El presidente López Mateos fue un estadista de portento. Dueño de una elocuencia como pocos, había sido jovencísimo orador en la campaña presidencial de José Vasconcelos en 1929, y tras ser tundido por la policía debió huir a la finca de su padre en Chiapas… que, para mayores detalles, podrán conocerlos en mi reciente novela “Ahí viene el lobo”.  

En fin, se acusa a los nuevos libros por su tendencia marxistoide. Algo así como si se pretendiera inculcar al educando las revelaciones del Manifiesto Comunista (el fantasma del comunismo recorre el mundo, la historia del mundo es la historia de la lucha de clases, la explotación capitalista es oprobiosa) redactado por Karl Marx y Federico Engels ¡en 1848!  

No olvidemos que en 1934 fue reformado el artículo 3 de la Constitución con el objetivo de impulsar la “educación socialista” que combatiría toda doctrina religiosa (católica) y los prejuicios “a través del la enseñanza racional y exacta del universo y de la vida social”.  

En 1940, apenas asumir como presidente Manuel Ávila Camacho, el capítulo fue derogado y terminó aquella que se dio en llamar “la educación socialista”. Nada es demasiado nuevo bajo el sol. Las mochilas de los niños guardarán siempre los libros a gusto del supremo gobierno. Lo importante, lo más importante, es que aprendan las artes de la multiplicación, la división, las normas del civismo y el idioma inglés, que ya no es opción. ¿All right?  

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Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.

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